El calvario que esta pasando la iglesia católica por las aficiones de algunos clérigos a los abusos sexuales contra menores se ve compensado por un nuevo mártir en su nutrido martiriológico.
Son la cara y la cruz de la Santa Iglesia Romana. Su vía crucis particular. El Papa Francisco quiere cortar de raíz este mal que aqueja a su institución y acabar con el encubrimiento.
Sabido es la atracción mutua entre profesores y discípulos producto de la fascinación del docente sobre sus estudiantes. La tentación que sufren los educadores de aprovecharse de sus educandos es muy fuerte.
La admiración, el afecto a veces se desbordan y traspasan las barreras de la moral y de la dignidad de las personas y son punibles por el Código Penal.
El hecho que la mayoría de estos abusos revistan carácter homosexual era normal en la antigua Grecia con sus efebos a disposición de sus amos y maestros y no están relacionados con la tolerancia a los usos sexuales que nos llega de la California actual.
La repulsa que han despertado en la opinión pública estos monaguillos mancillados y sus historias igualan si no superan las de los entrenadores deportivos enzarzados con sus entrenados por su carácter sagrado.
Recuerdo en Bucaramanga en Colombia en un proyecto de gamines, los niños de la calle, un voluntario monitor que cámara en mano se deleitaba en fotografiar a los pequeños. Lo apartamos inmediatamente y regresó a su Elche de procedencia. Confío en que se habrá dedicado a fotografiar palmeras.
Este cardenal de Estados Unidos que ha sido reducido al estado laico a los 88 años no procedió de la misma manera y disculpó las debilidades de la carne. Esta misma sospecha planea sobre otros pastores que creían salvar la cara de la iglesia y ejercer el corporativismo olvidándose de la reparación debida a las victimas.
Contrasta estas historias culpables y vergonzosas con la del asesinato de un misionero
en Burkina Fasso, un sacerdote salesiano de 72 años ajusticiado en un control de carretera por feroces yihadistas. Se cortaba así una labor extraordinaria de fraternidad humana y de compromiso y sacrificio personal.
En una misión de misioneros combonianos transcurrió mi primera noche en África precisamente en Burkina que entonces aún se llamaba Alto Volta. A la luz de las velas compartí la frugalísima cena apenas se puso el sol. Comprobé la labor humanitaria de aquellos admirables misioneros y de agricultores voluntarios italianos. En una de las paredes se leía la pintada fuera los extranjeros. La independencia estaba cercana.
Intervalo estas dos reflexiones de mis vivencias personales entristecido e indignado por actos tan reprobables y por la alevosa muerte de un misionero. Cara y Cruz.
Joaquin Antuña - Joaquinant@hotmail.com
