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La juventud bancaria en el siglo XX (12)

martes, 06 de agosto de 2019
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Después de una corta transición, el jefe se dirigió al empleado que tenían delante:
La juventud bancaria en el siglo XX (12)
-Núñez, el amigo Queimadelos pasará a hacerse cargo de esta mesa porque tú ya estás capacitado para ocuparte de otros asuntos. Que se siente a tu lado para ir observando las materias que tienes asignadas, y que te ayude a medida que vaya conociéndolas; después le redactas un resumen de asuntos a tratar, como acostumbramos a hacer para todo empleado que suceda a otro a fin de que, teniéndolo a la vista mientras no domine su cometido, no se le olvide cosa alguna, y encuentre así facilidades en las que conozca superficialmente; cuando esté en condiciones de emanciparse me lo decís, y entonces ya te asignaremos a ti, Núñez, otra misión.

-Así lo haremos, descuide. –Le contestó Núñez, y siguió hablando dirigiéndose ahora al nuevo, a Queimadelos:

-Tuviste suerte en que te destinasen aquí, pues, aunque es cierto que el trabajo de esta mesa, libro de posiciones, chiffriers y hoja balance de situación diaria, son pesados, porque te pasas horas enteras sumando y restando, todo queda bien compensado con lo que puedes aprender fijándote un poco en los documentos que circulan por tus manos. Este es el vértice del Banco, y aquí llegan noticias, por los asientos de los distintos diarios, de todas las operaciones que se realizan; también te llegan diversos errores que a menudo marean para localizarlos y que incluso te estropean un rato de trabajo, pero les hechas cuatro pestes, te desahogas, mandas los diarios a la sección correspondiente para que rectifiquen, y te queda la ventaja y la satisfacción de haber profundizado en la contabilización de aquello que te dio guerra para localizarlo, comprenderlo y aclararlo. Sobre todo de los balances, con la observación del evolucionar de los valores de activo y de pasivo que le componen, sacarás provechosas enseñanzas financieras.

El “botones” del negociado acercó una silla a la mesa de Núñez, y Queimadelos se colocó cerca de éste, de modo que, sin entorpecerle en su trabajo, pudiese fijarse en todas las manipulaciones y cálculos que hiciese.

Tres reactivos síquicos presionaban el ánimo de Queimadelos en aquellos instantes, y continuaron haciéndolo, aunque en proporción diminutiva, durante los ocho o diez días siguientes: la novedad del trabajo en sus circunstancias de lugar y de forma; de materiales a emplear, cual eran libros e impresos desconocidos; de relación de trámite, o sea, los requisitos que con respecto al público, a los compañeros o a las anotaciones propias habrían de seguirse, y, sobre todo de materia, que es lo que encontraba más difícil pues cualquier duda sobre los otros motivos no le importaba consultarla con los compañeros o con los jefes y, en cambio, acerca de esto le resultaría bochornoso confesarse ignorante pues suponía que el hecho de haber aprobado las oposiciones implicaba conocer todos los asuntos que se le encomendasen. Más tarde fue comprendiendo que ciertos conocimientos bancarios sólo son posibles con la práctica, y que, por consiguiente, no pueden recogerse en el programa de unas oposiciones so peligro de hacer confusa y extensísima la teoría a estudiar; esto aparte de que ciertos formulismos interiores, verdadera creación experimental de los empleados de un Banco, constituyen para los mismos un derecho intelectual, indiscutible, como de invención a la que cooperaron de uno o de otro modo factores radicantes en la empresa y pertenecientes a la misma, que no procede ponerlos al alcance de opositores que pueden o no ingresar en la entidad creadora y que se transmitirían a competidores por los individuos que opositasen a otros Bancos.

Otro reactivo era la presencia de público en las ventanillas, al que tendría que atender tan pronto dominase el trabajo de Núñez; actuación delicada para la que temía no poseer suficientes dotes de serenidad considerando la rapidez con que se despachaba en las ventanillas de todos los Bancos que él conocía; de no hacerlo así supondría quedar en mal lugar frente al público y a sus jefes; era muy distinto dirigirse en la empresa Rancaño, con sus atribuciones de superioridad como jefe de Compras, a los delegados, o a los labriegos que acudían a liquidar remesas de ganado.

Y el tercero, la barrera social de convivencia con personas cuyo carácter y trato aún le eran enigmáticos. Queimadelos no era muy expansivo y sabía por experiencia que la gente confiaba en su discreción y en la seriedad de sus actos, que gustaban de confidenciar con él; pero estas virtudes tenían la contraposición de que no acostumbraba a intimar desde los primeros instantes de una presentación, así que tendría que aguardar algún tiempo de tanteo social para trazarse una norma de conducta con respecto a sus compañeros. Era lento en las apreciaciones sicológicas, pero sus juicios resultaban maduros y certeros, evitando los futuros desengaños de conocimientos rápidos y superficiales. Así, desde su posicionamiento en el negociado, empezó a hacer la ficha mental de conceptuaciones investigando en los dichos y en los actos de aquellos individuos, recién conocidas las características de su verdadera personalidad, para proceder con ellos en consecuencia, y así evitar enojosas discrepancias que turbasen su paz laboral.

A media mañana aumentó el público en las ventanillas y, por consiguiente, la actividad interior se convirtió en vértigo. En aquellas horas toda la ciudad herviría en actividad concentrada: los comercios, las industrias, los transportes, los negocios callejeros…, se habrían desperezado acogiendo a la gente que acudía afanosa de conseguir un lucro o de satisfacer un deseo, y la Banca, que es enlace del movimiento fiduciario, acusaba fielmente la culminación de aquella actividad con sus riadas de público en el patio de operaciones. Próximo a la mesa que dejaba Núñez estaba el servicio de Cuentas Corrientes y, tanto aquél como el encargado del libro auxiliar de éstas, tuvieron que suspender el trabajo interior para consagrarse a la clientela, que iba desfilando con hojas de ingreso y con talones de cuenta, para despacharla antes de los cinco minutos normales de tramitación documentaria.

Queimadelos fue observando la organización de aquel servicio y, como impresiones de la primera jornada, totalmente comprendidas, consideró de especial interés el orden de estudio y registro de los documentos presentados por el público, cuyo control resultaba infalible. En las entregas, el recuento de efectivo por los ayudantes de Caja y las subsiguientes anotaciones en los libros de cuentas de clientes y de posiciones, amén de un minucioso examen del volante correspondiente, por cada sección que lo tramitase, para comprobar la regularidad de sus anotaciones, y legalizarlo con el visé de cuantos empleados lo utilizasen. En los talones de cuenta más minuciosidad aún para evitar los errores a que este documento se presta, tanto para el Banco como para el titular de la cuenta a cuyo cargo se libre: confrontación de firmas con las de la ficha de identificaciones; comprobación de serie y número para ver si coincide con el talonario facilitado por el Banco titular; de la fecha; de la igualdad de cantidades consignadas en cifra y en letra; registro en los libros, y posición demostrativa de la disponibilidad de saldos o, a falta de este, anotación del conforme del descubierto o de los abonos en tramitación que contabilizasen otros negociados; consideración de bloqueos, y otras observaciones que contribuyan a cerciorarse de que todo está en orden, y de que la Caja puede hacer el pago con toda tranquilidad.

En un orden más amplio de repercusiones, estas medidas de control llevan al público la plena confianza de fidelidad en cuantos fondos y asuntos se confíen a la Banca, y por consiguiente se hacen posibles todas las actividades en las que la organización bancaria juega papeles insustituibles. Aunque parezca extraño e intranscendente, lo cierto es que en un reducido número de empleados de ventanilla descansa gran parte del prestigio de un Banco, y con intervenciones diabólicas de éstos se vendría abajo su solidez económica por desconfianza entre la clientela, con el subsiguiente traspaso de operaciones a otra entidad que les ofreciese más garantías; previsto tal desliz, posible dada la fragilidad humana, y velando siempre por los intereses de la empresa y por el honorable trato que se debe al público, el sistema de control que llevan esos empleados se complementa entre sí de forma que el error o la mala fe de alguno de ellos constituye plena responsabilidad para los otros, y así, cada uno de los intervinientes en la comprobación de los documentos bancarios se esfuerza por estudiarlos a fondo para no resultar perjudicado por actuaciones de terceros.

A la hora de cierre de las operaciones de Caja fue extinguiéndose la concurrencia pública, y los empleados de ventanilla pudieron dedicarse plenamente al trabajo interior. Núñez terminó de cuadrar las chiffriers de comprobación del movimiento de operaciones, totalizando los saldos de las cuentas de Mayor, y por último confeccionó la hoja balance. Con su tarea fue simultaneando explicaciones acerca de cuanto hacía a fin de que Queimadelos pudiese seguirle en todo el engranaje de los cálculos.

Despachado el público, las oficinas cobraron silencio de voces humanas, interrumpido tan sólo por las frases precisas para la coordinación de los trabajos de cierre; sólo vibraban las máquinas calculadoras y dactilográficas con ritmo de pianos metálicos. Era el instante de concentración máxima en el que se comprobaban las operaciones del día y se despachaba el correo que aquellas motivaran, pero este tiempo de verdadero trabajo interior, igual que el de máxima asistencia pública, fue corto, y le siguió otro de verdadera tertulia, simultaneando con los finales de la tarea, en el que se sacó a relucir el último chiste, el comentario de actualidad, la crítica deportiva, y sobre todo el enjuiciamiento de las operaciones más significativas de la jornada, a través de cuyo estudio los empleados iban adquiriendo experiencia y conocimientos técnicos.
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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