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El país de los ingenieros

jueves, 23 de mayo de 2019
Tengo asumido que soy un poco gilipollas, pero lo de crédulo e ingenuo sólo lo sospechaba. Lo que nunca supieron mis interlocutores, sobre todo la enorme cantidad de conocidos presuntuosos, es que tengo mi propia máxima: “Oír lo que me cuentan, creer lo que me parece cierto y dudar de las verdades absolutas, no vaya a ser que alguna sea falsa”. Lo que de algún modo parafrasea lo que decía el abuelo de una compañera: “De lo oído, nada creído y de lo visto la mitad”.

Viene esto a cuento porque, con más frecuencia de la deseada, sin que nada pregunte, mis interlocutores rápidamente me cuentan, no tan sólo sus logros económicos- chalés, barcos, coches...si no también los éxitos de sus hijos que, en su inmensa mayoría, son ingenieros, doctores, catedráticos, investigadores, telecos y un sinfín de titulados de alta gama que los propios padres, en un alarde de falsa modestia, dicen desconocer. Son todos ellos titulados en inglés, que por lo visto es un modo de certificar la vanidad, y los papás de estos cachorros imitan la fonética inglesa para que suene bien con una sonrisa de disculpa.

Lo mínimo es ser genio en Silicon Valley, que es la Meca de la tecnología americana,y donde alguno de estos fantasmas payasos creía que hacían las tetas de plástico por aquello del Silicon. Otros papás tienen los hijos más cercanos y son doctores, no médicos, y viven en diferido, es decir en Suiza, Alemania o Singapur. Cuanto más lejos viva el vástago mayor valía profesional.

Los hay de catedráticos en Oxford y Cambridge, tantos… que tocan a cinco o seis por alumno. No crea, mi querido lector, que se achantan mis reales palizas, es decir, mis presuntuosos vecinos, compañeros o incluso familiares, al explicarme, con una falsa modestia imposible de evitar, las maravillas de su criatura y no vean como me cuentan fabulosas historias y me describen lugares, que suponen que conozco- y yo supongo también que ellos me montaron a mí en su película, o al menos me subieron en una peana que no tiene explicación,y no paran de deslumbrarme con lugares y amistades de tan alta alcurnia “que claro, sus hijos no pueden estar todo el día jugando al golf, porque algún día tienen que trabajar”. Y te lo sueltan como si le tiraran maíz a las gallinas.

Entonces es cuando uno piensa que no es extraño que, siendo sumamente inteligentes, España se les haya quedado pequeña y la Nasa vaya atrasada en la investigación espacial porque aquí no hay campo para tanta lumbrera.

La cuestión es que mi conocido está empeñado en contarme los títulos y milagros de su hijo y he de enterarme de que estudió una carrera dificilísima, hizo diez o doce másters:

“No veas, tío, el dinero que gasté para sacarlos y los sacrificios que me costaron tantos estudios, pero ahora está de p.m.” (p.m. es un esnobismo para decir de puta madre, y es cosa que no sabía yo , que la madre del inteligente tuviese que llegar a esos extremos para darle una carrera a su hijo). Bueno, la Historia nos cuenta lo del derecho de pernada y, dicen las malas lenguas, que también así hubo quien aprobó las oposiciones. Lo que tienen las malas lenguas es que a veces aciertan. Y lo que tengo yo es una mala leche que me aflora ante tanto vanidoso.

Pues bien, como les decía, no sé qué imán tengo para que tanto fachendoso se arrime a mí y me cuente esas milongas y me diga a todo esto que su nuera es exótica: “ Mira tú sueca, como si no las hubiese más cerca” . Otro me dice: mi nuera es paquistaní, eso sí, de familia pudiente, remata sin respirar. La del otro es hija del embajador de Filipinas en Japón…¿Para qué rebajas?

Y sigue uno: “Claro nosotros no los vemos nunca porque allí hay muy pocas vacaciones y claro aprovechan para ir de safari , este año estuvieron en Zimbagüe”- lo escribo tal como lo pronuncian-

Se imaginan, queridos lectores, la cara de gilipollas que a mí se me queda. Y remacha: “Siento, de verdad te lo digo, que mi nieto no hable el castellano, pero claro allí todo es en inglés”. Entonces, contestro yo para pinchar el globo de la estúpida presunción: “ Falarán algo en galego”.

¡Qué va, filliño ¡ Hasta a miña filla,ás veces, fálame en ingrés polo escai e non se da conta de que eu non o sei” .

Y convencidos de que creí su cuento se marchan todos ufanos. El problema de ellos es que yo también escribo cuentos. Y se despiden con un: “ Xa ves, acó quedamos dous vellos sós, sen fillos , nin netos nin nada que se lle parezca”.

Es lo que llamo actual tragedia gallega. Lo que no me contaron es que sus hijos son víctimas de un País que los preparó para la vida y les abrió un camino en diferentes campos. Después ellos se encontraron que su alternativa era quedarse aquí con sueldos de miseria o emigrar y en gran medida emigraron. Aquí quedaron sus padres que, en muchos casos, los educaron en la avaricia, la competitividad envidiosa con el vecino, el hedonismo o el individualismo. Les fomentaron de tal modo la autoestima que los convirtieron en soberbios. Los convencieron de que eran seres superiores y les crearon así la displicencia para los mayores. Los formaron, al menos eso creyeron, para ser líderes y sólo unos poquitos alcanzaron la meta. Sus padres despreciaron de tal modo lo propio, llámese Tierra, lengua o costumbres que aquellos jóvenes estudiaron en otros lugares lo que desconocen de su propio País. Disfrutan los muy cretinos al ver, si acaso una semana al año, como sus nietos hablan inglés y no son capaces de comunicarse con ellos.

A todo esto tampoco me contaron mis interlocutores las penurias sufridas para poder encontrar un hueco en el mercado laboral del país de acogida. Porque, hipócritas fantasmas, tampoco me habéis dicho como realmente viven y como es ese Edén, que en muchos casos parece un infierno. Porque existe otra realidad que no sale en “ Galegos o españoles por el mundo”, la de la precariedad, la del hambre, la del paro…

Ninguna culpa tiene esa juventud de que sus padres fabulen, ni tampoco es de los chavales la culpa de no haber sabido hacer un País mejor. Poco se puede esperar de una sociedad como la nuestra que se ha dejado gobernar por políticos mediocres, por personajes corruptos y siniestros, por mafiosos que dominaron y dominan los consejos de administración de las empresas, por jueces cómodos y acomodaticios, por prensa sumisa y dócil que no ha alertado del devenir, por profesorado más atento a la nómina que a la formación, por una sociedad que gasta millones y millones en el fútbol y escatima las becas de investigación…

Pero también es cierto que mucha de esa juventud que volvió a coger la maleta como en los años sesenta del pasado siglo, por ejemplo, tiene unos sólidos valores y no todos son hijos de cretinos fanfarrones. No, conozco a muchos estupendos chavales que quisiera ver compartir con sus abuelos esos nietos, y me haría muy feliz saber que están en su patria viviendo dignamente. Siento decirlo, pero hemos hecho muy mal los deberes y cada cual recoge lo que siembra. Este es el País de viejos y geriátricos en manos de fondos buitres que nos asaltan con la permisividad de las autoridades.

Nuestras “lumbreras” – no acepto que siendo la más preparada por oportunidades sea la más capacitada- viven allá como mejor pueden. Es posible que alguna eminencia se haya hecho hueco y destaque en su actividad, pero a tanto presuntuoso le conviene recordar que hay profesiones que en castellano se llaman de una manera mucho más humilde,y siendo todas respetables, no lucen tanto en este mundo de fantasmas.

En cuanto a los ingenieros que quedaron aquí, muchos trabajan en empresas muy sofisticadas a las que cada día les buscan nombres más creativos (ingenieros de ideas, couche de comerciales, manager de camareros, director de logística, vulgo carretillero…), pero que cobran sueldos miserables y viven en esclavitud legalizada por una reforma laboral que siempre favorece al empresariado.

Estamos peor que hace cincuenta años a pesar de que mis interlocutores sean tan confiados y me lo cuenten con la esperanza de que se lo crea. Y voy yo y me lo creo.

Por favor, absténganse fachendosos.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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