No creo que pueda pedirse mucho más para ser un lunes por la tarde.- dijo mientras colocaba un azucarillo en la taza. Era parte de la rutina diaria. Café, medio cigarro y una frase de queja. Hasta la cena le esperaban horas de miradas vacías a través de la ventana al patio oscuro. Un lugar al que ni se asomaban los pájaros. Sólo podía romper el tedio una araña subiendo por un lado de la pared. Adolfo no la vería. Ya sólo miraba dentro de su cuerpo. A una vida demasiado austera, demasiado ruda, un carácter que le había llevado a la soledad. Sentía que medio cigarrillo al día no acabaría nunca por matarlo.