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No sé como llamarle a mi dolor

lunes, 08 de octubre de 2018
Cuando uno tenía que dedicar su otoño a descansar, al ocio, a disfrutar de la vida… vive una tremenda inquietud por el devenir de su país ya sea a nivel local, autonómico o nacional. Si en el primero de los casos apenas se nota el cambio político y todo permanece prácticamente igual sin importar quien gobierne, aún que las siglas sean distintas, a nivel autonómico uno se pregunta por qué,si realmente la teórica autonomía es buena, ésta se convierte en la práctica de una gestión muy deficitaria en muchas parcelas- impresentable sanitariamente- y su implantación sólo fue perceptible como oficina de colocación de los afines políticamente, que generalmente son dóciles, dúctiles, acomodaticios y, en una palabra, pesebristas.

Si estos pesares son ciertos en el ámbito cercano y llegamos al nivel nacional, donde la desfachatez, la sinvergüencería, la mentira, la carencia de los mínimos principios, se diluye en el Congreso o Senado, observamos que las actuaciones son escandalosas, salvando las posibles honrosas excepciones. Nadie podía esperar que la gente que nos gobierna pudiera carecer de unos valores éticos mínimos y no merecemos que nuestros gobernantes sean unos tramposos, ávidos de prebendas, aplausos y obsesionados con el poder y el dinero. (No creo que las declaraciones de patrimonio que cuenta la prensa sean realmente ciertas. Sospecho quealgún truco tienen en muchos casos)Y es que en este País faltan muchos hombres sinceros, honestos y valientes que realmente solucionen los problemas. En nuestro entorno encontramos muchas veces personas que pudieran ser válidas, pero que se niegan a participar en la vida púbica por miedo a la posible compañía y por el corsé que la ideología representa. Lo que abunda son demagogias, tejemanejes o cuentos del flautista, fáciles por otra banda, ya que la sociedad está tan escaldada que cualquier mediocre progresa ante la apatía, la indolencia, la comodidad y sobre todo esa desconfianza mutua. Cierto es que las ideologías nublan la razón y dificultan el sosegado debate, máxime cuando los erarios públicos están en juego. Pero con ellos siempre debiéramos priorizar el respeto librándolos de la voracidad.

Vergüenza llevo sintiendo toda la vida al ver como el ciudadano de a pie trata siempre de chupar de la teta estado y se inventa mil artimañas a tal fin; vergüenza siento de ver como muchos funcionarios se acomodan, no se reciclan y acaban siendo una rémora en sus trabajos (yo fui funcionario) y dañan y corrompen el sistema -supongo que sigue en la misma dinámica-favoreciendo a determinadas personas en el desempeño de su labor con trato de favor; de cómo los listillos de siempre presumen de engañar y robar al Seguridad Social; de la sonrisa de zorro que ponen los que defraudan a Hacienda;de la burla que hacen de los que ni manejamos dinero negro ni realizamos ningún cambalache –eso nos concede el título de ingenuo-. Decepción, asco y repelús que sentí siempre hacia aquellos que a base de trampas eluden impuestos o roban directamente en sus lugares de trabajo… o donde pillen.

¿A dónde va a ir un país donde se aplaude y nos causa gracia la picaresca? ¿Cómo es posibleque se fomente desde las más altas instancias? ¿A dónde va una sociedad en la que abunda más el dinero negro que el legal? ¿Cómo es posible que las transacciones económicas, pongamos por caso la compra de una vivienda, manejen tanto dinero negro? Y para saber eso no hace falta ser inspector de Hacienda. Sobra con vivir en la sociedad. ¿Cómo permitimos que gobiernen el país una serie de mangantes de diversas siglas y les permitamos ser importantísimos hombres de estado? ¿A dónde vamos en pleno siglo XXI manteniendo una monarquía tan obsoleta como escandalosa?¿Cómo es posible que nadie alce la voz reclamando los puestos de trabajo que surgen en la sociedad para nuestros jóvenes y los avoquemos, igual que en los años sesenta, a la emigración, cuando no a la indigencia ¿Cómo permitimos a las empresas, subvencionadas y en terrenos públicos, escapar del país sin devolver la inversión? ¿Cómo podemos vender todavía la globalización como un canto a la libertad si sabemos que esa deslocalización sólo sirve para seguir explotando a otros pobres en países menos desarrollados? ¿Cómo es posible que hayamos convertido el país en un erial donde malviven sólo ancianos? ¿Quién no ve que la única industria floreciente, los geriátricos, después de construirlos con dinero público y en espacios públicos, se conviertan en empresas de fondos buitres con precios escandalosos y sin recuperación jamás? ¿Cómo se puede tener la desvergüenza de esconder el patrimonio en paraísos fiscales y todavía ser capaces de dedicarse a ser ministro? ¿A qué grado de degeneración hemos llegado? ¿qué hemos hecho para cultivar el ego y la mentira con tantos títulos y vilezas tan absurdas? ¿Cómo hemos aceptado e instituido las comisiones de tantos por ciento en todo tipo de cambalaches? ¿Cómo se puede aplaudir el despilfarro de dinero público en miles de bobadas y desconocer el hambre infantil y la miseria de los ancianos? ¿Cómo muchas empresas,llámense como sea, autopistas por ejemplo, son entregadas a empresas privadas y se alargan los permiso en el tiempo haciéndolos indefinidos? ¿Por qué la justicia, siendo un pilar fundamental de la sociedad, está tan politizada y pierde su verdadero norte? ¿Por qué hay ciudadanos, igual que autonomías, de primera, de segunda…y décima? ¿Por qué Cataluña sigue siendo siempre la más mimada? ¿Por qué se importa mano de obra extranjera, para la sanidad por ejemplo, y nuestros médicos formados en la universidad española, en gran medida pagada con nuestros impuestos, se ven abocados al destierro? ¿Cómo es posible que la prensa, antaño libre y luchadora por una sociedad más progresista y solidaria, sea hoy una mezcla de aplausos a los políticos que la subvencionan y una revista de corazón? ¿Cómo es posible que tanta gente calle y viva en la desesperanza más absoluta?

Creo sinceramente que tenemos mucho que arreglar y se necesitan personas conscientes para ello. Mientras mi dolor, como el de ustedes, encallece.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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