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Y Dios soñó un mundo nuevo

domingo, 08 de diciembre de 2019
No lo soñó para sí mismo, sino para ti, y lo soñó conforme a tu deseo.
En ese sueño de Dios, en tu deseo, como en un paraíso, son de casa la justicia y la fidelidad, la gracia y la paz. En el proyecto de Dios y en tu esperanza, desterrados el daño y el estrago, la tierra se llenará de la ciencia del Señor.

El profeta lo anunció: “Brotará un renuevo, florecerá un vástago… Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito… el niño jugará con la hura del áspid”.

La fe te dice que la promesa ya se ha cumplido, que la profecía se hizo evangelio, que el renuevo ya ha brotado, que el vástago ha florecido, y que la paz se hizo don para los amados de Dios.

Tú, sin embargo, pareces todavía herido por el mismo deseo, y tu Dios parece entregado siempre a la tarea de realizar el mismo sueño, como si evangelio y gracia no se nos hubiesen ya dado, como si el mundo no hubiese sido aún visitado por la vida, como si la paz no hubiese todavía llegado a nuestra tierra.

¿Por qué anhelamos lo que ya tenemos? ¿Por qué esperamos al que ya ha venido? ¿Por qué continuamos en adviento si ya ha sido Navidad?
Esperamos todavía porque tenemos sólo lo que creemos, y creemos poco, y creemos mal.

El renuevo ha brotado, el vástago ha florecido, vino ya y viene hoy, viene a nuestra celebración, a nuestra vida, pero no nos alcanzará su justicia si la fe no le abre nuestra casa, no gozaremos de su paz si no nos convertimos a él, no contemplaremos la alegría que nos trae si no le preparamos el camino.

Atrévete a creer. Verás que en tu corazón empieza a habitar el lobo con el cordero, la pantera se tumba con el cabrito, el niño juega con la hura del áspid.
Atrévete a creer. Sabrás que tu corazón está lleno de la ciencia del Señor, “como las aguas colman el mar”.
Si crees, sabes lo que hoy recibes en comunión.
Si crees, sabes lo que esperas.
Si crees, sabes lo que te dispones a celebrar en la Natividad del Señor.
Atrévete a creer: Verás que el mundo se hace nuevo.

Alegría para los pobres

Lo que sigue, lo escribí hace tres años.

«Llueve desde hace días.
Con la lluvia, la vida de los chicos en el bosque de Beliones se te vuelve memoria obsesiva como una melodía que hubieras oído demasiadas veces.
Bajo el aguacero, subimos a la montaña porque ellos nos esperaban.

El coche iba lleno de todo, que, en aquellas circunstancias, es como decir que iba lleno de nada, pues mantas y ropas y calzado, recibidos como se recibe lo indispensable para vivir, todo, seguramente todo, llegó empapado de agua, si no de fango, al compasivo refugio que ofrecen los plásticos.
Aquella tarde, sólo abracé hijos pasmados de frío y mojados.
Entonces, te invade un sentimiento de culpa y se te vuelve losa insoportable el sentimiento de impotencia: No puedes cambiar el sistema económico que va llenando de pobres el mundo para que haya un puñado de ricos. No puedes cambiar el sistema político que a unos pocos los hace dueños del destino de todos. No puedes cambiar el sistema de poder que determina quién en la sociedad es sujeto de derechos y quién es sólo objeto de dominio. Ni siquiera puedes aliviar con una manta caliente el frío de tus hijos, porque no habrá para ellos un lugar donde guarecerse de la lluvia y el viento. No puedes, no puedes, no puedes… porque un mundo de gente importante ha decidido que no puedas, han decidido por ti, y lo que es mucho peor, han decidido por hombres, mujeres y niños a los que han declarado indocumentados, ilegales, sin papeles, irregulares. A las puertas del sistema nunca sufren y mueren personas de carne y hueso; por allí sólo se mueven abstracciones, predicados y adjetivos.

Hoy, solemnidad de la Inmaculada Concepción, en lo más hondo de esa memoria angustiada de hijos que sufren, resuena como un desafío la voz del profeta: “Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido un traje de gala me ha envuelto en un manto de triunfo como novia que se adorna con sus joyas”.

La liturgia guarda esas palabras en el corazón de María de Nazaret, la mujer de alma traspasada por una espada de dolor, la Madre que sólo puede compartir y no aliviar el dolor de su Hijo crucificado, la bendecida por la que a todos nos vino la bendición, la llena de gracia que es la causa de nuestra alegría.

Aquellas palabras, la comunidad eclesial las escucha pronunciadas por Cristo resucitado, alegría del mundo, resplandor de la gloria del Padre.

En realidad, son palabras que sólo tienen sentido dichas para hijos crucificados y madres al pie de la cruz. Son palabras testimonio del compromiso de Dios con la vida de los pobres. Son palabras para gritar en todas las montañas donde la legalidad vigente atormenta el cuerpo de Cristo: “Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido un traje de gala me ha envuelto en un manto de triunfo como novia que se adorna con sus joyas”.
Hoy, Iglesia amada de Dios, formando un cuerpo con Cristo en la eucaristía y con Cristo en el calvario de Beliones, haces tuya la profecía y desafías con tu debilidad la arrogancia de los poderosos, con tu esperanza su idolatría del dinero, con tu amor la frialdad de su indiferencia; y mantienes en el corazón de los pobres la certeza de que hay reservada para ellos una herencia de alegría.

Te lo ha dicho el profeta, lo has oído en tu eucaristía: Dios mantiene abiertas para los pobres las puertas del futuro.»

No sé si hoy llueve en Beliones.

Sé que en el mar de Melilla hoy, 27 de noviembre de 2019, han muerto cuatro emigrantes y hay diez desaparecidos.

Sé que los mismos poderosos, las mismas políticas, los mismos intereses, los mismos egoísmos, a los pobres que sobrevivían en los bosques los han empujado hacia un abismo donde no los empapará la lluvia sino que se los recogerá la muerte.

«Hoy, Iglesia amada de Dios, formando un cuerpo con Cristo en la eucaristía y con Cristo en el calvario de los emigrantes, haces tuya la profecía y desafías con tu debilidad la arrogancia de los poderosos, con tu esperanza su idolatría del dinero, con tu amor la frialdad de su indiferencia; y mantienes en el corazón de los pobres la certeza de que hay reservada para ellos una herencia de alegría»: “Desbordo de gozo con el Señor”.

(Fr. Santiago Agrelo es Arzobispo Emérito de Tánger)
Agrelo, Santiago
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