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El mar en un espejo de otoÃ±o

sÃ¡bado, 10 de marzo de 2018

V
En la biblioteca el libro enumera
nombres, desmesura, utopÃa.
Ofrenda del sueÃ±o es la lÃ¡mpara
que busca equilibrio en la incredulidad
de castros y jornaleros celtas.
De pronto siento huir, ligero, el sueÃ±o
en las volandas de la aurora.
De pronto, el niÃ±o sufre las colinas,
los pueblos vacÃos, los rituales.
Â¿QuiÃ©n nos llama, entonces? Â¿QuiÃ©n?

VI
Debes hablar conmigo,
la palabra no basta en el tabaco ni en la voz,
en el retazo lapizlÃ¡zuli del cieloÂ…
No te alejes de mÃ, ahora
que encima de mi pecho dormita el alba.
No dejes de hablar conmigo:
soy el que ama el olor de las panaderÃas
y a niÃ±os jugando en las hamacas.
Mudo de asombro
estoy mirando lo fatuo, el exilio.
El mar en un espejo de otoÃ±o

XI
DÃ³cil, la luz emigra hacia los ojos
de la amada. De mito e inocencia
va tejiendo de bondad su imagen.
Es cuando la estrella mece el jardÃn.
(Somos la nube que mira en los cristales,
la luna a la deriva del amanecer
en el mar de otro reino).
Repite la huella los pastores errabundos
en el presagio de una mansiÃ³n marina.

XII
Vacilan los mensajes del bosque.
Acaso el corazÃ³n abierto a la indolencia
golpea sepulcros, la monÃ³tona sangre
de los desaparecidos.
Nos acecha aquello que dejamos:
las vidrieras de las jugueterÃas
o el resplandor de las puertas aÃ±osas.
Â¿QuiÃ©n se anima a olvidarlos?
Â¿QuÃ© acantilado oculta cementerios?

Penelas, Carlos

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