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Aquellas mayores de Preu

viernes, 26 de octubre de 2018
Hay looks de chicas y chicos que se repiten una y otra vez a lo largo de la historia, en su tiempo y sesenta años después; que no copian los estilos originales, si no que son una "cita" de aquellos. Algo así como los estilos artísticos, que siempre tienen sus neo: neogótico, neo-renacimiento, neobarroco, neoclásico, neo-romántico, neo-dadá, neo-minimal...

Este de la "cita" ha sido un término muy usado por la crítica de arte en la Aquellas mayores de Preupostmodernidad, cuando el espíritu de las vanguardias se había acabado e institucionalizado presentándose de largo en los museos. Entonces, los artistas de los 80 y 90 hacían revisiones de las mismas en sus obras, desde una concepción de novedad en esa interpretación, de actualización, pero ya no con la idea de ruptura revolucionaria vanguardista.

He recordado tal palabra ("cita") al ver a una ex ministra "conservadora" con patillas y cardado, trajecito chanel y rabitos negros en los ojos; arreglada, pero discreta; sin llegar a ser elegante, ni sexi, ni paradigma de nada, muy neutra, como si se hubiese quedado en el arreglo familiar femenino de los años 60, antes del 68, ¡por supuesto!. Moderna, pero contenida, que, por no romper, no ha roto ni con el peinado de su madre -la cual por la edad podría haber sido yo misma-, porque está claro que ni con eso, ni con nada... Claro que estas apariencias engañan...

Aquel era un look muy de aquel tiempo, que yo recuerdo cuando tendría catorce años en las mayores de mi cole, las de Preu, lo que hoy sería el curso de COU. Aquel estilo fue continuado por una servidora y por todas mis congéneres hasta los dieciocho o diecinueve años, con punto final en aquel bendito 1968 de pantalones Lois, atuendo en negro entre existencialista y obrerista para las más concienciadas e intelectuales, y para las demás de minifalda Mary Quant, que, por aquellos días, representaba la apertura a una sexualidad sin armadura. La moda misma se rebelaba contra la imposición, contra la estética canalizada por nuestros mayores, que era lo mismo que hacerlo contra su ética. Ya se sabe que estética y ética han ido mucho de la mano en la historia.

Las mayores de mi adolescencia y las de mi primera juventud eran un antes: todas llevaban faja que recoge y recata la carnalidad; ninguna, ni nadie de su género llevaba pantalón; la falda a la media rodilla o por debajo; trajecito de chaqueta los festivos; falda recta o tableada, o al menos con alguna tabla que impidiese el ajuste al cuerpo; blusita y rebeca o jersey, con frecuencia hecho a mano, -había poco pret a porter-, sólo las más pudientes aparecieron con conjuntos de espuma de nylon, carísimos o de estraperlo, esto último las que vivían en puerto de mar, claro.

Y vino lo hippy con trajes largos vaporosos y neo románticos e ingenuos, si bien asociados a conductas licenciosas, y luego lo neo-mínimal, lo neogótico… en fin, ya sé que me he saltado estilos, pero es que no los he seguido todos. Lo que sí sé es que ya se lleva de todo en un amplio abanico de opciones, entre ellas el llamado clásico. Pero lo cierto es que se veía poco estas décadas atrás, lógicamente más en señoras maduras, y yo ahora en las más jóvenes lo veo rancio.

Me asusta un poco que ahora abunda más, y me mosquea que se vaya imponiendo, no sea que volvamos a aquella estética y represora ética que ha solido ser férrea con la libertad de las mujeres… ¡Esperemos que sea sólo una cita!.
Pena López, Carmen
Pena López, Carmen


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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