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La juventud bancaria en el siglo XX (5)

martes, 18 de junio de 2019
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Hacía meses que Queimadelos trabajaba en las oficinas de Rancaño; pero sus amores con Chelo continuaron siendo desconocidos para toda la familia de ella, hasta que un día se cruzaron con Porfirio Rancaño en la puerta del Círculo de las Artes; era la segunda vez que veía a su hija acompañada de Queimadelos y le escamó tanto que en días sucesivos procuró averiguar todos los antecedentes de su empleado y de las relaciones que mantenía con su hija. Una mañana, antes de bajar a las oficinas, le mandó a Chelo, con imperio, que pasase a su despacho particular, y ésta entró en él temerosa de haber incurrido en las iras de su padre, no frecuentes pero intensas cada vez que se malhumoraba:

-¡Hola, papá! ¿Me querías algo? –Le dijo con un tono de voz vacilante, que pretendía ser tierna y amable pero sin apenas conseguirlo.

El utilizó un equívoco basado en las palabras de su hija:

-¡Claro que te quiero, tontuela, y precisamente por eso me preocupo de tus cosas! Vamos a ver; ¿me prometes decir la verdad, toda la verdad, y sólo la verdad, en lo que te pregunte?

-Sí, papá; claro que te lo prometo, como siempre! Anda, dime pronto lo que sea, que estoy en ascuas; ¿es que me porté mal en algo?

Rancaño hizo caso omiso de la pregunta de su hija e inició su interrogatorio:

-A Queimadelos le conoces del Instituto, ¿no?

Ella afirmó temblorosa, con un gesto, temiendo que la regañina fuese directamente por sus relaciones.

Rancaño continuó:

-Si le conoces desde entonces, sabrás todos los pormenores de su vida; cuéntamelos!

-No sé a qué viene esto, ni por qué me lo preguntas, pero te prometí decir la verdad y lo haré: es un buen chico, ¡como pocos! Y muy estudioso. Que es trabajador ya lo sabes tú, tú mismo, por la oficina. En el Instituto destacaba por su amabilidad, corrección y aprovechamiento; tenía fama por ganarse matrícula en todos los cursos. Su padre es fontanero, y su hermana, una lavandera, de esas que bajan a la Chanca. De familia más bien pobre, que por ello, nada más aprobar la reválida, buscó trabajo. Yo le conocía, y simpatizábamos; por ello me dio lástima, así que rogué a mamá que te pidiese su colocación. Eso es todo.

Rancaño observó cómo su hija, al contestarle, bajaba la cabeza, ruborosa, temiendo que su expresión dijese más aún que sus palabras.

-No, no es todo. Me falta precisamente lo que más nos interesa: Sois novios, ¿verdad?

Chelo, tímida, no le contestó.

-Sé que lo sois, que os lo he leído en la cara, y no me agrada que me lo ocultes. Pero esto no puede seguir adelante sin dejar bien sentada esta consideración: tú sabes que es pobre, que no puede compararse nuestra posición con la suya.

-Lo sé, papá. –Admitió ella, con los nervios ya excitados.

-Bien; puesto que lo reconoces, me vas a contestar sincera y definitivamente, pero antes te doy unos minutos para pensarlo: sabiendo que ese chico, ese…, ese novio, es de familia humilde, ¿te arrepentirías algún día de haberte casado con él?

Salía Rancaño para dejar sola a su hija mientras reflexionaba en la postura que debía adoptar, pero ella le detuvo cogiéndole afectuosamente del brazo.

-Papá, no me hace falta pensarlo; lo tengo decidido: le quiero, y mucho, tal y como es; además tengo la percepción de que en mi persona ve su complemento en lo personal, que no en el patrimonio. Su egoísmo está en mi persona, en la reciprocidad de nuestro afecto…

La interrumpió:

Tú lo has querido así, y esperemos que en esta ocasión no seas tan veleidosa como lo has sido en tus estudios… ¡Ya sabes a qué me refiero, pues mi ilusión era que estudiases Veterinaria…! Luego no culpes a nadie. Queimadelos es tu novio, ¡y por mí, aceptado! Lo que deseo es que siga mereciéndote; y también que no se prolongue vuestra relación, pues, por lo que veo en nuestro entorno, los noviazgos prolongados son tan inseguros como los breves! Ya estudiaremos cuando sea oportuno que os caséis…, que en eso alguna responsabilidad también tenemos los padres. ¿Sí, o no?

Se abrazaron con afecto compartido. ¡El pacto quedó sellado con aquel abrazo!
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Alternativas

De día en día Queimadelos fue mejorando la estima en que se tenían sus servicios, y La juventud bancaria en el siglo XX (5)también la simpatía -primero- y cariño -más tarde- con que se le acogía en la familia de los Rancaño. Su laboriosidad, su interés por superarse y por ser útil a la empresa le granjearon la absoluta confianza y estima de su jefe, pero también el celo de sus compañeros al observar que les ganaba terreno, y así se originaron algunas discusiones en las que fue acusado de adulador, de hipócrita y de mal compañero, defendiéndose con razones de este tipo:

-No obraría noblemente si adulase a mis superiores, o si anduviese con enredos y chismes; pero nada de esto ocurre puesto que si me dan atenciones es porque hago los medios de merecerlas poniendo interés en los asuntos que se me encomiendan. ¿Qué tenéis, pues, que objetar?

En toda agrupación siempre existe algún individuo que sea la fruta dañada y dañina de la cosecha; allí también habría alguien que gustase de apurar las discusiones:

-Bueno, Queimadelos, no nos vengas con historias, que la hija del jefe no se camela con modales de ángel; ¡le gusta la juerga y el trapío; vaya si le gustan!; así que no nos cuelan tus confesiones! El caso es que supiste jugar la partida, y si lo hiciste limpio, eso ya no nos consta.

Queimadelos optaba por callar, aunque le quedasen alegaciones, porque comprendía que las enemistades entre compañeros de trabajo son algo horrible al verse diariamente las personas enojadas, y que de estos enfados no resulta más que nerviosismo, despego por el trabajo, desconexión en los servicios de la empresa y, muy especialmente, recelo para los clientes de entidades que necesitan constantemente la confianza del público –banca, seguros, agencias de negocios, etcétera-, quienes, al observar discordias interiores, piensan mal de la disciplina y de la formalidad de la empresa cuyos servicios utilizan.

El jefe de Compras, ya entrado en años, delicado, y dueño de algunos ahorros y de una propiedad en una aldea próxima a Lugo, decidió retirarse al caserío para vivir en reposo los años que le faltasen de existencia. No tenía hijos, y en la aldea contaba con La juventud bancaria en el siglo XX (5)familiares próximos a los que confiar su ancianidad. Queimadelos pasó a sustituirle.

Al principio no le satisfacía su cometido, principalmente por lo que respectaba al trato con los compradores delegados, gente ruda, embrutecidas por su continuo bregar con las reses, y maleados por haberse apropiado a lo largo de sus andanzas del receloso tratar de los campesinos; lo animó más que nada, aparte de su amor propio por lucirse ante Chelo en una categoría superior, el aliciente de los continuos viajes de entregas, recogiendo ganado en los puntos más dispares de las carreteras de la provincia, a los que concurría en las ocasiones de confidenciar nuevas normas a los delegados o de hacer pagos importantes en las localidades donde no existiese corresponsalía bancaria.

El nuevo jefe de Compras de Rancaño pronto se hizo popular en los medios ganaderos por la sagacidad que empleaba con los delegados, a los que traía intrigados con su política de contraórdenes desconcertantes para el campesino e incluso para los compradores rivales. Le motejaron de reviravoltas por sus cambios de posición respecto a precios y condiciones, inexplicables para aquella gente que no reconocía otro plan financiero que la estabilidad de cotizaciones y los beneficios obtenidos por fraudes en el peso estimado, por el machacante regatear con los labriegos y, claro está, el rendimiento que le proporcionase a Rancaño la diferencia de tarifas entre el precio que les pagaba y el que obtuviese en sus remesas.

Reviravoltas para los ganaderos era el novio de la hija del amo, un chico demasiado joven y demasiado fino para meterse en negocio de reses, un inexperto que no sabía decidirse por una pauta mercantil para seguirla después con fidelidad religiosa. De él se decían:

-Somos (y hablaban así con toda propiedad) los compradores más fuertes de la provincia, y también, al tener un mismo amo para muchos, los más unidos. Cuando comunican baja de precios compramos barato porque la competencia se guía por nosotros al interesarle la diferencia, lo cual está claro; pero lo que no tiene razón es que al subir nosotros también lo hagan otros ganaderos. ¿A qué vendrá esta tirantez, esta competencia alocada, si con ser los más unidos y adinerados ya manejábamos una parte considerable del negocio?

A juicio delos compradores delegados bien absurda era la administración de Queimadelos; pero desconocían que bajo aquellas especulaciones se realizaba un plan medio diabólico pero muy transcendente para la conversión de la empresa Rancaño en monopolizadora de las transacciones ganaderas locales.

A Rancaño no fue fácil convencerle de que el plan mercantil de su encargado de compras, en el mercado que a él le interesaba, daría óptimos resultados; y lo decidió un ruego de su hija, amante de la aventura, creyente y ansiosa de la fácil ganancia que predecía Ernesto, pidiéndole dejase cierta libertad de acción a Queimadelos ya que este se comprometía al buen fin de sus propósitos. Perder unos cuantos miles no representaba gran cosa para el patrimonio Rancaño; los perdió, en efecto, a veces, pero fueron compensados con las diferencias que producían los inesperados bajones que ordenaba Ernesto a sus delegados.

A los pocos meses de vigencia de aquella política de compras la empresa ganadera Porfirio Rancaño había conseguido sacudirse la competencia de pequeños tratantes en varias comarcas de la provincia, y en algunas otras se producían síntomas de relajamiento en agrupaciones ganaderas de escaso capital, que si bien no amenazaban desaparecer, por lo menos se les había colocado en difícil situación de competir con la firma Rancaño en los mercados de absorción.

Esta fue la primera parte del plan de Queimadelos. Los compradores mediocres se habían retirado en mayoría al no poder soportar las alzas que el provocaba en el mercado con frecuencia acelerada; y los que seguían pegados a su profesión corrían el riesgo inminente de arruinarse en cualquier baja de cotización de venta que les cogiese con existencias de ganado superiores a sus posibilidades de alimentación o de inmovilidad de capital, puesto que el mercado se abastecía con reses de Rancaño vendidas por debajo del margen de compra y gastos.

A su proyecto audaz y egoísta sumó, en segunda parte, la ética que corresponde a un negociante ilustrado y religioso, capaz de distinguir hasta donde llegan los fueros mercantiles y en donde empiezan las obligaciones morales del comercio: rehusó la admisión de empleados de la calle y dio toda clase de facilidades para que se sumasen a la empresa aquellos tratantes que estaban en peligro de quebrar, impotentes ante los manejos de la casa Rancaño. Así que en realidad su obra consistió en cerrar la gestión privada de pequeños capitalistas y abrirles las puertas de su empresa, admitiéndoles como compradores suyos a condición de que invirtiesen su dinero en acciones de Rancaño, siempre que lo tuviesen, depositando los títulos en el negocio como garantía de su labor, aunque en realidad lo estuviesen para evitar futuras desviaciones de aquel capital.

Una vez dado el gran paso de disminución de la competencia concentró su atención en reformar el sistema mercantil de la empresa y en dar facilidades y mejoras económicas a los empleados de la oficina y también a los delegados rurales.

Deza, a propuesta de Queimadelos, sustituyó al jefe de la sección de Ventas por traslado de este para la delegación de la zona catalana, en la que contaban con importantes distribuidores. Aceptó con sumo grado aquel empleo, liberatorio, por su excelente remuneración, de las complicaciones que le proporcionaban sus pequeñas finanzas por inexistencia de normas regulares que las hiciesen llegar a buen fin.

Entre el jefe de Ventas y el de Compras existía un cierto paralelismo profesional, con márgenes no siempre bien definidos, que con los antiguos titulares habían ocasionado serias disconformidades de influencia. La casa Rancaño no se regía por reglamentación interna alguna, basándose la serie de derechos y deberes de los trabajadores en el recuerdo de las manifestaciones verbales del patrono, no siempre claras y precisas, ya que a don Porfirio Rancaño, dueño de cuantiosa fortuna, no le apremiaba una organización minuciosa de su negocio. Mas Deza y Queimadelos, considerando que mercantilmente son insuficientes las reglas de cualquier armonía amigable para evitar digresiones que puedan repercutir en el feliz desarrollo de la empresa, presentaron a don Porfirio unas Bases de Gestión y de Personal, comprensivas, entre otros apartados, de las atribuciones de cada uno de los jefes de sección de la oficina central, de los delegados regionales de ventas, de los compradores comarcales, y del personal administrativo. Rancaño, receloso como siempre ante cualquier innovación de su negocio, vaciló en darles su aprobación, pero, una vez convencido de la oportunidad de la propuesta, se alegró de haber depositado su confianza en dos hombres capaces de imprimir una mayor productividad a su empresa, despersonalizándola al dotarla de un excelente engranaje entre los diversos servicios y funciones de la casa.

Queimadelos, particularmente, aún propuso más: que se le proporcionase capital para establecer una pequeña fábrica de embutidos, conservas y otros derivados del sacrificio de ganado vacuno y de cerda, a condición de que el sólo percibiría los beneficios que se produjesen, destinando un elevado porcentaje de los mismos para reintegrarle a Rancaño su desembolso original. La finalidad de esta empresa sería que Queimadelos fuese en pocos años propietario de la tal fábrica, constituyéndose en capital respetable para aportar al matrimonio una dote que no desmereciese demasiado del patrimonio de su futura; siéndole aceptada esta injerencia por su empeño en realizarla, pero no por agrado de la familia Rancaño, quienes abogaban por un próximo enlace, ofreciendo a Ernesto, para suplir el proyecto de la fábrica, darles a él y a la hija un capital idéntico (a él, contablemente, como gratificación por servicios especiales prestados a la firma), y que lo invirtiesen en cualquier actividad productiva, incluso fuera del círculo tradicional en la familia de negociación con reses.
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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