Este es el sugerente título de concierto que protagonizó la semana musical ferrolana junto a la representación de la célebre ópera de Giacomo Puccini,
Madama Butterfly. Un concierto de la OSG junto al violinista David Grimal en el que de mano de la Sociedad Filarmónica Ferrolana se interpretaron dos obras creadas por dos grandes

genios de la tradición occidental en la temporada estival: El
Concierto para violín y orquesta en re M op.77 de Johannes Brahms, compuesto en Pörtschach am Wörtersse, una aldea a orillas del Lago Wörther, en Austria y la
Sinfonía nº 7 en la M, op.92 de Beethoven, la apoteosis de la danza-como decía Wagner-, creada en el balneario bohemio de Teplitz. No todos se atreven con este concierto para violín, un ejercicio de endiablada técnica, hasta el punto de ser calificado por unos como un concierto contra violín, por otros como concierto para violín contra orquesta
ganando el violín. Lo cierto es que en él se presentan todo tipo de dificultades. Ni nuestro Sarasate llegó a interpretar los compases de los que J. Joachim fue paladín desde su estreno en Leipzig en 1.879. Ciento cuarenta años después la obra sigue siendo un reto para los solistas. Magistralmente resolvió Grimal toda suerte de trinos, arpegios, dobles cuerdas, pizzicatos
sobre todo en la
cadenza, clímax de la obra que nos conduce al brillante y exaltado final, haciendo las delicias de un público expectante. Ya en la segunda parte, con el solista como primer violín y sin director, los compases de la
Séptima de Beethoven, obra de locuaz unidad y sólida construcción discurriendo entre la perfecta alegría del
Vivace, la fúnebre marcha de insólita fuerza y romántico lirismo del
Allegretto, los envolventes sonidos del
Presto y la exuberante expresión del
Allegro con brío, con el que concluye la obra. Un magnífico concierto que a nadie dejó impasible.