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Superclímax en Nueva York

sábado, 21 de septiembre de 2019
Pedro I el Divino de Pozuelo estaba exultante lo había conseguido. Se había desembarazado de la chusma que le llevó al poder y ahora podía cumplir su sueño ser la prima donna de la reunión de Naciones Unidas contra el cambio climático. Ver a su Begoña emular a la mujer de Trump en elegancia y convertirse de facto en una de las primeras damas del mundo mundial le hacía estremecerse.

Dio una ojeada a la prensa y constató que ningún analista había acertado con el porque había forzado a Felipe VI a desbordar la Constitución sin designar candidato a la investidura. Rajoy había renunciado. Pedro I el monarca de Pozuelo había impuesto su punto de vista y emulando a Napoleón le había arrebatado la corona y se la había puesto Superclímax en Nueva Yorka sí mismo.

Ningún periodista había comprendido que una investidura le hubiera impedido ir a Nueva York una semanita a alardear de Superheroe de cómic para salvar el mundo, en convertirse en una parodia de Superman, de Batman y de Spiderman. Se había librado del hortera de la Navata, con su ridícula coleta, sus zafias camisas y su verborrea de charlatán de feria de ganado.

El Divino levitaba como el padre Pío de Pietralcina. Se sentía muy superior a esa canalla que le rodeaba y que le empequeñecian. No comprendían que el orbe necesitaba un personaje grotesco como él, henchido como un globo, un Kennedy sin el lastre de un padre nazi y de una pandilla de hijos fornicadores. El mundo me necesita soñaba despierto el Divino Pedro.

Que hubiera significado tener el engorro de volver a escuchar a esa pandilla de mediocres vomitando discursos en que se atrevían a poner en discusion, ellos los enanos, a mi que soy Superclimax, aunque Begoña a veces no pueda aguantar tanta farfolla grandilocuente y bipolar y me mande al sofá a dormir mi borrachera de poder. Incluso esta bellísima bilbaina no llega a comprender mi grandeza.

Había pedido a Irene su ventrílocua, la enaltecida campeona de la España global, nada de marcas que suena a barato y mercantil. El Divino ignoraba a Carlomagno. Era superior‎ nada menos que el prota, mejor que protagonista de un manga japonés de esos que le gustan a Arturo, mientras yo, se miraba con arrobo al espejo soy Superclímax, la prima donna del ambiente, pero sin Uralde en bicicleta.

Hasta El País, sus siervos, sus testigos de su grandeza habían tergiversado su negativa y esto sin necesidad que el gallo cantará tres veces a aceptar las propuestas de los desbaratados y desmadejados podemitas y ciudadanitos, le importaba un santo carajo todas esas vacías monsergas del bien de su Plrurilandia, de la dignidad y de la compustura. Ignorantes no sabían que bajo sus atildados trajes y camisas blancas se velaba, se ocultaba su traje de Robocop del espacio, una figura gigantesca que derrotaba al ‎cambio climático y todas esas sandeces tan en boga, era Superclimax y se iba a lucir palmito a la Quinta Avenida y a dar el do de pecho en la mismísima Asamblea General de Naciones Unidas. Su Majestad Pedro I llegaba en este momento a un casto orgasmo, que era vivificador, no como los de Domingo persiguiendo y palpando a jóvenes divas, no él era la prima donna, Superclimax.

Su mentor, Iván que actuaba de mayordomo y de lacayo del Divino, impidió que unos Superclímax en Nueva Yorkdesaprensivos loqueros se llevaran a Cienpozuelos a este enloquecido Superclímax, les indicó que tuvieran paciencia, ya llegaría el momento, ahora su marioneta tenía que desempeñar su mejor papel, Superclimax en la gran manzana.

El Falconcrest estaba preparado. Los motores encendidos. Pedro I el Divino fundador de la estirpe de la dinastía de Pozuelo abordó el aeroplano‎ y al despegar cerró los ojos detrás de sus gafas de diseño y suspiró. Habia nacido Superclímax y sus hazañas harían palidecer al planeta.

Joaquín Antuña - joaquinant@hotmail.com
Antuña, Joaquín
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