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En un lugar determinado de cuyo nombre no consigo acordarme

lunes, 05 de noviembre de 2007
De forma similar comienza una de las obras cumbre de la literatura universal que no necesita presentación y que está en la memoria de todos. No, no voy a hablar de ella, puesto que poco podría aportar a los caudalosísimos ríos de tinta que se han vertido a través de los cuatro siglos que han transcurrido desde su creación. Tan sólo me he inspirado en la forma en que comienza para elegir el título de mi humilde reflexión.

Hace ya algún tiempo que me he propuesto reordenar mis recuerdos pero siempre encuentro alguna excusa para no hacerlo. Buena o mala, es indiferente, siempre huyo al menor indicio de tener que ponerme a la labor. Sin embargo, soy consciente de la urgencia que merece y de que me está haciendo mucha falta. Últimamente vengo notando que aquélla precisión de antaño se está esfumando y por más atención e interés que pongo en la realización de mis actos, me es imposible llevarlos a cabo con la puntualidad y precisión de antes. No caben más excusas -pienso- Tengo que ordenar mi mente, pero… ¿Cómo y por dónde empezar?

Ideas, sentimientos, recuerdos y un sinfín de sensaciones deambulan anárquicamente por mi mente en el más absoluto caos. A veces, me esfuerzo intentando recordar aquél nombre, aquélla dirección, aquélla anécdota, sin que haya forma de que acuda presta a mi memoria. Y si lo hace, siempre llega tarde, cuando ya no hace falta o cuando la urgencia de la situación ya no lo requiere.

Alguien pasa cerca de ti y te saluda ¿Será por mí? No, no me suena esa cara. Seguramente se habrá confundido o el saludo era para otra persona. Pero en el fondo, en tu fuero interno, sabes que no es así, que esa persona te ha saludado a ti, pero… ¿Quién es? ¡no consigo recordarla! Así una y otra vez hasta que ya harto decides poner remedio a una situación tan sonrojante y molesta.

La decisión está tomada pero ¿Cómo tomar partido? ¿Cómo tener garantías de éxito? A mi cabeza llegan con calma diferentes formas de intentar traer los recuerdos con rapidez, pero ninguna de ellas tiene garantías de funcionar. Cada vez va tomando más cuerpo la idea de intentar copiar la forma de almacenar la información que tiene un ordenador… ¡Claro, esa es la solución! ¡Cómo no se me había ocurrido antes!

Un apartado o carpeta para los sentimientos. Humm… en él cabrían sentimientos de todo tipo: Amor, estado anímico, euforia, pena, ansiedad, ternura, frustración, etc... hasta un sinfín de situaciones. Otro apartado para los recuerdos: De infancia, de adolescencia, de juventud… Otro tal vez para los nombres… Otro para las caras… Otro para…

Conforme se me van ocurriendo nuevas formas de clasificación, más escéptico me vuelvo con que la solución propuesta sea la más idónea. La clasificación por apartados o carpetas es muy generalista y habrá que crear a su vez subcarpetas, con la complicación que esto supone, porque… ¿Me acordaré después de cómo se llaman éstas cuando tenga que buscar tal o cuál nombre o una determinada cara? Y si no me acuerdo del nombre… ¿Quedarán enterrados para siempre esos recuerdos, esos nombres, esas caras?

Creo que el riesgo no es alto pues si al final no consigo acordarme del nombre de la carpeta donde está el recuerdo, no se habrá perdido nada, puesto que ya lo tenía olvidado. Además, siempre puedo llevar apuntada en una agenda la estructura y los nombres de las carpetas, así cuando necesite algo sabré dónde está. Pero, si tengo que recurrir a la agenda para acordarme… ¿Para qué quiero la memoria? No puedo consultar la agenda cada vez que se me cruce un individuo que me saluda. La situación requiere rapidez de consulta y reflejos y la agenda no me da ninguna de estas dos circunstancias.

Voy analizando los pros y los contras de la ordenación de los pensamientos y cada vez encuentro más dificultades para llevarla a cabo. Llegará el día en que la ciencia avance tanto que una vez que la memoria empiece a perder forma y se vaya deteriorando, sea posible una pequeña intervención y se vuelque toda la información que guardamos en nuestro cerebro en un pequeño chip, parecido al de un ordenador. Pero hasta que eso pase habrá que esforzarse mucho en mantenerla activa y hacer ejercicios para que esté operativa. Supongo que no hay vuelta de hoja y que hay que aceptar y convivir con ciertas limitaciones que van apareciendo conforme cumplimos años. Por ello, doy carpetazo a la empresa de poner en orden mis recuerdos que con tanta ilusión había afrontado y me prometo que a partir de mañana mismo empezaré a comer rabos de pasas. Ya que la ciencia por ahora no está a la altura, hay que darle un margen de confianza a los remedios tradicionales.
Reiriz, Javier
Reiriz, Javier


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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