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Viveiro: pesadilla y sueño

lunes, 22 de julio de 2019
A la Sra. Alonso, viuda de Cora (do Bataneiro), madre de la pintora Loly Cora, que a sus noventa y cuatro años comparte mis sueños.

¡Cuántas veces hablamos de amor y, sin embargo, qué vacías se quedan las palabras si no se acompañan de acciones que demuestren el compromiso! ¡Cuántas veces oímos decirle a Viveiro lo mucho que lo queremos, y hasta cantarle, nuestro amor! Y, no obstante, ¡qué poco trabajamos por él, si exceptuamos a unos pocos que cogen las riendas de cualquier actividad! ¡Qué poco lo queremos, si no aceptamos opiniones ajenas e imponemos nuestra postura en vez de remar por el bien común!¡Qué poco lo queremos si sólo buscamos el aplauso y no realizamos la labor callada de los generosos!

Y así camina nuestro pueblo, sumido en el letargo, recreándose en su chauvinismo, ajeno al progreso real y sometido a la barbarie de especuladores y golfos que, en demasía, sin pudor y con la aquiescencia de una ciudadanía anodina, ajena y pasota, cuando no cómplice, permite a los depredadores sus chanchullos y abusos.

Viveiro, mi apreciada Señora, y siento decirlo, ha perdido la luz de nuestra infancia. Su playa, de fina arena, es hoy un curvado e inhóspito paisaje de dunas salvajes, arena oscura, cuando no rocas descarnadas en la zona de Covas. Le han cambiado de tal modo su fisonomía, y hasta el curso de las mareas, que me da tanta pena que hace muchos años que no la disfruto. Sólo los viejos conocemos el verdadero color blanquecino de su finísima arena y sabemos que allí cogíamos carneiros, longeiróns y camarones; sólo los viejos sabemos que su agua era cristalina y a veces cálida.

Pero se empecinaron en construir el muelle de Celeiro en el peor sitio posible y todo cambió, sin que ni unos ni otros tuviéramos la culpa. Y ni suerte tuvo la patria de nuestros marineros, ajena a los errores que son fruto de la soberbia de los políticos y funcionarios de Portos que debieran conocer las consecuencias del desaguisado.

Valga esta pincelada para describírselo y así evitarle el sabor amargo de descubrir el resto de una realidad que muchos se niegan a ver fruto de un amor que no entiendo. Quizás les duela, pero prefieren ser ciegos, permisivos, cuando no cómplices. Quizás tan sólo sea un problema de comodidad.

Viveiro, mi soñadora Compañera, siento decirlo, ya no es ni siquiera aquel viejo barco varado en el tiempo, sino el escaparate de la decrepitud a lo que le ha conducido la desidia y las rivalidades de sus ciudadanos, más atentos, por lo general, a cualquier actividad personal e individualista, tan vacía, como escasa de compromiso con su pueblo. Lo que mejor se nos da es criticar, despellejar al alcalde o concejal de turno que se ofrece a luchar. Sin olvidar el cruel despelleje, casi siempre con sexo por medio, del vecino al que se envidia, odia, o ambas cosas a la vez. Desgraciadamente ¡cuánta miseria! Y a veces, trágica.

Aquí casi nunca pasa nada. Cambian los gobiernos de color, como si lo hacemos de chaqueta, y nuestros sueños políticos se desvanecen como las ola en la playa; pero los problemas que queríamos arreglar persisten, porque la palabra cambio es sólo un bello reclamo sin consistencia alguna. Sé que ocurre como en otros pueblos, pero este es el nuestro y así: Los señoritos y echados para delante- médicos también- aparcan en ese sitio que ya sabemos; las fuerzas del orden lo eligen como destino tranquilo, cómodo y permisivo; los ricos, además de tener dinero, son buenos, no beben, ni fuman ni andan con mujeres. Sólo viajan de vez en cuando y van a casa de citas de alta alcurnia; a ellos hay que consentirles cosas y hasta invitarles en prueba de un servilismo mezquino; los pobres son golfos o putas o ambas cosas a la vez y lógicamente también malos y borrachos.

Sólo ellos son borrachos. La mayoría de la población practica el viejo dicho romano de “ panem e circensis”; la intelectualidad, como siempre, escondiendo sus miserias y sumergida en el circo del aplauso; la juventud, también como siempre, ajena, distante y sin importarle un bledo nuestra cuitas; curas y monjas, antaño bastante visibles, son gotas puestas al sol, en retirada; los viejos y bulliciosos marineros, nuestros humildes maestros de la vida, hoy cansados y silenciosos, han sido sustituidos por una colonia de malayos sin integrar; las personas mayores practicamos la caminata como en todos los demás pueblos; también van al teatro de la iglesia y se reúnen para funerales demostraciones de fe de carbonero; el alcohol, siempre dañino, sigue cosechando sus tributos; los constructores, buitres depredadores del medio, destrozando nuestro antaño precioso hábitat con la anuencia, cuando no complicidad, de las autoridades; los políticos practicando la demagogia y el servicio al partido en vez de procurar sacar del atolladero a este barco tan abandonado; los pensadores, alguno hay, solitarios, escurridizos y ajenos a los mundanos trapicheos; los nuevos papás practicando el deporte del presunción y el dinero; los niños correteando por la Plaza o los Jardines y adaptándose a los nuevos tiempos de la familia y los móviles; la juventud trabajadora preparando las maletas, como si la emigración fuese una obligación, camino de la mil Suizas de la vida; los viejos, expulsados a asilos y residencias como antesalas del cielo; los “ locos” ajenos y marginados a las excentricidades más inverosímiles como escribirle usted esta carta.

Y su hija Loly, mi amiga, la mujer de mi viejo compañero de fútbol José, tomando el sol en nuestras playas o pintando esas hermosísimas buganvillas que refrescan nuestra alma con genial ternura.

Desgraciadamente esta es mi realidad, la realidad que desearía infinitamente más hermosa, pero me la imagino a usted recordando su infancia cuando correteaba por la Plaza con sus árboles, con sus bancos de hierro artísticamente forjados, con sus farolas isabelinas, con Pastor Díaz, en su pedestal, presidiendo el pueblo… Le deseo con todo mi corazón que siga soñando así, al fin y al cabo,es lo mejor. El resto es cosa de nuestra miseria humana.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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