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Caudillo

lunes, 14 de octubre de 2019
Fui alumno del profesor Francisco Javier Conde discípulo de Carl Schmitt catedrático de derecho Político de la Universidad Complutense de Madrid y me empapé de su interpretación de Nicolás Maquiavelo y de su delirante teoría del caudillaje. Me dió Caudillomatrícula de honor, entre otras cosas porque era el delegado de curso y me sentaba en primera fila fascinado por su raptus verbal.

Después en mi Vespa de vuelta a Moncloa le comentaba a Aury Valcárcel entre escarceos a carcajadas los despropósitos del profesor que me parecían esperpénticos. Mi amistad con la gran Aury me abrió las puertas a la tertulia de su madre la pintora Aurora Valcárcel en la calle del Sacramento frecuentada por muchos intelectuales inconformistas como Ortega que para mí me parecían librepensadores en aquella España del pensamiento único, de rosario y camisa azul.

Mi padre era anglófilo apasionado de Winston Churchill, mi madre era franquista hasta la médula porque nos había salvado del comunismo y yo era rebelde contrario acérrimo de la dictadura y devorador de toda clase de libros. El 'yo contra' de Unamuno, podía definir mi estado mental del momento.

Esa masa ingente de hombres sometidos a un Caudillo, un Duce, un Fuhrer me producían náuseas y siguen repugnándome tanto como el aceite de hígado de bacalao que me sumistraban en casa porque estaba muy enclenque larguirucho como era.

Consideraba a todos aquellos exaltados con el brazo en alto mascullando consignas como borregos sin ninguna personalidad. Aun hoy esos personajillos de café escupiendo baladronadas imaginarias de proezas que luego resultan ser cobardes corderos las más de las veces impotentes me producen asco cuando no piedad.

En tiempos de los romanos el dictador lo era por un tiempo determinado un año con plenos poderes, pero luego mandaba el Senado. Se enmendaban los entuertos, hoy se podría recentralizar España, dotar de rapidez a la justicia, impartir una educación y una historia homogénea en toda la nación y otras lacras que necesitarían de lo que Joaquín Costa llamaba un cirujano de hierro, pero sin que este bombero y sus justicieros se Caudilloadueñaran del gobierno, camparan por sus reales y se repartieron el botin.

Escribo estas líneas contemplando atónito los sucesos revolucionarios que sacuden a Ecuador y el duelo a distancia entre Lenin Moreno y Rafael Correa, detrás de este último se adivina la nostalgia del caudillaje carismático.

Esta tentación de nuestros hermanos sudamericanos por el hombre fuerte, por el ordeno y mando, para convertirse en borregos sin dignidad, ante la incapacidad de llegar a acuerdos y espolear el avance cultural, social y anímico de un pueblo.

Mario Vargas Llosa considera que la peor de las democracias es mejor que una dictadura. La democracia es el menos malos de los sistemas políticos escribía Winston Churchill. El gobierno del pueblo por el pueblo exige una madurez de los ciudadanos, que no son ni vasallos, ni súbditos que están instruidos y tienen condiciones de vida dignas. Es el resultado de nuestra cultura judeocristiana con raíces grecolatinas.

Toda esta perorata, querido lector, es para clamar por la dignidad de las personas y la defensa de las libertades y oponernos a todas las dictaduras.

Por eso es lamentable que el Divino Pedro haya resucitado a Franco y ahora fomente su culto con su exhumacion truculenta.

El Valle de los Caídos ha sido como un museo de Madame Tussaud de lo que fue la dictadura franquista y la exaltación del nacionalcatolicismo y una advertencia a todos los españoles para no resucitar a nuestros demonios particulares.

La Transición española asombró al mundo y la permanencia del Valle representa el respeto de la historia de España al igual que la momia de Lenin previene del despotismo del comunismo totalitario o el sepulcro de Napoleón es una página de la historia gala y el horror de la sangre derramada por las ideas políticas.

No queramos caudillos, deseemos ciudadanos con plenos derechos y deberes, seamos hombres y no borregos.

Joaquin Antuña - joaquinant@hotmail.com
Antuña, Joaquín
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