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La juventud bancaria en el siglo XX (15)

martes, 27 de agosto de 2019
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Efectos de crédito

Relacionada con la Cartera de efectos existía otra cuenta en la hoja balance: la de Efectos de Crédito, que Queimadelos analizó basándose en su contabilización y en los La juventud bancaria en el siglo XX (15)detalles del balance mensual.

Efectos y crédito: denominaciones que le resultaban elocuentes para expresar las características de esa cuenta. Como efectos, en lo substancial habrían de reunir las particularidades de los documentos de cambio; como variante del crédito bancario no podían ser otra cosa que un procedimiento de confianza, de fe entre el Banco y los concesionarios de la operación. Reflexionando en esto, Queimadelos no encontró otra explicación para determinar el crédito, en su acepción bancaria y considerándolo elementalmente, que la de idealizarle como prestación de capital a un tercero que lo necesita para lucrarse y que cuenta honradamente con reintegrar al Banco de tal importe, así como de agradecer ese favor cediéndole una pequeña parte de su beneficio en proporción a la suma prestada. Con la idea de los efectos de crédito asociaba las de considerar que las cesiones a plazo, las transacciones de valores sin que medie de momento una entrega en otras especies o en moneda y los préstamos sin garantía prendaria, son un fenómeno más de mutua confianza entre los contratantes.

Cogió los detalles amplificativos del balance del último mes y analizó las partidas que lo integraban. Constaba allí el importe de cada efecto, su vencimiento, librador, librado, y unas indicaciones señalando la persona o entidad que soportaba el riesgo de la operación con respecto al Banco. No era, pues, del mismo tipo que el detalle de Efectos descontados; no eran ni siquiera operaciones cambiales en las que girase la función bancaria en torno a la letra descontada: la letra, aquí, era un instrumento de crédito general, no una consecuencia de transacciones mercantiles. Para el cliente, esta clase de préstamo era un simple crédito que necesitaría cancelar a un vencimiento dado, pagando la letra que había aceptado y que obraba de documento resarcitivo. Para el Banco era una concesión de fondos cuyo reintegro estaba garantizado por la fuerza ejecutiva de una cambial. Ocurría que no siempre era solicitada esta clase de préstamos por clientes habituales; más concretamente por comerciantes que destinasen al Banco su papel, sino por meros particulares; su falta de antecedentes frente al Banco, lo relativo de su solvencia, les llevaba a apoyarse en clasificados o en clientes prestigiosos para dar así la necesaria garantía a esta clase de operaciones; librando a su cargo un buen cliente, o avalando la operación, el riesgo descansaba en el solvente por cuanto se podía recurrir contra el en caso de que el librado rehusase cumplir su deuda. El efecto se descontaba seguidamente, y el beneficiario podía disponer desde aquel instante del efectivo de la operación.

Que esta clase de préstamos no era de tipo financiero lo demostraba el hecho de que los solicitantes fuesen individuos generalmente desconocidos como clientes habituales; aquel dinero se destinaba principalmente a necesidades hogareñas; luego era consuntivo, sin repercusión económica directa, puesto que no fomentaba directamente la producción, pero de finalidad humanitaria y social, ya que levantaría ánimos caídos, curaría enfermedades y sería instrumento de recuperación.

Por asociación de materias, puesto Queimadelos a estudiar las operaciones crediticias, se extendió en documentarse referente a las más comunes, considerando como tales aquellas que vio reflejadas en los primeros diarios que resumió.

Que contuviesen en su denominación la palabra “crédito”, como exponente de su primordial característica, halló las cuentas de crédito con garantía personal, de valores, hipotecaria, de mercancías y de cosechas; con volumen excepcional la de Comitentes por créditos comerciales. Pero antes de indagar las particularidades de cada una, valiéndose de escasas luces que malamente le permitían comprenderlas, prefirió ampliar sus nociones acerca del crédito bancario. Para ello siguió el mismo procedimiento que para las otras clases de operaciones:

Análisis detenidos de los apuntes contables que se hiciesen en el Banco, y concreción y ampliación de textos que versasen sobre aquellos temas. Al alcance de un novato en Banca no podía existir más experiencia que la que destilase en preguntas y conversaciones con sus jefes y con sus compañeros más antiguos; luego sus raciocinios habían de ser eminentemente teóricos, comprobados seguidamente con los trámites oficinísticos a ellos correspondientes. No podía existir –creyó Queimadelos- un sistema pedagógico en materia bancaria, en el polifacetismo de conocimientos que forman la ciencia de los negocios, más perfecto que el de bucear ideas en los indicios particulares que presentase cada diario, cada carta mercantil, cada conversación surgida al azar entre un cliente y un empleado de la casa, entre los mismos jefes y empleados; convertir después estas ideas en lecciones científicas, y comprobarlas con la práctica observando su verdadero alcance y aplicación a la organización bancaria a que se pertenece.

Limitarse a la rutina de hacer diariamente un trabajo que fue explicado al encargarse de él, pero que en aquellas explicaciones sólo se hizo memoria del engranaje de sus trámites, sin preocuparse de ampliar conocimientos, de analizarlo día a día para comprenderlo mejor, y para eliminar cuanta tarea pueda ser sustituida por un aquilatamiento de organización, es perder el tiempo lamentablemente, es postergarse en un ostracismo profesional; mas por ventura, tales indolencias representan un porcentaje mínimo en la plantilla de los Bancos; el por qué nos lo dan los alicientes de superación que emplean las entidades de este gremio.

En su mariposeo bibliófilo encontró monografías que le hicieron comprender la magnitud de acción del crédito bancario. Una idea generatriz le orientó en sus estudios: “El crédito es una moneda contable que suple a la efectiva que habrá de recibirse en su día”. Lo había leído en un tratado de Administración financiera. Es una moneda contable…; entonces la práctica mercantil actúa con fondos inexistentes siempre que procedan del crédito, es decir, que no posee en plena pertenencia; propios o no –la diferencia estriba en los intereses que devengan los préstamos- el comerciante y el industrial disponen de unos medios que, sin esta facilidad, no podrían utilizar, y es natural que les saquen un rendimiento superior, con lo cual aumenta la cifra de negocios, y en secuela, la riqueza de todo el país.

Con respecto a la entidad prestataria, esa moneda suple a la efectiva que habrá de recobrarse; y si la suple no disminuye su capital, no se mengua su garantía frente a terceros ya que los préstamos recibidos se corresponden con la recuperación de los emitidos. Pero aún disponen de otras garantías los Bancos, tenaces en ofrecer al público una solvencia indestructible: además de compensar los créditos, de los cuales sólo una cifra insignificante puede resultar incobrable dadas las formalidades con que se emiten, presentan su enorme capital constituido en acciones, sus reservas considerables, sus inmovilizados imperecederos, su cartera de renta, y varias otras.
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Cuentas corrientes, de ahorro, e imposiciones a plazo.
La juventud bancaria en el siglo XX (15)
Próxima a la mesa de Queimadelos estaba la sección de Cuentas Corrientes; por ello, con sólo oír las conversaciones de los empleados y con fijarse en las operaciones que allí se realizaban le fue sencillísimo conocer la organización y trámites del negociado, así como la función de la cuenta de Mayor del mismo nombre.

Los trámites contables que allí se llevaban a cabo eran fundamentalmente un englose y desglose sucesivo de fondos; aportaciones o retiro de los ya existentes; una admisión de entregas y un despacho de talones. Todo ello controlado por idénticos y confrontables apuntes en un libro auxiliar, por cifreros resúmenes del movimiento diario, por balances de situación periódica y por el punteo diario de la contabilización de los documentos de Caja afectos a esta clase de cuentas. En lo legalístico existía la comprobación de firmas estampadas en los documentos con las fichas de apertura, del timbrado, de las posiciones del saldo, de los poderes y autorizaciones, y de cuantos otros extremos hicieran normal y auténtica la documentación tramitada.

Desde el primer momento asoció esta sección a las Cajas de Ahorros; ambas eran modalidad de atracción de capitales, teniendo su razón de ser en la conveniencia de incrementar el fondo operante. Cuentas corrientes era, pues, una fase de producción; siendo los factores de esta producción los recursos naturales, la empresa, el trabajo y el ahorro, esta sección era la conversión de este ahorro en masas susceptibles de una eficaz e importante inversión.

Realmente la Banca –empezaba a verlo claro- no hace otra cosa que operar con esos recursos, amén de su capital propio, imprimiéndoles acumulación y movilidad organizada. De los recursos naturales recoge su síntesis, su representación en cambio, que es la moneda, y con ella aviva el desenvolvimiento de otros recursos gestantes, en período de formación, generalmente propiedad y en poder de terceros, que una vez liberados, o sea, convertidos en fiducia, permiten reintegrar al Banco esa especie de anticipo de producción, sobrando, normalmente, un margen que satisfaga al acreditado. Para llevar a cabo estas funciones el capital operante se asocia en empresas magnas –cual lo reflejan las acumulaciones de los depósitos en cuenta corriente, a plazo fijo, y en cuentas de ahorro popular- y con personal capacitado, que cada vez lo será más por completarse su instrucción con los conocimientos experimentales, pueden tener las empresas bancarias el impulso humano que éstas precisen.

Como enlace formativo entre la empresa y los recursos naturales, aquélla procura atraer cierto beneficio de éstos, que es el ahorro, para con él estimular la producción en orden a una mayor abundancia de esos mismos recursos.

La Banca, al fomentar el ahorro popular, así como al utilizar inmovilizaciones transitorias de capital, atrayéndolo y premiándolo, origina previsiones particulares que son base de un bienestar permanente ya que recoge lo superfluo de las épocas de prosperidad para retornar esos sobrantes en las escaseces. La atracción del ahorro por premio y propaganda no perjudica al economizante por cuanto éste no puede liberar más cantidades que las sobrantes de sus presupuestos o de sus propias inversiones; puede sobrar dinero por practicar austeridad o por simplificar y perfeccionar los sistemas de producción.

Al estudiar el negociado de Cuentas Corrientes tuvo ocasión de satisfacer una curiosidad remota de distinguir la diferencia fundamental que existe entre propietarios o accionistas y cuentacorrentistas. Los primeros son administrativamente acreedores convencionales en el negocio, mientras que estos otros son, con respecto a la empresa, acreedores efectivos o reales por cuanto tiene con ellos la entidad obligaciones fijas y de ningún modo dirimentes por haber recibido de ellos o para ellos cantidades reintegrables.

El cuentacorrentista es un auténtico prestatario y depositante prestatario por cuanto su aportación ha de ser destinada a producir un bien, y depositante por cuanto ha de conservársele incólume en su cuantía y a su absoluta disposición la cantidad entregada. La necesidad de reembolsar estos importes, así como los intereses convenidos, exige que se les dé una explotación adecuada, imperdible y con liquidez suficiente para que su conservación responda del reembolso, y su rendimiento de los intereses del prestamista y del beneficio del propietario.

La atracción de fondos acreedores responde a la conveniencia de invertir en el negocio capitales extraños, cuyo rendimiento sumará un porcentaje a satisfacer al acreedor y un margen de beneficio para la empresa que los utilice en sus operaciones.

El hecho de que los prestamistas o acreedores de un Banco sean numerosos le da a la entidad una seguridad operativa puesto que los reintegros que diariamente soliciten éstos serán mínimos con respecto a la masa de inversiones, y no sufrirá trastornos considerables en su desenvolvimiento económico.

Socialmente, la función de la Banca atrayendo al pequeño ahorro, además de beneficiar la economía familiar, entusiasma al productor, quien se alegra de que su capital forme parte de las grandes instituciones financieras, y anima las iniciativas privadas de cuantos son capaces de realizarlas apoyados por el crédito. Queimadelos, bastante buen sicólogo, había observado en los clientes del Banco, con excepción de los rostros curtidos e indiferentes de los comerciantes avezados a las finanzas, una especie de emoción íntima al desenvolverse en el ámbito de las oficinas, al ser correctamente atendidos por los empleados, al verse tomar parte en las operaciones del coloso financiero.

En Banca se opera sobre dos pilares crediticios: crédito o promesa de reintegro a cuantos administradores suministren fondos; crédito o esperanza de recuperación de aquellos deudores, o fuentes de producción, a los que se suministran medios. Se recibe a crédito y se proporciona crédito, así que la función bancaria es de mera agitación monetaria, de vinculación de capitales para poner en movimiento productivo las riquezas que no pueden ser explotadas activamente por su poseedor. Esta intercesión se remunera y fomenta por el lucro que obtiene en sus operaciones, pero como los porcentajes de gestión son mínimos no alteran el valor en cambio de la producción emanada del crédito financiero.

Analizando las cuentas corrientes desde el punto de vista contable y administrativo, resultaban ser unos estados detallados de operaciones recíprocas, aunque en el fondo, bancariamente hablando, todo su movimiento es de tipo acreedor, de remanente pasivos para el Banco, pues los descubiertos son anómalos al sentido de atracción de dinero y constituyen una modalidad de crédito, de inversión, que se vinculan a las cuentas corrientes tan sólo en función de su presencia en las mismas.

Situándose en un plano correspondiente, pero opuesto a la actuación de la Banca, es decir, enjuiciando las cosas más desde el punto de vista de los clientes que de la entidad en sí misma, comprendió que los titulares de cuentas acuden al Banco para conservar sus recursos en absoluta disponibilidad mientras no les resultan oportunas otras inversiones de mayor rendimiento; y también para conservar el efectivo del que vayan disponiendo de un modo independiente de sus inversiones estables; una tercera razón es la de que no se les ocurra de momento otra aplicación del dinero o deseen su acumulación hasta determinada cifra para destinarla a una adquisición. En muchos casos también les mueve el deseo de evitar el riesgo de guardar sus ahorros en sus domicilios respectivos. Como complemento a estas causas existía el aliciente de la utilidad percibida en carácter de rédito por las sumas impuestas.

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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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