Felipe II envío a su Armada Invencible a la conquista de Inglaterra para escarmentar a los protestantes y en defensa de la verdadera fe y Carlitos el Tramposo lanzó a sus huestes sobre Roma, para saborear las mieles del triunfo en tierra hostil.
Ambas gestas se frustraron en una estripitosa catástrofe, en un caso por los vientos y las galernas y en otro por la falta de reaños para defender sus conquistas.
Felipe lloro amargamente la derrota,aunque se consoló en Dios y en toda la corte celestial. Puigdemont estalló en sollozos, no apenas terminaron las hostilidades, un griego de nombre bufo Manolas lo abatió completamente.
No iba a quedar un solo protestante y las hachas toledanas estaban muy afiladas para segar cuellos reticentes a la buena nueva.
No iba a quedar ningún europeo, ni ningún terricola, en apuntarse al glorioso proces y en repudiar a los malvados castellanos.
Sin embargo el destino les jugo una jugaterra a estos valientes estrategas, los unos vestidos de rígido negro con sus vistosas golas y puñetas, los otros enfundados en la sagrada enseña independentista con las barras aragonesas y la estrella de los cielos del monte Canigo.
Como la historia ha glosado el episodio doloroso de la Armada Invencible, detengámonos en la Amarilla, que representaba el apogeo de la República de Cataluña, labrada esta justa fama con los pies de los modernos segadores, que llevaban a Barcelona al Olimpo de los dioses.
Ya habían preparado el desfile triunfal con gran esmero. Todo en amarillo hasta la ropa más intima. Un festival de guirnaldas, de globos todos amarillo, con canciones alusivas y danzas sardanas para entonarse y

marcar los tiempos al unisono.
Con motivo de la justa con los romanos habían hecho un despliegue espectacular y planeaban para el siguiente partido de semifinal toda una coreografía triunfal. Todo por la Republica y por el reino, perdón catalán.
Colgado del televisor seguí con emoción los lances del juego y como buen madridista me alegre con los goles del Liverpool y la humillación de los cules, llamados así por los culetes al viento sentados en la tapia de su primer estadio, probablemente como homenaje a los caganets, que tanto relumbre y lustre dan a estas benditas tierras catalanas.
Había una reunión prevista para el día siguiente con los simpáticos alborotadores de los Comités para la Defensa de la República y un representante amaestrado de los Mossos d'escuadra, para asegurarse la impunidad y poder hacer diabluras de cortes de carreteras, líneas ferroviarias, puerto y aeropuerto e incluso de mangas. Prevista también una video conferencia con el mago Guardiola, el máximo representante

del saber balompédico. Pero oh cielos y divina Madre de Montserrat, también fue derrotado, a pesar de su totemico lazo amarillo, amuleto de patriotas humillados.
Todo quedo en aguas de borrajas, un destino cruel les hizo tener que regresar a sus lares catalanes lamentablemente derrotados. Adiós pues a las coreografías de libertad y democracia y de presos fuera de las prisiones. Nada de nada. La armada amarilla regresaba a Las Ramblas y a la Plaza Cataluña con el rabo entre las piernas, entre gemidos y lamentos como otrora acaeció con la Armada Invencible.
Destino trágico de estos modernos almogavares. De los Roger de Flor míticos y de leyenda. Y todo por el imperio pedestre, labrado con los pies, de quienes se creyeron dioses y ahora abatidos y vapuleados forman cortejos de penitentes que se azotan las espaldas e invocan en vano la gloria de la Armada Amarilla hecha trizas por los voluntariosos romanos.
Registemos pues no sin cierto gozo y sano recochineo, un nuevo episodio de la gloria truncada de la inmortal Cataluña y entonemos todos un lúgubre "Els segadors". Por mi parte yo entono mi Asturias Patria Querida y quien venga por detrás que arree. Pobre armada amarilla, que será de tus lazos... cuidado no se os enrosquen en el cuello como a Isadora Duncan.
Joaquín Antuña
joaquinant@hotmail.com