Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

Los días de esplendor (VIII)

martes, 20 de noviembre de 2018
No había nada más hermoso que las verbenas. Recuerdo aún las luminarias brillando en el cielo con un inmenso resplandor, y a las orquestas de A Coruña y Pontevedra o locales, con sus grandes vocalistas, tocando pasodobles, coplas y música tropical. En los días de esplendor, durante el verano, todo el valle era una fiesta.

A finales de junio, cuando un olor a rosas perfumaba el ambiente en los caminos, el día de la fiesta del patrón de la parroquia era uno de los días más hermosos del año. La víspera, llegaban las atracciones ambulantes y se instalaban en el atrio y, a mediodía, el estruendo de los fuegos de artificio anunciaba la fiesta del día siguiente. A la noche, en la taberna, se hablaba de las orquestas que ese año amenizarían la verbena.

El día de la fiesta, por la mañana iban llegando al atrio, de traje y corbata, los parientes de otras parroquias que venían de invitados y algún que otro indiano que volvía de La Habana. Después de la misa cantada había la procesión con los santos y luego, en la sesión vermut, la orquesta interpretaba pasodobles y coplas.

Las copiosas e interminables comidas duraban casi tres horas; se comía, se bebía, se cantaba y se fumaban puros habanos. Con los invitados se hablaba de lo divino y de lo humano, pero sobre todo del pasado.

La verbena comenzaba al anochecer y se prolongaba hasta la madrugada y casi todo el mundo bailaba. En cada edad la fiesta tenía un sabor distinto: Los niños jugaban correteando por el atrio y viendo los "haigas" que los indianos traían de La Habana, los jóvenes se enamoraban bailando al son de una música que era como una lluvia celestial en el frescor de las noches de las tierras celtas y los mayores recordaban con nostalgia las fiestas de su juventud. Las luminarias brillaban en la noche como el fulgor de la juventud en los días de esplendor.

Al final de la verbena, de vuelta a casa, un griterío inundaba los caminos, y el revoloteo de los niños alteraba la intimidad de las parejas amparada por la oscuridad de la noche.

El día después de la fiesta era de una profunda melancolía y en las casas quedaba una mezcla de olores de los dulces, el coñac y los puros habanos que duraba varios días, al igual que la melancolía.
Paz Palmeiro, Antonio
Paz Palmeiro, Antonio


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES