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Marion y la música ratonera

lunes, 08 de abril de 2019
Tuve una alumna que tenía una historia curiosa que contar. Era relacionada con la música. Se molestaba cuando poníamos música en la oficina. Ponía mala cara. Me intrigaba esta extraña aversión. Pensaba que tal vez algún novio le había dado un guitarrazo en la cabeza y se había sentido dolorida como aquel indigena aborigen Marion y la música ratoneraaustraliano que había recibido el golpe seco de un boomerang. Tenía que ser por algo así o tal vez algún drama sentimental ligado a un tango argentino o un cha-cha-chá en que la impericia de la pareja dió con ella de bruces en el suelo. Tal vez el oído le retumbaba en su cerebrín. Había gato encerrado sin dudarlo.

Ester la defendía a capa y espada como hacía con todos sus compañeros era la compasiva, la abogada de pobres, así es que no le pregunté nada a Marion. Que íbamos a hacer. Nada. El misterio de porque al angelito belga le aterrorizada la música quedó de momento sin resolver.

Revolví en el baúl de los recuerdos, que con el paso del tiempo parecía el de la Piquer y recordé, una familia colombiana que tenía dificultad en encontrar un piso en Roma. El rebus, el misterio era muy simple, la hija María Matilde era concertista de piano y su trabajo de solista le llevaba a muchas horas de aporrear las teclas, pues tenía manos grandes y fuertes de destripa terrones y claro, los vecinos perdían los nervios y después de agrias protestas las ponían en la calle y su cuñado, que era mi cuate, se partía de risa gozando de las desventuras de su elegante suegra y de los tropiezos de su cuñadita.

Estos teclados me abrieron los ojos. La alergia de Marion a la música debía tener alguna explicación doméstica. Sorteé la defensa a ultranza de Ester sin hache, a defender la privacidad y haciéndome el longuis interrogué hábilmente a la moza y se aclaró el sudoku. En el intrínguilis metía la patita el amor. Su madre Sophie se había separado y ahora había caído en las redes de un compositor músico que tocaba el trombón y tenía revolucionado a los vecinos y convertido a Marion en una zombi. El asunto se complicó aun más con la afición de su hermano un año menor que ella por la trompeta. Los ensayos largos y repetitivos de ambos traían por la calle de la amargura a la chica.

De donde amigos si os gusta la música evitar los empachos y no os mezcleis con músicos enloquecidos por sus instrumentos y a Marion sugerirle que en Facebook cuando busque amigos especifique en su bonito francés. 'Pas de musiciens', si queréis mi amistad 'Pas de musique'.

Me voy con la música a otra parte mis queridos lectores. Dejemos a la bella Marion con sus cuitas y tengamos la fiesta en paz.

Joaquin Antuna - joaquinant@hotmail.com
Antuña, Joaquín
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