Gratitud y constancia

A mis lectores, que son la savia del árbol de mis sueños.

Comencé a escribir por amor a mi pueblo. Me animaron a defenderlo con la pluma de entonces y a luchar por él por encima de todo. Nunca me sometí a ideologías ni a compradores que, descarada o sibilinamente, pretendían acallarme. Coseché enemigos y en ello ando, no por mi voluntad, sino por la de ellos. Sólo quise combatir a los depredadores de mi humilde Paraíso y a aquellos que le roban sus encantos, con la permisividad de quien debiera cuidarlo y la pasividad de muchos indolentes vecinos.

No hay mérito alguno que no sea la constancia y el salir cada semana con mi barco de papel a pescar en las conciencias. Y así trato de evitar las olas de mis enemigos que han ido medrando en la medida de que las críticas arreciaban.

Siguen ahí al acecho, esperando mis fallos, que son muchos, y deseando que caiga en la soberbia. A mi Dios, que es ajeno a tanta maldad y tanto sabe de la condición humana, sólo le pido que me permita seguir aprendiendo de los humildes y limpios de corazón.

Sólo me permito la displicencia con los altivos y vanidosos y huyo de los nuevos ricos y presuntuosos ignorantes. No por nada, sino porque se aprende poco.

En este oficio conocí los caminos de Machado, Miguel Hernández, Benedetti y otros poetas que me ayudan a sobrevivir amarrado al timón del viejo velero. Sigo pescando y cada día, de las aguas profundas, surge un nuevo sueño que planto en el desierto de la incomprensión y la desesperanza. Pero tengo lágrimas y los riego y sé que algún día, ciertamente muy lejano, dará sus frutos. Porque son sinceros y frutos del amor.

Y un año más (D.m) subiré a san Roque con la esperanza de un mendrugo de ternura.