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Hartos de tanta ineptitud

martes, 06 de febrero de 2018
Cataluña no es tan grande como para colarse en el centro de nuestras vidas. Salvo que algunos ineptos lo hayan permitido. Salvo que algunos ineptos hagan uso del problema catalán para tapar otros problemas. Y visto lo visto, no hay propósito de enmienda.

Cataluña no es tan cerril como para ser un espacio dónde se ha roto la convivencia. Hubo un tiempo en que íbamos al Mediterráneo para salvarnos de aquella España cañí, devota de Frascuelo y de María. No era sólo la Barcelona cosmopolita, tan civilizada que muchas veces resultaba decadente. Era la Gerona judía, hermosa en las calas de su Costa Brava, o ejemplo de un campesinado adaptado a la industria agro alimentaria, cuando los campesinos de otros lugares en la España gobernada desde Madrid, apenas sobre vivían como colonos de señoritos, tipo Casa de Alba.

Cataluña era aquella Tarraco Romana. Dónde cuidaban el mejor vino y un cava que nada tenía que envidiar al champán de los franceses. Era aquella Lérida del Románico Catalán o paso obligado para el Valle de Arán, dónde las montañas hacían de la nieve, el turismo de mayor calidad en una España de camareros o de pícaros a imagen y semejanza del Lazarillo.

Uno que sabe cómo funciona el Estado, por experiencia como funcionario, gestor, político, parlamentario, gobernante, afirmo que es imposible aceptar como sabiendo lo que pasaba, como se usaban las Instituciones de la Autonomía Catalana, en Madrid, estaban sordos, ciegos y mudos. Incluso los trataban de usía. Incluso pactaban con los partidos nacionalistas para mandar desde Madrid. Incluso tenían mala conciencia de no atender con suficiencia necesidades y demandas desde Cataluña.

Ahora resulta que han descubierto, ¡oh cielos!, que Cataluña estaba siendo adoctrinada para llegar a la ruptura con España, ser una República Independiente, declarar charnegos a todos los españoles que no juraran los principios fundamentales de la Generalidad.

Ahora han descubierto, los hombres de gris, que comanda Montoro, como Cataluña tiene una deuda de casi setenta y siete mil millones de euros. Pero, todavía el ínclito Ministro de confiscación fiscal a las clases populares y autónomos, pretende aplicarles una quita. Me imagino la cara de tontos que se le habrá quedado a los hombres de Feijoo, tras tomarse en serio lo del endeudamiento a cumplir a costa de recortes, planes austericidas y alguna que otra metedura de pata como las que se vivieron en la sanidad gallega con derivadas en los tribunales de justicia.

Mientras nos entretienen con el conflicto de dos millones de catalanes, frente al resto de los españoles. Mientras nos enteramos que diecisiete mil agentes de la policía autónoma catalana formaban la vanguardia para la República, y por eso, les pagan con generosidad infinita, insultando la dignidad de los cuerpos de seguridad del Estado, con sueldos casi miserables. Cuando nos enteramos del coste y función de las embajadas de la Generalidad en Europa. Cuando nos enteremos de dónde piensan sacar el dinero para mantener vida, vicios y glamur de un Puigdemont exiliado; podíamos dedicarle algún tiempo al grave problema que soportan casi diez millones de pensionistas españoles, estafados, vilipendiados y asediados en su futuro. A no ser que alguien a estilo presidenta del Fondo Monetario Internacional, haga otra reflexión sobre cuál es el problema. Hemos alcanzado la edad de jubilación demasiada gente, y además la disfrutamos muchos años. Menos mal que no forma parte de alguna solución a estilo Tercer Reich.
Mosquera Mata, Pablo A.
Mosquera Mata, Pablo A.


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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