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El sapo y la profe

jueves, 11 de octubre de 2018
Aburrido por las bufonadas de los catalanes y por el Divino Pedro en su yo resisto pase lo que pase me refugio, queridos lectores, en contaros un cuento de otoño.

Hago un paréntesis para glosar la muerte de Montserrat Caballé la inmensa cantante de ópera fallecida en Barcelona, que fue una voz celeste y que nos enseña el camino de la creatividad, del esfuerzo y de la perfección técnica. Española siempre, no ha querido envolverse en otras banderas.

Volvamos a nuestro relato, hagamos volar nuestra imaginación. Proyectémonos a la Ciénaga colombiana cerca de Aracataca donde nació Gabriel García Márquez. Allí en esa gran charca vivía, más bien vegetaba un sapo, que soñaba con escribir como Gabo, cuando empezaba a ejercer las artes como periodista en Cartagena de Indias, tarea no El sapo y la profefácil para un humilde sapo.

Una princesa fugitiva de la vida había desaparecido de su palacio en Cinco Cantos huyendo de la bruja, porque en las vidas de las princesas siempre hay horrendas brujas y metiéndose de estranjis en un avión de Avianca se había ido a Bogotá y de allí haciendo autostop se había perdido en la ciénaga, al sorprendido conductor del camión le pidió lléveme a ninguna parte y este buen profesional así lo hizo.

Se despojó de sus ropajes, una princesa nunca viaja en vaqueros y cubriéndose castamente sus hermosos‎, grandes e infinitos pechos, se adentró en las aguas turbias de la fétida charca. Sintió un fru fru en sus bien torneadas piernas. Miró a derecha e izquierda. Nadie. Sin embargo no estaba sola.

Un sapo estaba obnubilado por la aparición de la princesa, tenía que ser regia, pues la diadema que llevaba en sus cabellos la delataba. Letizia, si se te ocurre bañarte en algún pantano no lleves diadema.

Solo se veía una cabeza, las trenzas se deshacían en estas pegajosas aguas. Las arenas eran movedizas y nuestra princesa se hundía irremediablemente, comprendió que era inútil pedir auxilio y se resignó a su suerte.

Era la hora del sapo, que por arte de magia había recibido una invitación de la Corte sapesca para una ceremonia de alto copete, pero había una condición, dos más bien, no tenía que lucir lazos amarillos y tenía que ir acompañado por una princesa.

Nuestro sapo, el aspirante a escribidor, vio el cielo abierto, si salvo a esta princesa descarriada, podré invitarla y los lazos me los quitará Inés la jerezana del Barsa. Hasta los sapos tenían equipos de fútbol, el de las sapas que llevaban la camiseta de las guapetonas chicas de Logroño, que les había regalado José Antonio el galáctico de Haro.

Dicho y hecho el sapo se empinó en sus patitas y corrió en auxilio de la princesa‎ y le El sapo y la profeindicó con su inteligencia sapesca como salir de la Ciénaga.

La recompensa no se hizo esperar. Un beso de esos de tornillo, que dejaron al pobre sapo hecho trizas. No sabía que las princesas besaban, ni mucho menos, a los sapos. Eso no pasaba ni en Cuba a los paletos del turismo sexual.

Después de la emoción desbordante como la de Diego Ventura cuando salió por la puerta grande de Las Ventas por 17 vez, lo de decimoséptima es demasiado para un sapo atribulado por la rotunda y bella princesa.

Luego las confesiones, ella no era una princesa, era una Profe de preescolar, que un buen día se había sentido princesa y había despertado las iras de Paloma, las hermosas brujas abundan, y habían comenzado extraños acontecimientos en su vida.

Nuestro sapo era un príncipe que había sido víctima de un sortilegio que necesitaba un ósculo, un besazo, de una Profe a poder ser muy guapa y con mucha delantera, Lopetegui contrátala, para recuperar su forma humana.

Historias de todos los días, que dan sal y pimienta a nuestra existencia. Os recomiendo mis inteligentes lectores, buscaros una profe aprincesada y un sapo literario e invitarlos al Lugo Arde, pero eso sí, en bandos opuestos para que surja la chispa‎.

Claro este es un pequeño cuento de hadas, pero catalanes y el Divino nos hinchan los cataplines todos los días‎, así que construyamos nuestras propias quimeras. Soñar no cuesta dinero, a diferencia de catalanes y vascos que nos chupan la sangre con esmero.

Para saber más historias de la profe y del sapo me remito a otras entregas de este tango vital.

Joaquín Antuña-joaquinant@hotmail.com
Antuña, Joaquín
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