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Televisión: instrumento para la violencia

lunes, 09 de diciembre de 2019
Desde el escaño por Álava y Unidad Alavesa, fui miembro del cuerpo legislativo creador de la televisión pública vasca. Dejando aparte las discusiones sobre el medio, su control, o su eficiencia, cada vez más me pregunto por ese fenómeno audiovisual que penetra en nuestros hogares para quedarse, silenciar conversaciones humanas, hacernos adictos y cambiar los viejos parámetros del humanismo por los del capitalismo que nos incita al consumo innecesario o a determinadas conductas que contribuyen a la colisión entre los derechos fundamentales.

No voy a nombrar a la empresa que promueve un determinado tipo de programación en la que los sentimientos más bajos del ser humano afloran, o dónde son capaces diariamente de buscar y utilizar como mensajeros personajes de nula ética moral, capaces de vender la parte más villana de sus vidas por pingües beneficios económicos. Lo que sí puedo asegurar es que cuando nos reuníamos los parlamentarios vascos para determinar el concepto de la nueva televisión, se nos llenaba la boca con vocablos como educar, informar, entretener, pero dentro de un espacio moral, legal y educativo.

¿Cuánto tiempo pasará hasta que alguien relacione subcultura de la violencia con programas televisivos?.¿Cuánto tiempo pasará para que alguien diga alto y claro: ¡nos manipulan!, ¡somos marionetas y ellos juegan con nosotros!, ¡somos sus instrumentos para el comercio!; ¡somos su producto para una sociedad impregnada por la zafiedad!.

En estos tiempos dónde triunfan los mequetrefes y se pisan los valores humanísticos que nos hicieron líderes espirituales y culturales del planeta tierra, somos cínicos con nosotros mismos cuando no podemos explicar el retroceso en la cultura, educación, pacifismo, respeto y convivencia. Hemos creado un monstruo que nos devora. No sólo deberíamos declarar alarma climática, también alarma por la violencia integral.

Los programas de máxima audiencia- lo único importante para los mercaderes- son bazofias en las que salen a relucir por tierra, mar y aire, las conductas bajunas de los personajes, las debilidades o las traiciones que muestran la cara amoral de la sociedad en la que vivimos y entregamos a nuestros hijos y nietos, como herencia envenenada para odio, deslealtad, ambiciones dónde todo vale, o posos de miseria que a buen seguro son etiología de conductas violentas.

Escogen a los personajes. Siempre incultos. De escaso recorrido más allá de las malditas canteras que se forman en otros programas dónde son capturados jóvenes que sólo ofrecen su físico, o dónde el diálogo consiste en gritar más y ser un aprendiz de villano. A partir de ahí comienza la carrera televisiva. Para terminar como protagonistas de los llamados realitys en los que se vulneran todos los derechos a la intimidad y se producen escenas o discursos dónde las formas, el lenguaje y el fondo argumentativo no sólo es pobre, es que nos está mostrando las partes más innobles del pensamiento al servicio de la conducta inmediata. Y ahí radica el éxito. Todo aquel que no se comporta como un truhán o un miserable, lo señalan, los del mando a distancia, como "muebles silentes".

Pues debo recordar que hubo otros tiempos. Tan malo como ocultar la realidad, propagar las virtudes del dictador y su régimen, poner en nuestros hogares estereotipos de buenos y malos salidos de aquellas factorías en yanquilandia, es ocultar lo que pasa en el continente de África, con el nuevo colonialismo de las multinacionales, o toda suerte de programas que engañan al público, le hacen ser unos alienados sin conversación o lecturas, para entretenerlos con altas dosis de perversión conductual.

Por eso no logramos entender el fracaso de las medidas contra la violencia de género, por eso no logramos entender la falta de empatía con las personas que viven en nuestro entorno, empezando por las propias familias; por eso somos usa sociedad decadente, y tenemos el mismo futuro que tuvieron Grecia y Roma, cuando de victoria en victoria sufrieron la derrota final, al ser conquistados por los denominados bárbaros, que además eran más fuertes en cuerpo, convicciones y conductas morales.

Echo de menos aquel humanismo cristiano, si bien reconozco que la Iglesia los transformó en gestión del miedo para imponer sus intereses bastardos. Echo de menos la conciencia cívica y los efectos del conocimiento como antídoto para luchar contra la epidemia del mal ejemplo, desenfreno emocional, soledad y tristeza emocional ante un mundo que se ha vuelto inmisericorde con todo lo que no sean intereses u objetivos para triunfar entre las mesnadas de los miserables. Es evidente que ha triunfado el capitalismo, no sólo económico, también en sus coordenadas filosóficas que son las que nos ordenan el pensamiento de la mayoría. Por eso, al sentirme aislado, supongo soy como aquellos habitantes de la vieja Europa, que tuvieron como los españoles un Siglo de Oro, para luego caer en la desgracia y en la basura.

Seremos los últimos en enterarnos. Nos han engañado y manipulado. Nos han ocupado nuestros hogares. Nos están arrinconando si no nos sumamos a la bacanal. Nos estamos autodestruyendo y nada más perverso para ello que esos inventos para comunicarse con las masas. Y es que solo somos masas. Masas de miserables...
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


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