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Matemáticas de Dios…

domingo, 11 de noviembre de 2018
Cuando decimos ‘poco’, estamos diciendo ‘escaso’ o ‘corto’ en cantidad o en calidad.

En la aldea de Sarepta, corta de vecinos y de renombre, aquel día escaseaba todo lo que cuenta en la vida de una persona: era poca el agua, un puñado la harina y exiguo el aceite, era poca la leña, era corto el futuro, y era tasado, por no decir mezquino, el amparo de que podían gozar aquella mujer y su hijo, pues ella era sólo una pobre viuda.

Aquel mismo día, andaba Dios ocupado en buscar a alguien que amparase a un profeta, y para esa misión -¡cosas de Dios!- escogió a la viuda pobre, a una mujer desvalida que, agotados el pan y la esperanza, se disponía a morir.

En realidad, aquel día, andaba Dios ocupado en abrir caminos para salvar la vida de los desamparados: la de la viuda y su hijo, la del profeta… la de todos aquellos que en esta historia están representados y prefigurados.

La viuda, su necesidad, su fe, representa y recuerda la peregrinación de Israel por el desierto, un camino de penuria recorrido con la fuerza de un pan que bajaba del cielo y un agua que brotaba de la roca. En aquella viuda, en su necesidad, en su fe, puedes ver prefigurada la historia de Jesús de Nazaret, historia de un pobre que, tomando en sus manos el último pan, nos entregó con él su vida entera. En la viuda de Sarepta, en su necesidad, en su fe, puedes ver prefigurada tu propia historia de Iglesia amada de Dios, de Iglesia pobre, de comunidad creyente, a quien su Señor pide el último panecillo, ese puñado de harina, ese poco de aceite, de los que todavía puedes disponer, y que entregados –entregado con ellos todo lo que tenías para vivir-, hacen posible el milagro de que nunca falte en tu casa pan para los pobres: ¡Nunca tu “orza de harina se vació ni la alcuza de aceite se agotó”!

¡Matemáticas de Dios!: Cuando lo das todo, ganas lo que pierdes, sumas lo que restas, y te dispones a vivir, no a morir…

Hoy se unen a tu oración todos los que comparten tu necesidad y tu fe, todos los que viven por tu pobreza entregada. Es un coro innumerable para un único canto de alabanza: “Alaba, alma mía, al Señor”, que mantiene su fidelidad perpetuamente”.

Aprender a Cristo:

La Iglesia ha querido poner en el corazón de este domingo a dos mujeres, pobres las dos, con una pobreza que resulta extrema por ser viudas las dos.

Pero no las han llevado al centro de nuestra celebración por su condición de pobres o de viudas, sino por su fe que se intuye oscura y grande, por su confianza en Dios, como de niño en brazos de su madre, por su entrega que, por total y definitiva, es confesión irrevocable de la fidelidad del Señor que hace justicia a los oprimidos, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda.

Por eso, en nuestra celebración, no hacemos la alabanza de las dos viudas, sino que decimos con el salmista: “Alaba, alma mía, al Señor”.

Pero tú, Iglesia pobre de Cristo pobre, en el que es tu cabeza has reconocido a la única verdadera viuda que todo lo ha entregado desde la fe y la confianza en la fidelidad de Dios: todo lo ha entregado viniendo a nosotros, todo lo ha entregado viviendo entre nosotros, todo lo ha entregado volviendo al Padre del cielo.

Admira la totalidad de la entrega, la radicalidad de la pobreza, la plenitud de la confianza. Y alaba al que, resucitando a Jesús de entre los muertos, dio un significado nuevo e inefable a las palabras de tu salmo, pues de un modo que no podrías decir y ni siquiera pensar, ha hecho justicia a ese Oprimido, ha dado pan al Hambriento, ha libertado al Cautivo, ha sustentado al Huérfano y a la Viuda.

Pero aún has de considerar otro gran misterio: esa Viuda pobre –Jesús de Nazaret-, que todo lo ha entregado al Padre del cielo, todo nos lo ha dado también a nosotros; por nosotros y para nosotros ha echado en el arca todo lo que tenía para vivir, ha hecho de su vida entera un panecillo y nos lo dio para que viviésemos.

Hoy te acercarás a comer ese pan y alabarás a Dios por Cristo resucitado, porque su orza jamás se vaciará, y su alcuza jamás se agotará.

Hoy, en comunión con Cristo, aprenderemos a ser esa viuda pobre, aprenderemos a hacer de la vida un panecillo para el necesitado, a echar en el arca de las ofrendas lo que tenemos para vivir.

Hoy, en comunión con Cristo, aprenderemos a Cristo.

Feliz domingo.

(Fr. Santiago Agrelo es Arzobispo de Tánger)
Agrelo, Santiago
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