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Tiempos de alegría

viernes, 12 de julio de 2019
A mis amigos José Luis de Acacio, Néstor Michelena, Maruja del Bosa Nova… Y tantas y tantas rosas adornando otras tierras.

Todos los años, con el marcado e impasible acento de las horas, llega el verano y los pueblos se visten con su mejor sonrisa para acoger a sus hijos de la diáspora, tan dura como incomprendida. Llegan las rosas, con sus esquejes y espinas, para compartir con sus hermanas días de asueto y feliz reencuentro.

Besos y abrazos, palabras entrecortadas y miradas llenas de amor.
Es poco tiempo. Todas son prisas y fugaces encuentros en los que el reloj se escapa sin pudor alguno. Es inmisericorde. Y, aunque la sobremesa sea larga, resulta escasa y sobran reproches. Son tiempos para compartir avatares y recordar tiempos alegres.

Y el pueblo, sereno y curtido en mil batallas, espera tiempos mejores. Sueña con trabajo, con sus carencias y vive alertado, con escaso éxito, contra sus depredadores. Y sufre y camina sólo ante la indiferencia de los altivos y displicentes. Mientras unos jóvenes, tan valientes como escasos, soportan la tarea de luchar por él ante la ingratitud de los pasotas y las cómodas y vacías críticas de los eternos desconfiados.

Al pueblo también le duele la emigración y aspira a la fragancia y los besos de sus rosas porque, aunque adornen otros jarrones, es consciente de que las flores le pertenecen. Ciertamente vive varado en el tiempo y en la inanición por el acoso y derribo de los rivales políticos, más pendientes de conseguir su meta que de quererlo. Porque el amor, pequeños y pobres políticos de cuarto y mitad, no se escancia en tabernas entre riojas y comentarios mordaces, sino que se practica con hechos y atendiendo la demandas de la ciudadanía. Y de eso vosotros no entendéis. Lo vuestro es la demagogia y la altanería.

Sería deseable el trabajo conjunto, la buena fe mutua por encima de siglas, el remar llevando el barco a puertos de felicidad; pero, cuando se carece de altura de miras y sólo se aspira al medre personal, como dice el himno gallego: “Non nos entenden, non”. Son de tal pobreza mental y atienden a intereses tan mezquinos, que disfrutan combatiendo los proyectos y anteponiendo sus ideas al bien común. Miseria y zancadillas.

Pero volviendo a las rosas, nada les importa a las rosas que llueva, porque saben que la lluvia es el fruto de sus lágrimas y, aunque comprendan el fastidio de sus hermanas por ir a la playa, saben que con agua florece el vergel. Se ríen sin pensar, sin querer, sin darse cuenta, sin ton ni son, pero se ríen. Porque se sienten felices olvidando por unos instantes los dolores del crudo invierno, que siempre nos acompañan. Porque, todos, absolutamente todos, sabemos que no hay rosas sin espinas. Y se clavan en el corazón, en la frente y hasta en el alma.

Pero hay que vivir, aunque se vayan cayendo los pétalos o se marchiten… siempre alguna meta nos espera. No, no son carreras de éxito o de triunfo, son metas de obligaciones del vivir cotidiano. Porque conviene recordar que las rosas no son para los cuadros, sino para corazones.

Y a mí, queridas rosas, me gusta disfrutar de vuestros sueños, alegrarme por vuestros éxitos, ser partícipe de vuestras preocupaciones, compartir las penas, huir también- ¿por qué no decirlo?- de las presunciones, saber que sois felices y disfrutáis de amigos en la Tierra de las promesas. Y comprender vuestra visión del mundo. Porque es importante aprender y disculpar posturas y aceptar opiniones ajenas, porque nos abren la mente y ganamos tolerancia.

Sé que cuanto digo no está de moda, que pertenece al Romanticismo decimonónico, que algunas personas quisieran que entrara por el aro del Mercantilismo dinerario tan en boga, y no sería el primero en renunciar a sus principios, pero nací rebelde, triste, hipercrítico y soñador y además… no me da la gana de traicionar a aquellos que siempre confiaron en mí. Mis ambiciones personales están cubiertas gracias a Dios. Sólo aspiro a vivir acorde a mi conciencia y a enmendar mis errores. Y, por supuesto, a seguir de jardinero de todas esas rosas esparcidas por la vida abonándolas con mis manos. Manos encallecidas por el dolor de la incomprensión, por los ataques feroces de los señoritos depredadores y por las absurdas críticas de los cobardes, pero es lo que hay… a pesar de mi inconformismo.

Y beso con sincero cariño esas rosas que nacieron con nosotros en el mismo rosal, en el mismo vergel, allí donde descansa la paz y vive el silencio, y sabemos que de sus raíces brota la savia compartida del amor y la tierna sensibilidad. Y también que en su color llevan la luz de la Tierra, que en sus pétalos viven nuestras ilusiones y que su cáliz es el arca de los tiempos idos de la infancia.

Por ello, feliz estancia, feliz ausencia, felices tiempos de amistad y felices sueños. Gracias, rosas, por regalarnos vuestra belleza, luz y fragancia.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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