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Galleguismo identitario

jueves, 14 de febrero de 2019
En sus orígenes, el galleguismo se presenta como un sentimiento natural y espontáneo de amor a la tierra. Este sentimiento es, por otra parte, común a todos los seres humanos. Sentir a Galicia es el primer vínculo de comunicación y contacto físico y sensitivo del gallego con su solar nativo, en el que arraigan las raíces de sus ancestros. Expresiones como “miña terra” o “meu terruño” brotan de lo más profundo del alma gallega para definir su relación cosmo-telúrica con el entorno natural y sus primeras experiencias y vivencias vitales.

Pero como nos recuerda Ramón Piñeiro, además de ese galleguismo sentimental o primigenio, ligado al entorno y contorno físico y sensorial, existe un galleguismo consciente y reflexivo que consiste en el deber moral de lealtad del gallego con Galicia; de solidaridad con su pueblo y de identidad con sus valores, lengua y tradiciones.

El galleguismo sentimental es reflejo de un comportamiento antropológico; de una tendencia natural, sin compromiso previo alguno; en cambio, el galleguismo reflexivo, de carácter sicológico, se manifiesta por el deber moral de lealtad al pueblo y de solidaridad con la comunidad social gallega.

Este segundo galleguismo supone, en esencia, un compromiso; una toma de conciencia; un acto de voluntad; una decisión personal del gallego de identificarse con el ser de Galicia.

Ambos aspectos, natural y ético, antropológico y sicológico son anteriores y ajenos a todo contenido posterior, singular y concreto, y a toda posible diferencia ideológica. Son, diríamos, el sustrato natural y moral del ser gallego. Por eso, Ramón Piñeiro señala con acierto que “nós somos galegos antes e por embaixo de todalas ideas filosóficas, políticas, relixiosas ou estéticas que nos poidan diferenciar”.

Sobre el anterior basamento, común del galleguismo, sentimental y consciente o reflexivo, se erige el nuevo binomio del galleguismo: identitario y nacionalista.

Ambas maneras de entender el galleguismo no pueden considerarse como totalmente independientes, pues la segunda se apoya en la primera, añadiéndole datos o conceptos especiales, de naturaleza política o ideológica, según el pensamiento de cada uno de sus autores.

En cuanto al galleguismo identitario, su formulación es por eso más sólida y coherente, ya que en él se agrupan todos los investigadores de nuestra historia, de nuestra tierra, de nuestra lengua y de nuestra cultura, sin perjuicio de sus diferentes posturas o ideas nacionalistas.

Para Ramón Piñeiro, Manuel Murguía y Eduardo Pondal, son las dos figuras más destacadas en el despertar de la conciencia histórica del pueblo gallego; el primero, trazando con vigor la imagen histórica de la Galicia céltica y el segundo, dándole luminosa e inmortal presencia poética.

Con esos antecedentes y gracias al servicio impagable de la revista Nos, destacan por su importancia y el prestigio de sus obras dentro del llamado galleguismo identitario, que es el que aquí nos interesa: Castelao, Otero Pedrayo, Cuevillas y Vicente Risco. Los cuatro, según Piñeiro, coincidieron en la común “arela de chegar á posesión de coñecimentos seguros sobre o verdadeiro ser do pobo galego”. Castelao, “a través da arte popular”; Cuevillas, “a través dos restos das nosas culturas prehistóricas”; Risco, “a través do material etnográfico”; Otero Pedrayo, “a través das grandes manifestacions históricas da nosa evolución cultural”.

En 1974, el propio Ramón Piñeiro subrayaba la necesidad de que Galicia afirmase su propia identidad para poder asimilar el cambio de los tiempos y jugar un papel activo en el mundo. Para lograr ese objetivo, ponía especial énfasis en el idioma como principal herramienta. Se basaba en que la lengua es el elemento identitario más característico de la singularidad de un pueblo, por encima incluso de compartir el mismo territorio o poseer las mismas afinidades fisionómicas. La lengua, dice Vicente Risco, es de todos los vínculos sociales “o mais espiritual de todos, é o que conforma o pensamento e fai a maneira de ser das xentes”.

Para Manuel Fraga, en su ensayo sobre La cultura gallega, “la tierra y la lengua son las dos raíces más profundas de la comunidad social gallega”. El gallego, dice es una lengua romance que no es dialecto de ninguna otra lengua, concluyendo que la lengua gallega es “hija del latín, hermana del castellano y madre del portugués”.

Ya a mediados del siglo XIII, las cuatrocientas veintinueve canciones religiosas en honor a la Vírgen María, conocidas como las Cantigas de Santa María, de Alfonso X El Sabio, fueron escritas en galaico-portugués, con la participación directa del propio rey, aunque algunas de ellas pueden atribuirse al trovador gallego Airas Nunes. Conviene recordar que en aquella época, el gallego- portugués era la lengua obligada en las Cortes peninsulares para el cultivo del género lírico. Alfonso X entendió, según Anabel Sáiz Ripoll, “que el gallego constituía por su musicalidad o por sus rasgos específicos, el instrumento más adecuado para componer su poesía”. Se trata de la parla dulce y armoniosa, como calificó a nuestra lengua Emilio Castelar o la “fala doce e sentida” que decía Ramón Cabanillas.

El anterior denominador común, coincidente en profundizar en la interioridad del ser gallego, lo expresó Fernandez del Riego reconociendo que “todos estiman que a forza de seren esencialmente galegos, conseguirán seren humans, universais i eternos”. En ese conocimiento íntimo de la galleguidad reside la dimensión humana y universal de la que son representantes y portadores nuestros paisanos en el mundo.

En resumen, un país, un pobo e unha lingua definen el ser de una comunidad política y social.
Santín Díaz, Enrique
Santín Díaz, Enrique


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