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No sé lo que hay de cierto

viernes, 05 de abril de 2019
Como saben mis lectores, tengo un amigo muy soñador que ve fantasmas, a sabiendas que no existen, y me cuenta historias que no me permiten dormir. Ciertamente, no se las creo; pero él es tan reiterativo en sus consideraciones que me acabo de levantar de la cama para hacerles partícipes de mis preocupaciones.

Dice mi amigo que en la tierra donde él vive es muy corriente que los alcaldes, los agentes del orden y los jueces sean amigos, o al menos conocidos, y se cuentan unos a otros las vicisitudes de su trabajo y que, por tanto, no ocurre nada que merezca la pena ser investigado porque no hay ni corrupción, ni trato de favor, ni escándalos que ocurren en otras latitudes. Y me cuenta casos concretos de donde los vieron compartir mesa y mantel, como se tapó aquella investigación de gastos –servidumbres del cargo se ríe él-o como oyó decir a alguien que tenía órdenes de callarse la boca.

No me lo creo. Yo creo que mi amigo tiene una imaginación muy calenturienta y que muchas cosas no son consideradas por quien corresponde porque forman parte de la cotidiana convivencia. Cada ciudadano es libre de ser amigo de quien quiera y realizar confidencias con quien le parezca.

Yo le digo que, si sospecha algo, llame a un periodista de investigación y le dé la información que posee. Él me contesta que no hay periodistas dispuestos a realizar esa labor porque saben que en el momento traten de descubrir lo que está ocurriendo, son llamados a capitulo por sus jefes, y como la prensa está subvencionada, si sale algo a la luz pública que pudiera ser susceptible de delito, se le corta la subvención y el periódico y periodista en cuestión se van a ese sitio que huele mal.

Vuelve a insistir: “Fíjate. Es la única tierra donde todo es normal. En esa tierra jamás hay escándalos de dirigentes. Si acaso se ataca a algún proxeneta, pero jamás al político responsable de la anomalía. Allí, me recalca, está permitida la invitación a determinadas personas que desempeñan trabajos públicos; allí sólo se castiga al que no es afín, o si acaso al que se sospecha que denuncia; allí se le hace el boicot al que saca a relucir algún trapo sucio; allí se amenaza, veladamente o a solas, al que pone algo en solfa; allí, si se abre una investigación, acaba como el rosario de la aurora. Es una tierra impermeable para la claridad y además juega con la ventaja de la precariedad laboral, de que todos se conocen y son familia. Mira cómo será que mueren sus hijos víctimas de la droga y se mira para otro lado, sin luchar, sin decirla verdad, sin valor para denunciar la realidad, todo por la escasísima moralidad ciudadana. Allí nadie se inmuta por nada. Están habituados a vivir y morir en silencio y entre la apatía ciudadana y la calaña de los dirigentes se va todo diluyendo… comiendo un poquito de marisco que es la mejor lavadora de conciencias que existe. El dinero también lava conciencias, pero canta más alto. El marisco es una pequeñez sin importancia”.

¡Se le ocurren unas cosas a mi amigo que me deja perplejo! ¡Mira que pensar esas cosas de personas de gentes de orden y recto proceder! ¿A quien se le ocurre pensar que el alcalde pueda cometer chanchullos con constructores o con otros empresarios? ¿Cómo va a ser cierto que nadie investiga? ¿Quién puede creer que un juez no le dé importancia a las escasísimas denuncias? Creo que mi amigo debe ser pariente de algún escritor imaginativo que tanto proliferan en esa tierra y que encuentra enanitos vestidos de jueces, ogros de alcaldes y malandrines de fuerzas del orden y que las historia que me cuentan son pantagruélicas fiestas donde el birrete y el uniforme sirven para disfraces de los fieles subalternos que, por cierto, y según él, son también los paganos de la cuenta. Me recalca que todo sea en loor a Dios, que por cierto juega en su equipo, de ellos, y que saldrá en procesión para que tenga sentido aquello de “Perdona tu pueblo, perdónale, Señor”.

Todo esto me lo cuenta el pesado de mi amigo que como saben es muy mal pesado, muy suspicaz, muy criticón y tiene muy mala leche. Y cuando yo le digo eso, me contesta: Y vosotros miedosos, cobardes, cómodos, acomodaticios… y una serie de improperios que me tengo que ir para que haya paz. Y él de lejos me suelta despedida: “ Eche o que hai”.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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