
Hace un tiempo publiqué en la revista lucense Entremuros un mini reportaje sobre la Mulata, prostituta de 82 años que seguía ejerciendo en un bar de la Tinería. La llamaban así porque cuando empezó en el barrio a los 17 años su pelo era color negro azabache. Tuvo 7 hijos que no quisieron saber nada de ella, le gustaba el anís y le apasionaba el flamenco. Sus compañeras de profesión la apreciaban.
Miles de hombres pasaron por su cama: jóvenes, viejos, casados, estudiantes, gañanes, borrachos, mal nacidos y parásitos. Me comentó que no estaba orgullosa de su pasado pero tampoco cambiaría mi camino aunque hubiese podido.
La Mulata poseía esa dignidad serena del que sabe que no hay guerra que ganar, montaña que subir ni meta que alcanzar. Por lo que me cuentan se murió como vivió: a solas con su propia sombra. La vida es un tango.
Su última foto al pie del cañón.