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El Camino de Santiago. Un reto con uno mismo.

viernes, 22 de noviembre de 2002
El Camino de Santiago es una experiencia entre mística y mundana que te atrapa de por vida. Todo el que haya hecho alguna vez El Camino se recordará de esos días de por vida y casi todos admitirán, de una u otra manera, que existe un antes y un después en su existencia. Del Camino de Santiago se dicen muchas cosas y muchos son los motivos que mueven a tantas miles de personas a caminar durante semanas en una misma dirección en busca de una meta. Algunos lo hacen por una promesa, otros lo hacen por que les mueve la fe en Cristo, pero una gran cantidad de personas, quizás la mayoría, lo hacen exclusivamente porque ven en él un reto consigo mismos. Precisamente y aunque parezca paradójico, son los no creyentes los que llegan a experimentar en mayor grado unos sentimientos enraizados desde hace centenares de años entre los peregrinos y que, desde luego aún hoy en día, conservan toda su vigencia. Quizás es que el Camino es tan largo y esta tan impregnado de misticismo, que es casi imposible no contagiarse de esa espiritualidad que rezuma por cada recodo del camino.

El caminante se encontrará a lo largo de los días con una serie de acontecimientos que le harán experimentar diferentes sentimientos. En primer lugar el peregrino experimenta cansancio, a continuación se encontrará con la soledad, lo que le conducirá irremediablemente al recogimiento, posteriormente al fervor y finalmente al gozo.

El cansancio llega con el paso de los días y de los kilómetros, pero también llega la desazón y las ganas de abandonar. Algunas personas realizan el camino por una promesa, lo que de entrada les condiciona, pero la gran mayoría lo hace como un reto personal que nada lo ata, por lo que superar el cansancio y las ganas de abandonar es algo a lo que necesariamente te tienes que enfrentar cada día a partir de los primeros kilómetros. Nadie es capaz de culminar el camino sin que le asalte en algún momento el deseo de abandonar. A veces abandonas momentáneamente, pero vuelves y te dices: lo tengo que conseguir. Y a veces lo consigues y a veces no, pero esto no es una cuestión de éxito o de fracaso. Esto es un reto con uno mismo y el cansancio, el sudor, la fatiga, las llagas en los pies o el frío en el cuerpo serán tus compañeros de viaje.

La soledad se adueñará de ti de una manera que nunca antes habías experimentado. Se habla en el deporte de la soledad del corredor de fondo, pero aquí la soledad viene acompañada de la inmensidad del paisaje por los que discurre el camino. Tanta hermosura, tanta belleza, tanta frondosidad te harán sentir la grandeza de la creación y te sentirás solo e insignificante, pero a la vez te encontraras a ti mismo y a veces ni te reconocerás. El Camino de Santiago es una ruta larga, muy larga y aunque lo hagas acompañado de otras personas, inevitablemente a lo largo de los días y del cansancio acumulado, la profunda soledad te invadirá el espíritu y experimentaras sensaciones hasta ahora desconocidas.

El recogimiento es el estado al que inevitablemente te llevará el cansancio y la soledad. Cada día te sientes más solo, pero más acompañado por ti mismo. Llegas a descubrir sentimientos desconocidos y te llegas a ver como una persona llena de inquietudes, de sensaciones, de imaginación y desde luego de posibilidades. Llegas a descubrir el valor de las cosas cotidianas; te sientes rico y te sientes pobre; descubres la inmensidad del universo y la grandeza de la creación en un minúsculo insecto. Y ves que el sol nace cada día y cada noche las estrellas, y el camino cada día es un nuevo reto lleno de nuevas experiencias y te ves a ti mismo como el centro de la creación y como la nada en medio de la nada, un ser grande pero a la vez insignificante, reconoces tus grandezas y te avergüenzas de tus miserias y te sientes generoso compartiendo agua y comida con otros caminantes y te sientes egoísta tratando de conseguir el mejor aposento para descansar y a veces, sólo a veces, te llegas a reconocer.

Y a lo largo del camino llegaras a ver cientos de imágenes religiosas, pero nunca, en ningún caso, encontraras fanatismo. Aquí no se idolatra a figuras de barro ni a imágenes milagreras. Aquí no se busca la mediación de un santo para conseguir la felicidad. Aquí la felicidad llega porque quieres buscar a Dios, pero lo buscas en ti. Y el fervor te llega y te embriagas de amor aunque no lo busques, aunque no seas creyente, aunque no sea ese el motivo de tu peregrinar. El fervor es algo que todo ser de la creación lleva en su interior. Cada persona, cada animal, cada planta, cada ser vivo lleva el aliento de Dios y aquí lo sientes en cada rincón de cada iglesia, en cada recodo del camino y en las miles de imágenes religiosas con las que te vas a encontrar a lo largo de la peregrinación y en las que, más allá de la hermosura y el bien hacer del artista que las talló, veras la espiritualidad que guió su mano para esculpirlas.

Y el peregrino debe cuidar su paso, porque su obstinado caminar le acercará al Monte del Gozo y al contemplar en la lejanía la meta tan ansiadamente buscada a lo largo de los días, una orgía de sensaciones le asaltarán y le enturbiarán los sentidos. Por un extraño encantamiento desaparece el cansancio y se disipa la soledad. El recogimiento se convierte en algarabía y en ansias de gritar y de exteriorizar los sentimientos, y, el fervor en ansias de compartir la alegría de vivir. Y un extraño gozo lo inunda todo. El gozo del deber cumplido, el gozo del reencuentro con uno mismo, el gozo de la autoestima, el gozo en fin de sentirse parte integrante del inmenso milagro de la creación y es posible, sólo posible, que en ese estado puedas llegar a ver allá, a lo lejos, la luz que aterra y seduce y sentir la presencia cercana de Dios.
Morales, Raúl
Morales, Raúl


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