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La juventud bancaria en el siglo XX (3)

martes, 04 de junio de 2019
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-¿Nunca hablaste sola al pasear por esta muralla? Yo sí, algunas veces. Me entristece el olvido y el silencio de las almenas; antaño tuvieron rumor de armaduras, vibrar de espadas, voces de alerta, grandeza, orgullo, amor a la paz en medio de unos clarines que, belicosos, no hacían otra cosa que velar por la tranquilidad de su Lugo. Hoy sólo tienen nuestro pisoteo errabundo y errático, de transeúntes indiferentes. De niño grité mil veces desde este adarve: “¡Por Santiago y por España, que no entren los moros!”. Hoy entraría cualquiera, musulmán o no, con sólo unos cañonazos irreprimidos; pero, en fin, eso es cosa de bélica moderna y estaba muy lejos de mi imaginación infantil. ¡Ah, y también pregunté cosas a estos muros tapizados de musgo y de hiedra! Pregunté qué se dirían tantas parejas solitarias, muy solitas, como si temiesen ser perseguidas por el resto de la Humanidad, que paseando por aquí, por aquí mismo, llevaban los ojos encendidos, los labios tremulantes, el andar soñoliento y, sobre todo, que iban juntos, mucho. Total, que pregunté cosas sensatas, pero también disparates; lo que no me contestó la muralla, pero lo sé con certeza, es que las parejas que suben aquí, sean solteros o casados, se quieren, o por lo menos, se aprecian. Tú, ¿qué opinas?

Chelo tomó a broma disparatada la perorata de Queimadelos, y se rio abundante, con ganas:

-¡Que niñerías se te ocurren! Si creo lo que dices, forzosamente tendría que admitir que hay algo entre nosotros, ¿no? ¡Vaya con las pretensiones del chico! Oye, y a propósito, ¿no quedamos el otro día en que éramos buenos amigos, pero solamente amigos?

Ernesto permaneció pensativo por unos instantes; se reconocía cobarde, pero ducho en las flexiones que admite el lenguaje para hacerse amar de una mujer, para decirle sentimientos bellos, y más aún, para hacérselos creer. Por otra parte, su cautela le echaba a perder ya que de tanto rebuscar ideas para resultar interesante, éstas se embrollaban y confundían. Pero vio una salida, y se decidió a explotarla:

-Sí; es cierto que, por desgracia mía, aún no somos más que simples amigos. Pero, considerados como tales, tenemos un querer mutuo; tenemos, y disfrutamos, por consiguiente, de cariño. Si tú, Chelo, consideras la palabra querer con una extensión muy amplia, yo mismo, considerándola igual que tú, admito que la intensidad del cariño empieza en la pura amistad para terminar en su cumbre, en el éxtasis de los amantes, humanamente hablando; luego, si nosotros nos queremos únicamente como amigos, ya estamos en el principio de los dominios del amor. En el principio, sí, pero dentro de él, en él mismo!

-¿Sabes que se me ocurre?

-No, mujer; que ya soy Bachiller, pero adivino, no!

-Pues, sencillamente, que deberías estudiar filosofía. He notado que te gusta buscar enredos léxicos donde no hacen falta. Sí, sí, de verás, que eso te iría bien; y mejor aún si te especializas en filología; o no, claro que no: pobrecillas palabras, cuanta guerra les ibas a dar con tus análisis!

-Descuida, que eso bueno está de hacer. –Y sin apenas darse cuenta de ello, como si no pudiese contenerse sin hablar, sin decirle todo el secreto, lo fue revelando a la vez que sentía un descanso confortador en su mente enfebrecida de preocupaciones-: Ni me especializaré en filología, ni estudiaré Filosofía y Letras, ni seré jamás otra cosa que un vulgar chupatintas, y eso si encuentro colocación. Tal vez tu no lo sepas, pero yo te lo digo aun exponiéndome a que me consideres un pobrete despreciable y me retires tu amistad; es que prefiero desengañarte en tiempo. Se acabaron mis estudios, se terminó el soñar con laureles; y no es por falta de deseo, no; pero en mi casa hace falta ganar mucho, y pronto, antes hoy que mañana. Claro que no me doy por vencido si me coloco; una vez empleado estudiaría por libre cualquier carrera, pero ese procedimiento es cansino y retardado; más que estudio habría que llamarle formación supletoria. En fin, que a fuerza de trabajo, y si Dios me da suerte, aunque consiga enamorar una mujer de clase social más elevada que la mía, yo haría méritos y dinero para ser digno de ella. ¡Oh, Chelo, cuánto me cuesta decirte esto! Pero mi conciencia me dicta que debo repetir la historia de mi pobreza a toda mujer que sea más que yo, para no engañarla, y aquí me tienes poco menos que extendiendo la mano para pedir limosna, una limosna de amor!

Ella se mostró extrañada:

-La verdad, Ernesto, no puedo creerte. Yo te veía siempre elegante y supuse que serías de buena posición y que estudiarías carrera universitaria.

Queimadelos evocó entonces la figura grácil y menuda de Nita, su hermana, lavando todo el día en el arroyo de la Chanca para que el pudiese comprar sus libros y sus trajes.

Chelo proseguía:

-Pero no tienes necesidad de hacerte el humilde de esta manera. Si estudias trabajando será mayor tu mérito, y aunque retrases el final de una carrera en uno o dos años ese tiempo es poca cosa a tu edad. Yo conozco chicos que lo hicieron así!

-Y yo también; pero ellos saben los sacrificios que les costó tal sistema. En fin, que estoy haciendo el tonto con mis lágrimas; perdóname, Chelo; perdóname y olvida esta confidencia tan insustancial como inoportuna. Ahora me doy cuenta de que sólo debo hablar de esto ante quien me pueda ofrecer un trabajo, para conseguirlo; una prueba de mi ridículo es que veo en tus ojos el mirar de la compasión, de la caridad. –La transición de Queimadelos al llegar a este punto de sus confidencias fue ruda pero emotiva; sintió rubor y remordimiento de sus palabras. –No, mil veces no; -prosiguió-; no puedo soportar que se me mire así, como a un mendigo. Por favor, Chelo, háblame de otra cosa ya que no se me ocurre ninguna idea opuesta a ésta, nada que la borre para el tiempo que esté contigo; di cualquier disparate para contrarrestar los míos.

Pero ella aún le miró más profundamente, con cariño, con un afecto surgido de la conmiseración que sentía por el chico. Le hubiese gustado mimarle para que olvidase sus penas.

-Pero, hombre, no digas tonterías; te digo que yo no tengo –eso afirmaba- ni pizca de compasión de ti…, puesto que no la necesitas. Eres joven, inteligente, así que, ¿para qué quieres haber heredado aquello que puedes conseguir por ti mismo en pocos años? ¿Es que nunca se te ocurrió mirar atrás para darte cuenta de que eres un príncipe con respecto a la generalidad de nuestros paisanos? Sí, un príncipe, puesto que la inmensa mayoría de nuestros coterráneos, hoy en día, carecen de la formación que tú posees. ¿O es falsa modestia? Lo que sea, pero el caso es que no tienes motivo para tus humillaciones.

¡Cuánto agradeció aquellas palabras! Terminó de enamorarse de ella, y no es extraño puesto que el amor brota de los motivos más diversos, uno de ellos del agradecimiento por una palabra de comprensión y aliento.

-Chelo, eres una bendita entre todas las mujeres de este siglo, del XX. Estoy seguro de que ninguna otra se portaría como tú.

-¿No querías cambiar de conversación? Pues hagámoslo, que también yo lo deseo. Mira aquel edificio de allí enfrente; es la cárcel de Lugo. ¿Te parece que hablemos de ella?

-¿Más cárceles aún? Yo la tengo en mi mismo, con mis problemas de trabajo, y también con este fuego interno que voy empezando a notar que pugna por salir y hacerse volcán para atraer a quien amo, pero los grilletes de mis circunstancias no me dejan salir, non me dejan en libertad.

Chelo, como si no se diese por aludida, desvió la conversación con un comentario:

-¿Tú conoces a mi primo Atilano? Claro que le conoces pues recuerdo haberle visto en tu pandilla. Ahí está, detrás de esas verjas; era cajero de un Banco, y de acuerdo con una banda de falsificadores les canjeaba billetes falsos por auténticos del Banco de España, para luego el hacerlos circular en los pagos. La tentación de ganarse unos miles participando en aquel trapicheo acabó llevándole a presidio. Pobrecillo, era tan bueno y tan trabajador; al menos eso parecía; pero la moneda lo enloqueció. Desde luego que hace falta ser probo para su cometido, y él no lo demostró. Lo que también se precisa, además de conciencia, es inventar una máquina que suene cuando alguien trate de pasar billetes ilegales…

-Sí que lo conocía, pero no a fondo. Además de tonto fue débil, y los débiles no valen para la caja de ningún establecimiento. ¿Quieres que vayamos a visitarle y le llevamos algún obsequio, algún libro de religión, por ejemplo, que le ayude a recapacitar y a enmendarse?

Entraron en la cárcel. Queimadelos meditó en aquella lección experimental: que el trabajar por cuenta ajena significa algo más que el esfuerzo manual o intelectual, algo más que la remuneración de fin de mes; significa formarse moralmente, educar con toda disciplina las inclinaciones de la carne; en definitiva, ser fiel, absolutamente, a la misión encomendada. Por su parte estaba seguro de sí mismo, y creía en los dictados de su conciencia, bien formada y escrupulosa, pero celebró haber conocido de cerca las consecuencias de los deslices del honor para imponerse a sí mismo una gran disciplina de conducta, apartando de la mente toda tentación, toda idea remota que, por evolución, pudiera situarle en peligro de delinquir cuando trabajase en cualquier ocupación.
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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