Marcelino Menéndez Pelayo escribió que si España dejara de ser católica dejaría de ser.

La polémica entre los ortodoxos, quienes admiten las tradiciones y los heterodoxos que reniegan de ellas nos ha acompañado desde el renacimiento y se ha incrementado a partir del siglo XIX, la eclosión del romanticismo.
La búsqueda de las raíces me empujan de nuevo a Roma, la ciudad en que he vivido muchos años, en vísperas de nuestra segunda cita electoral y a una Italia donde los populismos y un Papa atípico comparten el dominio espiritual y material.
Él motivo de este viaje una cita con el destino se frustró por ese diablo de la discordia y de las dudas que a veces se introduce en nuestras vidas y nos trastorna.
Roma caput mundi decían orgullosos los romanos en la época de los doce Cesáres y conquistaron y dieron su idioma, sus calzadas, su derecho y su civilización a muchos pueblos entre ellos a Hispania. Sus huellas son evidentes en muchos puntos de la actual España como Merida, Segovia y Tarragona.
Hoy la política italiana podría describirse como delirante y la nuestra amenaza con seguir sus pasos. La revolución digital abre los cauces de participación ciudadana hasta límites insospechados y la irruencia de los medios de comunicación nos presentan un sabroso menú, que descubre y escudriña entre los entresijos de la actualidad y escruta de forma inmisericorde las decisiones politicas.
Voy de nuevo a Roma como peregrino de la latinidad para pasearme por su centro histórico que estará a rebosar de turistas, que contemplan maravillados las azaleas que tapizan la escalinata de la Piazza di Spagna y embobados la Fontana di Trevi.
La alcaldesa de Roma una joven "grillina" rivaliza en ocurrencias e ineficiciencia con nuestra Carmena. Son populistas que elegidas como protesta ante la corrupcion y

nepotismo de los regidores anteriores. Nada ha cambiado solo los nombres, pero las prácticas siguen siendo irregulares y doctrinarias. De buena gestión nada de nada.
Sin embargo Roma tiene algo de mágico que supera a sus gobernantes y que nos sumerge en la contemplación y nos inspira a quienes aspiramos a ser artistas. Son sus ingeniosos y pícaros habitantes, su creatividad para abrirse paso a pesar de las arbitrariedades de los políticos.
Estos cuatro años han sido una sucesión de disparates, que sin embargo no han podido con el Sr. Santiago, ni con nuestra historia y gran vitalidad. Calígula no fue eterno, ni su caballo tampoco.
Joaquin Antuna - joaquinant@hotmail.com