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¡Vive en Begonte!

lunes, 04 de noviembre de 2019
Mis padres habían emigrado a Argentina. Recuerdo desde niño que mi abuelo, cuando acababa sus labores, se dedicaba a seguir las noticias de Galicia y de Lugo en especial, pues mis progenitores eran de Begonte . Cuando llegaban las fechas navideñas la casa se engalanaba con la decoración propia de esas fechas y la mesa siempre estaba repleta de dulces, pero a pesar de que, como todo niño,siempre está pensando en que regalos le dejarán los Reyes, yo percibía cual singular tufillo un ambiente impregnado de tristeza que se intentaba superar proyectando los adultos luminosas sonrisas de dicha pero, como digo, aún con ello no desaparecía esa nota de “morriña” .

Un día, en tanto esperábamos que mamá preparara la cena navideña, el abuelo estaba sentado en la puerta en un banco y, al lado de él, como fiel compañero, dormitaba nuestro perro, y entre sus manos tenían una postalita, pensé que era una foto de mi fallecida abuela o de cualquier otro amor temprano de su juventud, pues me habían dicho que en sus tiempos mozos era un verdadero galán. Como acababa de llegar me hice el indiferente como que no me interesaba lo que él observaba con tanta atención, pero mirándome me dijo:

-“ Ven, Pepito, te voy enseñar un regalo que me mandaron el año pasado unos viejos amigos de Begonte”

Extendiéndome aquello comprobé que era un calendario que por su parte delantera mostraba la foto de un Belén. A lo que le respondí:

“ Es un Belén”

Y él me apostilló:

-“ No, Pepito, no es un Belén cualquiera, es el de Begonte, el de Terra Chá y, cuando llegan estas fechas me siento muy triste porque por tener la salud muy minada, por no permitirme los facultativos poder hacer periplo tan grande no puedo estar allí. Pero te aseguro que aunque sea en el último viaje, antes de dejar este mundo he de a él ir”.

La voz de mamá nos alertó de la realidad diciendo:
“ Voy a poner la mesa, venid cuándo podáis!!”

A la llamada de ella pronto entramos, papá ya estaba ayudándole, y los cuatro nos sentamos, cómo siempre se hacía en las comidas , el abuelo, por ser el mayor se aprestó a bendecir los alimentos y al terminar de hacerlo se emocionó mucho y le embargó el llanto. Mis padres le preguntaban:

“ ¿ Por qué lloras, abuelo?”

Y él contestó:

-“ Por mi esposa, por tus padres, dirigiéndose a mi papá, que ya fallecieron, por todas nuestros familiares, aquellas figuras que no están físicamente pero las veo aquí porque están en mi corazón”

Y yo también pensé que alguna de aquellas lágrimas era porque aquel belén que teníamos montado sobre una mesa le recordaba el de Begonte, ese que me había mostrado hacía unos instantes.

Pasó aquella cena, con más o menos tristeza y alegría, entramos en otro año, pasaron algunos meses y , por desgracia, una mañana me desperté con los lloros desconsolados de mis papás que me abrazaban y decían:

¡”Pepito, Pepito, él abuelo se ha ido, se ha muerto!”

No quiero explicar porque no hay palabras que puedan definir el dolor que supone la pérdida de un ser querido. La casa se volvió silenciosa, triste, apagada, porque falta la llama del último mayor de aquel hogar. Le tenía miedo a que llegara la Navidad porque faltaba quien siempre la bendecía y no sé si mi papá tendría ánimos de hacerlo. Mamá iba cada vez que podía a llevarle flores al cementerio a él y a los otros abuelos como hacía siempre. Le ofreció misas. Un día me recriminó el cambio tan drástico que había dado, pues antes de fallecer él le acompañaba a rezar en la tumba de los otros ascendientes y ahora me negaba a hacerlo.

Yo le contesté con cierta tierna y dulce seriedad :

“ Mamá, perdona, pero he decidido visitar al abuelo, donde está viva su alma , y no en el lugar que reposan sus inanimados restos”.

Mi madre quedó tan atónita que respondió algo colérica:

¡” Qué dices, niño. Te has vuelto loco!”

Quedó muy preocupada con esta breve conversación y nunca más abrió la boca para tratar ese tema. Sería por noviembre, después de Santos, ya habían pasado años, yo ya era un joven universitario y les dije a mis padres que unos amigos y yo habíamos decido venir a España y hacer El Camino de Santiago , el tramo desde Ponferrada a Santiago. Les pareció muy bien , pues supongo que mi madre pensó que ya era hora de que me volviera a tomar las sendas religiosas de las que, desde el fallecimiento del abuelo, me había alejado. La fecha elegida fue en Navidad, ni mis amigos sabían que el motivo de ser yo el que propuso tal viaje era para ir a Begonte. Tiempo tendría de hacerlo cuando pasáramos por allí. Llegó el día de emprender el viaje y nos vinimos para España. Comenzamos la ruta en Ponferrada, según lo previsto y tras tres o cuatro días de caminata encontré en el Camino un calendario de Begonte y en su reverso escrito:

-“ Allí nos vemos, besos”

Cogí la estampita y la guardé sin que mis amigos s e percataran de ello. Cuando llegamos a Paradela les dije que yo iba a desviarme por la ruta que lleva a Begonte pues allí iba a visitar a alguien , si lo deseaban podían venir conmigo y verían un Belén de fama nacional. Hice el camino muy nervioso y preocupado, tan intranquilo como cuando aquel niño esperaba que le regalarían los Reyes Magos. Me había dado confianza aquel mensaje que encontré en el almanaque. Al llegar a Begonte todo estaba lleno de autocares y coches de visitantes, era un día de mucha concurrencia como suele ocurrir desde su inauguración hasta el cierre a finales de Enero.

El día estaba muy nublado , pero repentinamente se hizo un claro en el cielo, era tan luminoso que atrajo mi atención, no así las de mis compañeros, y allí vi unos rostros desconocidos y entre ellos el de mi abuelo que me decía:

-“ Mira, aquí estoy con los que fueron el alma mater del belén y con los demás que tanto hicieron por él y que sepas que siempre estoy vivo en esta Terra Chá pero solamente a ti, nieto mio, me apareceré para decirte que en la Flor de Begonte, este Belén estamos todos y cada uno de sus pétalos, los que queremos a esta tierra por eso, recuerda, aquí no hay muerte y si plenitud de vida , de amor y cariño por todos, porque en este lugar los corazones siempre laten y en Navidad con plenitud lo hacen.

Entramos, rezamos y vimos aquella maravillosa y espiritual y terrenal obra, pues en ese Belén es el punto de intersección entre los caminos de la tierra y los del cielo, por eso brilla con fulgor la vida como la de mi abuelo. Después de varias semanas regresé a mi casa en Argentina, junto a mis padres que me preguntaron :

“ ¡ Bienvenido! Y¿ Qué tal el camino?”

A lo que les dije :

“ Muy bien, vengo de donde está el abuelo”

Sorprendidos dijeron:

“ ¿Dónde?”

A lo que contesté:

“ Donde está en todo el tiempo el amor encendido y en el invierno se levanta en llama viva, en Begonte, en su Belén .”
Pol, Pepe
Pol, Pepe


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