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Libérame, Dómine

lunes, 14 de enero de 2019
Si uno no se moviese entre el Agnosticismo y el deseo de creer, rezaría aquellas oraciones de antaño que decían: Liberáme, Dómine. Y diría: de la avaricia, libéranos, Dómine. Y ello englobaría desde los fondos buitres hasta el propio egoísmo. Y, por supuesto, de los miles de golfos que pululan por la sociedad.

Porque es tal la codicia humana, que cada día me siento más misántropo, a pesar de mis esfuerzos por combatir la soberbia y reconociendo la humildad como mejor virtud. De las dos primeras, misantropía y soberbia, libérame, Dómine. Y todo ello se debe a que todo vale con tal de hacerse rico, porque hemos llegado a tal grado de estupidez que hemos escogido al euro como la medida de la valía de las personas para despreciar como una antigualla los tan cacareados principios éticos y aquellos valores que pudieran repararse con un mínimo de reflexión y solidaridad. Profesiones tan prestigiosas como la medicina, por ejemplo, donde la generosidad del galeno era manifiesta, se han convertido en máquina de facturar olvidando un principio tan loable como el juramento hipocrático. Evidentemente, hay excepciones, como es siempre obvio.

Pero el problema no termina ahí, sino que el afán por conseguir dinero entronca con la filosofía personal tan en boga “del ande yo caliente y ríase la gente”. Y nos ponemos las gafas de las disculpas, cada cual más vacía, para practicar la indiferencia y no ver las desgracias ajenas. Sin embargo, sería conveniente pensarlo, y es que tanto afán para conseguir dinero es fruto de un estúpido consumismo-donde el hedonismo tiene mucha influencia-y tanto esfuerzo y tantas trampas para conseguir el vil metal, sólo es la antesala del absurdo despilfarro que es tan grande como irreflexivo y poco educativo. Y ahí están las navidades para corroborarlo y la reiterada necedad de tanto gasto sin sentido. Ya los niños pasan de los Reyes Magos y eso es una pésima señal de lo que se avecina.

Y pasadas estas fechas, generalmente entrañables, llega, vuelve el invierno con sus rutinas y tiempo para el sosiego, y deseable sería aprovecharlo para la introspección, para que cada cual pueda replantearse su vida y ver si se siente a gusto consigo mismo. A mí se me ocurre pensar que muchos problemas que tiene la gente se deben a la ociosidad y al hastío que produce no hacer nada y esa insatisfacción personal daña el coco. La vida regalada sin esfuerzo, sin tropiezos, sin decepciones y alegrías, sin ilusiones por las que luchar, a mí me resultan vacías.

Vivimos en una sociedad acomodaticia, callada, sumisa, dócil y sin muchas esperanzas.

Siempre temblando que nos quedemos sin trabajo o pensión, criticando a diestro y siniestro, desconfiando continuamente de todo y de todos y eso ni es bueno, ni aconsejable, ni edificante. En la vida, lo que no nos gusta, hay que cambiarlo con actitudes positivas y eso muchas veces es una tarea individual que con el ejemplo se puede convertir en colectiva.Y hay mucho por lo que luchar en un pueblo donde apenas hay trabajo, donde la mayoría de los jóvenes han salido a otros países a buscarse la vida, donde los ancianos sobreviven en geriátricos de fondos buitres, a los que por cierto nadie pone ni freno ni controla lo que pagan los pensionistas.¿ Ven cómo hay tareas?. Vivimos en una tierra rica en paisaje y escasa en lucha. Una Tierra adormecida por la desidia, el pasotismo, la indiferencia… donde la valentía del celta no se ve por ninguna parte.

Yo no creo en la Historia que nos enseñaron plagada de mitos, pócimas y santas compañas. Lo que es irrefutable es que, como tales celtas, vivimos en el Finisterrae porque no todos sabemos nadar; pero resulta evidente que somos anfibios, sino que le pregunten a nuestro marineros y pescadores.

Aviso para terminar: próximamente les hablaré de como los políticos dejan que proliferen casinos y juegos de azar sin que nadie quiera poner coto a estas mafias. Si llegamos allá.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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