A veces escribimos en abstracto sobre algo, por ejemplo, ese uso permanente del móvil
que nos rodea. Esas personas que atruenan el autobús contándote sus triviales historias. Por azares del destino he tenido la oportunidad de observar de cerca a uno de estos jóvenes vampirizados por este aparatito.
A mi pregunta de porque dedicar tanto tiempo me responde "estoy socializando" y sigue impertérrita dale que dale. Pasamos por un bello paisaje. No levanta la cabeza continua enfrascada.
Paramos en un pequeño restaurante. Casi no prueba la comida. Esta subyada por su móvil. Intento averiguar si se trata de un novio o de su madre. Respuestas vagas. No insisto. Menos mal que aparece un perro blanco que atrae su atención. Masculla que es horrible lo que le ha ocurrido al perro de Barcelona "asesinado" por un guardia. Un par de bocados y vuelve al móvil. Veo que es tarea imposible sacarla de su abducción.
Afortunadamente se agota la batería y ahora podemos hablar para "intercambiar" como dice, recurro al tema del perro. Descubro que estoy ante una animalista feroz. Nos deslizamos a referirnos a Dios. No es cristiana, ni le interesan todas esas patrañas religiosas, pero está aterrada ante la invasión del plástico en los mares. Pone cara de profundo sufrimiento y de indignación. Le parece preciosa la palabra "microplástico". Se
inquieta al estar sin su móvil.
Se remanga una manga y descubro que tiene todo el brazo tatuado y me cuenta, que está medio cubierta. Le gustan las pelis de superhéroes y transformers. Se sabe de memoria los episodios de Juego de Tronos. No sabe, ni le importa quien es Vargas Llosa, ni ningún escritor. Es de una incultura supina. Una hermana le ha recomendado un manual de autoayuda. Le replicó que no leo basura.
Me pregunto quien es el marciano si esta jovencita de veintipico años o yo con mis lecturas y mis periódicos. Ni se molesta en ojearlos. Debo ser un retrógrado para ella a quien apasiona el Thor de la serie Vikingos y héroes como Superman y el hombre araña.
Tengo curiosidad por ver de que habla y manda constantes mensajes. En un descuido doy un vistazo y veo con asombro que este ángel habla de banalidades cotidianas y se saca selfies que envía a sus amistades. Dice que está ahorrando para un iphone de 64gb. Debe de tratarse de un portento de aparato.
Estamos ante el mar cantábrico que ruge, pero la tatuada no le presta atención, tal vez si apareciera algún monstruo marino la cosa cambiaría. Si saliera un gachó musculoso con un tridente se emocionaría o una sirena de grandes trenzas y retocada por un hábil cirujano perdería la calma y se sentiría en situación de entrar en acción.
Creo que la tatuada es un personaje de esos relatos de caballerías, que hicieron perder el oremus al mismísimo Don Quijote de la Mancha y que su mente esta poblaba de criaturas de cómics, los nuevos libros de Caballería. Nada nuevo bajo el sol.
El móvil es una especie de mago Merlín que embruja y ensimisma a muchos de estos jóvenes, como para mí esta extraña amiga tatuada, para la que yo sin duda soy un retrógrado.
Como pueden comunicar entre sí la cultura clásica y la nueva mitología de series y cómics. Es difícil que se entiendan. Estamos ante un fenómeno de incomunicación como en una película de Antonioni.
Se sienten incomprendidos. Sus dioses e ídolos son diferentes. Hablan entre sí, pero no se comprenden. Pueden comunicarse en el mundo de los afectos. Pueden incluso abrazarse, pero son dos completos extraños.
Joaquín Antuña-joaquinant@hotmail.com
