Poseedores y posesiones
jueves, 06 de diciembre de 2007
POSEEDORES Y POSESIONES (La real dimensión de las cosas)
La pulga de la oreja paseó su mirada por todo el territorio: la blanda llanura suave se ondulaba al soplo de la brisa. A ella le gustaba especialmente deslizarse por las ligeras pendientes hasta asomarse al borde de sus dominios para contemplar mejor los límites de su imperio. Sí, sus tierras constituían el más bello de los paisajes. Por eso, confeccionó una bandera con los dos colores que definían el solar de su nación -el blanco y el negro- y la espetó en el suelo con orgullo. Después, compuso un vibrante himno y lo entonó con los ojos húmedos de sentimiento.
La pulga de la cabeza se encaramó hasta la cumbre de sus dominios y desde allí contempló todo el paisaje: una sucesión de zonas níveas y misteriosas islas negras. Sí, el suyo era un territorio privilegiado, la cúspide desde la que se podía hablar de tú al sol, la cima llamada a conquistar y unificar todos los otros territorios y ella era, sin duda, el ser elegido por el destino para tal empresa. Por eso, inspirada por la pasión del momento, diseñó una bandera que representara el esplendor del sol que coronaba su reino y la clavó en el suelo que pisaba. Luego, entonó un himno solemne mientras las lágrimas bañaban su rostro emocionado.
La pulga del lomo se sintió satisfecha después del largo recorrido por su extenso territorio. Ella era la poseedora de la región más amplia y, por lo tanto, podía considerarse la más afortunada de todas sus congéneres. Llena de orgullo tejió una bandera que representara la amplitud de sus dominios y, con gesto solemne, la clavó sobre una ligera protuberancia en el mismo centro de su reino para señalar definitivamente sus dominios. A continuación, lanzó hacia los cuatro confines la melodía de su himno sonoro para dejar constancia de su propiedad inalienable.
El perro blanco y negro se desperezó de su siesta y se irguió pesadamente. El repetido acoso de las pulgas no le había permitido un buen descanso pero estaba dispuesto a poner fin a sus picores. Primero, restregó el lomo contra la pared hasta asegurarse de que el incómodo inquilino había sido eliminado; después, parsimoniosamente, se rascó con la pata la oreja y la cabeza hasta quedar satisfecho y, por fin, volvió a tenderse tranquilamente para continuar su interrumpida siesta.
Que cada cual saque sus conclusiones.
Feliz Navidad.
Álvarez, Ramiro J.
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