
Y allí sigue, en silencio, acumulando polvo, junto al proyector de cine, el barco pirata y la nave espacial. Yo creía que dentro había un pequeño duendecito que hablaba cada vez que yo lo deseaba. Bastaba con pulsar una de las teclas para que se encendiera la luz verde y empezara a hablar. Al principio venían los vecinos a oírla. Incluso le hacían peticiones. Papá decía que lo sabía todo. Hablaba sin parar de lo que pasaba en el mundo. El cartero vino un día preguntando si había dicho algo de la saca que se le había extraviado el día anterior. La radio se calló para siempre cuando otras voces más potentes inundaron la casa.