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La juventud bancaria en el siglo XX (16)

martes, 03 de septiembre de 2019
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Rendimientos

La juventud bancaria en el siglo XX (16)
Cuando ya llevaba Queimadelos varias semanas en el Banco y se había cerciorado de que el esfuerzo de aquel tiempo por profundizar en las materias bancarias, unido a la preparación de las oposiciones, le permitían un hondo estudio de cualquier materia, procuró agenciarse algunas obras de las existentes en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles de la Coruña que versasen sobre el tema de la rentabilidad.

Al cabo de varios días de concienzuda investigación pudo fijar en su mente las ideas fundamentales acerca de esta materia.

Asimiló, pues, con toda precisión, estos y otros principios: Ante todo, el conocimiento básico de que el interés es el núcleo de toda política bancaria. Y subsiguiente a esta causa, los efectos derivados; que no sólo los Bancos sino toda organización de tipo mercantil descansa sobre posibilidades de beneficio o de pérdida; lo que es igual a imaginarse la cúspide y el abismo. Desprendiéndose de todo esto que lo esencial en administración es distinguir a suficiente distancia los procedimientos que conducen a una y a otra situación.

Según las enseñanzas obtenidas de la compulsa de textos, que no eran sino la ratificación y ampliación de sus conocimientos personales, ya es beneficio incluso la centésima parte de una peseta, mínima fracción monetaria utilizable en los cálculos mercantiles, e igualmente es pérdida esa misma fracción en carácter negativo. Esta fracción insignificante, refiriéndola a la unidad de producción, de venta o de explotación, resulta irrisoria, pero aplicada a grandes rotaciones financieras las consecuencias son lejanas y paradójicas. Un beneficio mínimo, pero de tendencia por lo menos consecutiva, puede generar fortunas. Una pérdida mínima, constante y no anulable, desemboca fatalmente en la ruina, e incluso suele llevar aparejadas repercusiones para la economía de terceros, por efectos de la quiebra, mal social de fatídicas consecuencias.

En aquel momento, al cimentarse el beneficio en porcentajes mínimos, se hace precisa una técnica administrativa dotada del mejor raciocinio y de la más rigurosa matemática para asegurar, por lo menos, la consecución de un rendimiento normal. Es tan delicado esto, que pequeñas deficiencias administrativas pueden convertir este corto rendimiento en resultados negativos; y como la progresión de beneficio a pérdida tiende a separarse prolongándose en lo infinito, es harto difícil recuperar las cantidades consumidas, que para igualarlas al resultado positivo habría que obtener el importe de esa misma pérdida más el de la posibilidad lucrativa. Potencialmente una pérdida no es la distancia entre la cantidad consumida y el nivel estable del capital, sino entre esa misma cantidad y la que debiera haberse obtenido aplicando al capital una proporción de rendimiento moderado.

Concretando las leyes de rendimiento a las empresas bancarias se hace notar que, pese a sus módicos porcentajes de intervención, se obtiene un rendimiento normal; normal siempre que las operaciones hayan sido llevadas con la necesaria prudencia. De observar antiguas liquidaciones conservadas en los archivos del Banco se había enterado Queimadelos de que la Banca ha ido reduciendo paulatinamente los tipos de sus comisiones, y paralelamente a ello se habían incrementado sus gastos, sobre todo en lo que se refiere a las remuneraciones del personal; ese enigma, el por qué los beneficios anuales no solían disminuir a pesar de la divergencia entre comisiones y gastos, le resultó solucionado por las estadísticas de movimiento al comprobar en ellas que los aumentos de volumen operante en función de la reducción de comisiones acusaban beneficio con respecto al producto de los movimientos anteriores por sus porcentajes elevados; a la vez que resulta lógica la economía de tiempo, y por tanto de personal, al implantar sucesivas simplificaciones y perfeccionamientos en los métodos de trabajo, así como la igualdad de esfuerzo requerido por un mismo número de operaciones fuesen éstas de importante o de reducida cuantía.

También parece a simple vista que la reducción de las comisiones pudiera afectar el rendimiento del capital-acciones desnivelando sus porcentajes normales; prácticamente no ocurre así a menos que las condiciones legislativas lo afecten, puesto que el capital de las empresas bancarias procede en su mayor parte de cuentas acreedoras a las que se les asigna un interés anual reducido. Esto resulta más claro si se tiene en cuenta que el capital suele guardar una prudente relación con las cuentas pasivas en función de la garantía de las mismas, manteniéndose una situación de casi regular constancia con respecto a la masa operante, y esa proporcionalidad que guarda resulta favorable para la asignación lucrativa del capital social.

Analizando la emanación de las pérdidas y de los beneficios, observó que éstos son los acrecentamientos del capital, mientras que aquéllas son las disminuciones, recogidas estas variantes a medida que van contabilizándose los hechos mercantiles en cuentas al efecto que permiten detallar el resultado de las operaciones realizadas con independencia de los totales patrimoniales. Quedaba así delimitado y concreto el rédito o compensación del proceso lucrativo, resultante de la diferencia entre los bienes invertidos en un acto de producción y los bienes líquidos o netos de la misma. Por razones de origen, las cuentas que recogen estos resultados están vinculadas con la representativa de la hacienda en explotación, siendo como vástagos de ella.

La gestión que engendra estos vástagos del capital se sirve para lograrlo de una distribución del mismo en inversiones de rendimiento o meramente especulativas, y en inversiones de medios o posibilidades, que son aquellas que crean el ambiente adecuado y apoyan la vivencia de las especulativas. Para lograr estos fines en una explotación que, como la Banca, se caracteriza por sus mutaciones constantes, ha de dársele una gran movilidad al dinero invertido, pero todo ello con un tacto exquisito por cuanto esa misma movilidad puede conducir al vértigo de la caída igual que a un rápido acrecentamiento.

El lucro, a través del ejercicio, es una adición del capital; adición pero no fusión, que obra sus mismas funciones, que está sometido a unos mismos avatares, a beneficio o pérdida. La pérdida es un vacío que merma la eficacia global productiva del activo. Resulta, pues, que los beneficios son un interés que, por dejarse en el negocio hasta determinadas fechas, se hace compuesto a rotación simultánea, y engendra por sí mismo un rendimiento acumulativo. La pérdida es una tara que absorbe cierta porción del capital, la cual en caso de no existir aquélla podría ser invertida en valores productivos.

A Queimadelos le resultaba curioso observar que, contablemente, llamando contabilidad al reflejo de la posición del capital, ni la ganancia ni la pérdida significaban desigualdad entre las partidas del activo y del pasivo, pues la pérdida es una transformación del capital en débito figurativo o matemático, no explotable, y por consiguiente esfumación de los valores que sustituye; ganancia simboliza los elementos que han incrementado el activo, sin acreedor concreto a quien deberse.

En final de ejercicio, con las transferencias de saldos de las cuentas de resultados quedará regularizado definitivamente el conjunto financiero que operó a través del mismo. No podía llegarse a una distribución de beneficio sin previo saneamiento de las pérdidas, caso de que las hubiese, para mantener la integridad del patrimonio; los beneficios netos resultaban del sobrante de lucro que queda una vez enjugadas las partidas de gastos irrecuperables. A tenor de todo esto, era de considerar que la contabilización de las pérdidas y de los gastos es una garantía para el cliente por cuanto puede estar cerciorado de que han de cancelarse con la aplicación de beneficios presentes, de reservas o de beneficios futuros, siempre que no existiesen en el ejercicio corriente, así como también por reducciones de capital en el caso extremado de que no hubiese otra solución.

Al meterse incidentalmente en el terreno de las reservas, al prolongar el análisis de los beneficios hasta sus últimas aplicaciones, aprovechó para estudiarlas del modo más esquemático y preciso posible. Venían a ser la agrupación de cierto beneficio saneado que se conservaba en la explotación sin incorporar al capital, y cuya finalidad era la de enjugar los fallos que, andando el tiempo, pudieran presentarse, a la vez que incrementaban la masa operante. En lo social, las reservas permitían arriesgarse en proyectos elevados, pero complejos, que de otro modo no hubieran podido realizarse sin poner en peligro el capital base.

Paralelamente a las reservas, existían otros bloques temporales, denominados previsiones, destinados a cubrir fines cuya presentación había de darse en un tiempo determinado. Previsiones y reservas tienen la afinidad de proceder de beneficios y estar compensadas por un activo real; tienen la discrepancia de que las previsiones esperan un destino ya conocido de antemano, mientras que las reservas lo serán para imprevistos.

Muy cerca de las previsiones y de las reservas había que situar a los fondos de amortización, que consisten en un pasivo destinado a reponer las mermas de ciertos valores susceptibles de deterioro o depreciación, mientras que las reservas son un capital supletorio. Los fondos de amortización están saneados y prontos a cubrir las deficiencias del negocio; pero su punto de natura es común: un cargo en la cuenta de pérdidas y ganancias.

Si la amortización se efectuase por reducción de activo, es decir, eliminando contablemente de la cuenta que represente el valor de aquella fracción que sufriese demérito, la función de los fondos de amortización hubiese sido actual y se evitaría su permanencia involucrativa.

En cuanto a reservas se refiere, Queimadelos había libado las enseñanzas básicas de que después del capital son una masa de recursos, distinguiéndose de aquél en que provienen de beneficios y en que su existencia suele ser facultativa unas veces, jurídicamente obligatoria otras, y generalmente temporal. Los bienes que constituyen las reservas se encontraban confundidos en el activo, teniéndose referencia de ellos por la cuenta acreedora representativa de estos recursos. Las reservas, conservación de ganancias, es el pasivo parcial y aislado de la cuenta de resultados, una porción retenida de uno o de varios ejercicios traspasada a la suya correspondiente por una mera conjugación de denominaciones, formulando un apunte inversivo del saldo de beneficios. Por consiguiente, reservas es la contrapartida pasiva de un excedente de valores dispersados por las distintas cuentas activas, aunque también es corriente que toda o parte de la reserva tenga una clase de inversión independiente. En cuanto al cliente, las inmensas reservas que tiene modernamente la Banca forman, en unión del capital social, un conjunto de solvencia imperecible.

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El capital, instrumento de finanzas

La juventud bancaria en el siglo XX (16)La biografía profesional de Queimadelos es reflexiva del elemento personal interviniente en la función productiva de la Banca; pero sería incompleta de no tenerse en cuenta que tan imprescindible es para la eficacia de la labor del empleado la existencia del capital social de la empresa como es indispensable a ese mismo capital un juego de inteligencias que dé vida a su existencia y lo traduzca en masa operante. Si vemos al hombre actuando en el negocio es porque ha existido un recurso primario: el capital, que ha hecho posible la inventiva de la actividad financiera.

En el Banco de Crédito y Ahorro, en el mundo de las finanzas, existe ese otro personaje actuante: el capital, que es la riqueza sometida a la producción de nueva riqueza, que son los valores destinados a la producción mediante gestiones oportunas. En Banca el capital manipulado procede de la distribución de sus acciones y de las múltiples aportaciones de su clientela. El historial de las aportaciones lo recogen las cuentas del pasivo, mientras que el activo presenta la serie de agrupaciones a que han sido destinados los fondos.

Por la hoja balance de situación diaria, tantas veces confeccionada por Queimadelos, conocía el engranaje de las diversas porciones de la masa capitalista. Ya en la academia donde hizo su preparación para el ingreso le habían enseñado que los valores patrimoniales se clasifican por orden de disponibilidad para estudiarlos con miras a la previsión de operaciones. Recordaba, y. lo amplió luego, que los valores del activo pueden ser permanentes unos, y perecederos otros. Permanentes son los de caducidad determinada y fija, que se irán de la empresa no por deterioro sino por cumplimiento de convencionalismos financieros o contables. Perecederos los que tienden a desaparecer, bien por caducidad propia o por efectos del uso. Esos mismos valores activos también pueden considerarse bajo los aspectos de: inmovilizaciones, cuando se trate de capital fijo, invertido en medios que hagan posible y constante la explotación; y valores de cambio, cuando estén destinados a dar movilidad y financiación a las operaciones bancarias.

Así observado el activo, resultaba ser la masa productiva del negocio; también la garantía de las obligaciones figuradas en el pasivo. Su actuación debe dar unos resultados que compensen los intereses de los capitales acreedores, que amorticen los deterioros y depreciaciones, y finalmente, que lucren el capital social invertido.

De la diversidad de valores activos que son causa de beneficio para la empresa, había que exceptuar, por ser el hueco de los desaparecidos, el importe de las pérdidas.

Ateniéndose al carácter intrínseco de las cuentas del activo, se distinguían en ellas, por orden de afinidad, los valores en sustancia, que son las inversiones materializadas; las deudas de terceros, o derechos que nos corresponde percibir; y los valores de gastos, que pueden ser pérdidas definitivas o inversiones destinadas a complementar y fomentar operaciones lucrativas.

Contablemente, la posición de las cuentas que recogen las distintas manifestaciones del capital se presentan en tres aspectos completamente delimitados: situación necesaria y funcional de débito, caja, cartera, mercaderías, etc., que no pueden pasar a situación inversa; posición necesaria de crédito, capital, beneficios, reservas, etc., que en ninguna situación normal podrían colocarse en débito; y posición ocasional, las cuentas de terceros, que pueden cambiar de características.

En el campo administrativo había que estudiar la organización de los valores en orden a su situación financiera, o sea, la serie de derechos y obligaciones latentes. En orden de previsión financiera, para asegurarse de que los valores estuviesen organizados de un modo tal que se pudiese hacer frente, en todo momento, sin demoras ni malversaciones, a las obligaciones que se presentasen. En orden de previsión era importantísimo considerar que los derechos sólo pueden apreciarse como beneficios a realizar, y por tanto relativamente inciertos para hacerlos figurar como compensadores de las obligaciones. En principio, tan probable es la consumación de los derechos como de las obligaciones, pero una obligación sin previsión puede tener complicaciones, mientras que los derechos no estimados siempre estarán oportunos cuando se logren.

Completando el estudio de los bienes sociales era de tenerse en cuenta que el capital y las reservas son acreedores condicionales que responden a convencionalismos contables; mas no así las restantes cuentas del pasivo ante cuya inminencia es necesario disponer de un activo fluido que asegure su liberación al presentarse el vencimiento respectivo.

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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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