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Va a entrar el Señor

domingo, 22 de diciembre de 2019
En este domingo último del tiempo de Adviento, la comunidad creyente vive el misterio de la Virgen que espera un hijo, el misterio del hijo que de ella va a nacer.

A Jesús, el Mesías, el Señor, el Salvador, ya no lo vemos al final de un futuro impreciso, sino que esperamos verlo tan pronto como se cumpla un tiempo de gestación. Lo habéis oído: “La virgen está encinta y da a luz un hijo”, y hemos orado, diciendo: “Va a entrar el Señor”.

Considerad cómo lo espera su madre. Ella es parte del misterio de gracia que se está cumpliendo, pues ha dado su consentimiento a la palabra del mensajero divino. Ella ha experimentado maravillas de Dios que ningún otro puede conocer. En la esperanza maternal de María alienta la esperanza de Israel, la esperanza de los pobres, toda la esperanza del mundo. Ella espera un hijo que es de Dios y es suyo, un hijo del amor que Dios tiene al mundo, y de la fe que María tiene en su Dios.

Hoy, también la madre Iglesia espera la entrada de su Rey, la venida de su Señor, el nacimiento de su Redentor. Espera y adora, pues llega su creador, el Santo de Israel, el dueño de toda la tierra. Espera y se alegra, con gozo de madre y de redimida, gozo de bendecida y enaltecida. Espera y acoge, pues su Dios llega pobre y pequeño, débil y desnudo. Espera y ama, pues sabe que llega a su vida el Amor que mueve el universo.

Hoy hemos oído el nombre del que todavía no ha nacido, nombre que le ha dado el cielo y que es nombre verdadero. Le ha llamado «Enmanuel», «Dios con nosotros». La fe me dice que ese nombre es nombre de Dios desde siempre, pues siempre ha estado con el hombre el Amor eterno que lo ha creado. Pero ahora, cuando digamos «Enmanuel», aunque el nombre convenga a Dios desde siempre, lo diremos con un significado nuevo, pues habiendo Dios levantado siempre a sus hijos hasta las rodillas para acariciarlos, cuando la virgen lo haya dado a luz, nosotros podremos levantar a Dios hasta el pecho para abrazarlo, hasta el rostro para besarlo, hasta el corazón para allí guardarlo y amarlo.

Y le ha llamado también «Jesús», “porque él salvará a su pueblo de los pecados”. Dulce nombre de Jesús, memoria del amor que Dios nos tiene, memoria del anonadamiento del Hijo de Dios, memoria de la consolación de Dios que nos visita, sacramento del Reino de Dios que llega, evangelio de la gracia y de la paz que Dios nos regala.

Hoy, en el misterio de la celebración eucarística, ya recibimos a Aquel cuyo nacimiento esperamos, y, recibiéndolo, se acrecienta en nosotros el deseo y la esperanza de que él venga siempre a nuestra vida.

Considerad cómo se nos ha presentado: Suya era la palabra que con fe hemos escuchado y acogido en nuestro interior; sentimos su presencia en medio de la comunidad reunida en su nombre; él nos preside en la caridad como pastor y maestro; él nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre.

Si hemos aprendido a reconocer al Hijo de Dios en la asamblea litúrgica, si hemos aprendido a recibirle allí con fe, entonces no nos resultará difícil reconocerle y recibirle en los pobres, en todos los que sufren, en esa forma extraña que Dios ha escogido para hacerse “Dios con nosotros”. Si soñamos con levantarle hasta nuestro pecho y nuestras mejillas y nuestro corazón, necesario será que soñemos también con vestirlo, cobijarlo, nutrirlo, curarlo, visitarlo.

Recibe hoy con amor a quien un día te ha de recibir en el Reino de su Padre.

Ven, Señor Jesús.

(Fr. Santiago Agrelo es Arzobispo Emérito de Tánger)
Agrelo, Santiago
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