Opinión en Galicia

Buscador


autor opinión

Editorial

Ver todos los editoriales »

Archivo

'Cicatrices y Estrellas' en 'La Segunda Lengua'

viernes, 02 de febrero de 2018
Dos títulos engarzados para unir las voces de dos poetas que hablan y cantan, separados por doce mil kilómetros de distancia geográfica, que no tienen más extensión que las seis sílabas de sus nombres: Yolanda y Francisco, poetas maduros en el raro oficio de hacer brotar estrellas en las cicatrices del tiempo, o hacer hablar con vibración universal esa “segunda lengua” que fue, en verdad, la primera, porque en su milenario fluir cantaron las voces de los antepasados, esos antergos que hoy habitan las desperdigadas regiones del silencio migratorio, en todos los destinos de la Rosa de los Vientos.
'Cicatrices y Estrellas' en 'La Segunda Lengua'
Francisco Véjar nació en Viña del Mar, Quinta Región de Chile, en 1967; el Último Reino austral que fundaran los iracundos hispanos llamados conquistadores, hace cinco siglos; Yolanda Castaño vio la primera luz en una urbe de piedra levantada setecientos años antes, en el noroeste de la Península Ibérica, Santiago de Compostela (Campus Stellae, el “campo de las estrellas”, según el eremita que la fundó), diez años después que el poeta chileno.

Les acopla la lengua poética, a través de estos dos libros: La Segunda Lengua y Cicatrices y Estrellas. El primero, editado en 2014: Colección Visor de Poesía, Madrid; el segundo, en 2016: Huerga & Fierro Editores, Madrid. Ambos autores están unidos por un tono poético pulsado desde la intimidad de la saudade, de esa nostalgia por lo remoto temporal donde vibran los íntimos ecos de lo recóndito, nominada con la palabra morriña, concepto que para los gallegos e hijos de inmigrantes constituye expresiva metáfora del desarraigo. Francisco ha padecido –aún padece, me atrevo a decir- de otros extrañamientos que van más allá de lo territorial, en la inescrutable estirpe de anhelos tronchados, de esperanzas fugitivas, instancia que el poeta exorciza por medio de la palabra poética, ejercicio lúdico y existencial que puede alejarnos del abismo o atraernos a sus profundidades, tentación compulsiva que es inherente al proceso de creación artística entendida como manera de vivir.

Yolanda Castaño escribe en esa “segunda lengua”, la gallega, que para la poeta es la primera, porque mana de la fuente materna, aunque la diglosia, esa mala convivencia de dos idiomas –el gallego rumoroso de campesinos y marineros, y el castellano de imposiciones imperiales y teocráticas, vivida durante cinco siglos-, haya conducido a la disgregación de uno de ellos, a su lento e implacable extravío en su reducida comunidad de hablantes, mientras el otro, campeando desde la escritura religiosa y civil hasta la económica, extendió sus redes a cientos de millones de falantes, en diversas formas tribales o dialectales. Pero la poeta Yolanda sabe que existe un ámbito, si no sagrado, al menos protegido por el quehacer poético, región no precisada en los mapas, que las palabras trazan en la más perenne de todas las cartografías: el libro. Así lo entendemos en su poema, bilingüe como todo el poemario que nos regala:

PEDRA PAPEL TESOIRA
Cando miran os ollos pechados,
as rodas vólvense un xogo de mans
(O libro de poesía ábrese de máis
e convérsese en baralla).
Non é arrogante acender unha luz,
tampoco miserable escribirmos ás escuras…
..........................

PIEDRA PAPEL TIJERA
Cuando los ojos cerrados miran,
las ruedas se vuelven un juego de manos.
(El libro de la poesía se abre de más
y se convierte en baraja).
No es arrogante encender una luz,
tampoco miserable que escribamos a oscuras…


Hay aquí una clave lingüística especial, quizá intraducible en el hondo sentido semántico; me refiero a la palabra tesoira, que en castellano equivale a tijera. ¿Será que aquel sencillo adminículo cortante fue en un comienzo tan escaso y apreciado como un tesouro, allí, donde se forjó una de las más antiguas lenguas romances, la galaico-portuguesa?

Yolanda Castaño me responde, en el mismo hallazgo del poema:

Non perdas áncora ao mundo,
nin tacto co que as palabras soporta,
non temas en serrarlle as patas
para que poida chegar aínda máis alto.

Aquí
xeramos linguaxe.

Realmente escribimos
porque unha imaxe vale máis ca mil palabras.

..........................

No pierdas ancla con el mundo,
ni tacto con lo que las palabras soporta,
no temas en serrarle las patas
para que pueda llegar aún más arriba.

Aquí
generamos lenguaje.

Realmente escribimos
porque una imagen vale más que mil palabras.


Francisco Véjar, en cambio, escribe en ese castellano que, al decir de Neruda, “heredamos de los conquistadores torvos”, ahora denominado en la universalidad mercantil del vocablo “español”, como si no fuesen también españolas o peninsulares de geografía idiomática, el gallego, el catalán y el vascuence. Pero es una fala o fabla o habla dulcificada por la prosodia chilena y enriquecida por nuevos vocablos y significaciones, algunos de ellos recogidos, en el involuntario hablar cotidiano, del mapudungun, lengua de nuestros originarios ancestros Mapuche, hoy preterida y ultrajada, más allá incluso de un fenómeno de diglosia, por odiosa supresión.

APUNTES SOBRE LA CARÁTULA
DE UN DISCO DE STAN GETZ

Salimos del amor como de una catástrofe aérea
después de vagar por moteles y playas solitarias
donde nuestras huellas desaparecían tras la marea;
días y días de bañarnos con champaña
y hacer el amor mientras gritaba el oleaje.
Fuimos una rara especie de animales
que escribían sáficos imperfectos
en sus cuerpos desnudos.
Así, jugábamos a creer que dominábamos la lengua
como dominábamos ese instante.

Hoy atesoramos manuscritos, discos de jazz, libros
Y esa llama que quisiéramos encender
Como un profano que retorna a su creencia
Y enciende las velas de un oxidado candelabro.

Salimos del amor como de una catástrofe aérea
Sin equipaje ni boletos de vuelta.


Y que me perdone Yolanda, compañera de Francisco en estas páginas que enhebro, también con amor por esa segunda lengua que aprendí en la infancia, de mi abuela gallega y de mis tías campesinas de la Galicia profunda, por mi traducción al gallego de este poema.

APUNTAMENTOS SOBRE A CARÁTULA
DUN DISCO DE STAN GETZ

Saímos do amor como dunha catástrofe aérea
despois de vagar por moteles e praias solitarias
onde as nosas pegadas desaparecían tras a marea;
días e días de bañarnos con champaña
e facer o amor mentres berraban as ondas.
Fumos unha rara especie de animais
escribindo sáficos imperfectos
nos seus corpos espidos.
Así, xogabamos a crer que dominabamos a lengua
como dominabamos ese intre.

Hoxe atesouramos manuscritos, discos de jazz, libros
e esa chama que quixésemos acender
como un profano que retorna á súa crenza
e acende as velas dun enferruxado candeeiro.

Saímos do amor como dunha catástrofe aérea
sen equipaxe nin boletos de volta.


Francisco Véjar ha crecido, poéticamente hablando, desde ese primer poemario, Fluvial, que conocimos (y prologamos) en 1988, cuando el poeta contaba con veintiún años de edad, muchos sueños en el fardel y la ansiedad de un muchacho a quien se le insinúan las hadas lúbricas del lenguaje. Años de oficio, trabajos varios y emprendimientos en el difícil y mezquino mundo de la literatura chilena. Colaborador crítico del decano de la prensa chilena, antologador y gestor cultural. Pero, sobre todo, poeta, y no versificador, como hay tantos... Su maduración en el arte lírico ha ido a parejas con su crecimiento vital -¡cómo si no!-, entre aciertos y caídas, levantándose como esos antiguos juglares y trovadores que emprendían el Camino de Santiago, después de padecer innumerables peligros y tropiezos en pos de llevar su palabra, cantada junto a la chirimía, el sacabuche, la gaita o el tambor, hasta esa ciudad señalada desde las constelaciones por la Vía Láctea, tanto para los primitivos celtas que caminaban hacia el lugar donde moría el sol en cada jornada, como para los cristianos que levantaron el mito del Apóstol; incluso para los cultores del esoterismo y las fundaciones herméticas.

El poeta no precisa escribir su biografía, con hitos y señales cronológicos; ni siquiera con sucesos contados en sordina, para evitar las murmuraciones o el escándalo social, que, curiosamente, se torna más vocinglero entre pares, como si estuviesen al acecho de las mismas miserias humanas que les afectan. Al poeta le basta con transformar un poema de Leopoldo María Panero en una estación, para conjurar, desde su andén imaginario, las sombras aciagas desveladas por el verso, su propia circunstancia o parte esencial de ella:

ESTACIÓN LEOPOLDO MARÍA PANERO
Estación Leopoldo María Panero
todo lo que escribo y diviso
se va al fondo de la sangre.
Fumo para mirar la vida que pasa
mientras el cenicero acumula
voces e ideas de locos rematados.

El dipsómano baja urgente en la estación
a beberse un Nevermore.

Nuestra suerte sigue en manos de los ciegos
y lo que escribimos tal vez sea leído por parejas del 2050
en el follaje de un bosque agitado por el viento.
Hay luces harapientos, tumbas sin sosiego,
Niebla sobre el césped de la calle Miguel de Cervantes.

El dipsómano sale urgente de la estación
a beberse un Nevermore.

Aquí dejamos latas de cervezas,
colillas que se acumulan en ceniceros,
cenizas que se acumulan en cementerios.

Observamos el funcionamiento del camión de la basura
mientras el dipsómano vuelve urgente a la estación
a beberse el crepúsculo Nevermore.


No conocía yo la poesía de Yolanda Castaño; doble pecado de inadvertencia: primero, por su notable e indiscutible calidad; segundo, porque escribe en esa lengua, minorizada y minoritaria, que aprendí a querer desde muy niño. No habrá aquí penitencia ni tampoco expiación, salvo este disfrute de su hondo estro poético, nacido en una tierra de milenaria tradición lírica. Y aunque me desagradan esos tópicos manidos, como el que “Chile es un país de poetas” (preciso sería cambiar “poetas” por “versificadores”), debo reconocer y destacar la vieja y acendrada virtud trovadoresca de los cultores de poesía en lengua gallega. Hará cinco o seis años, escribí una crónica sobre la palabra Galicia, en homenaje a mi padre gallego, tal vez porque fue la última que pronunció antes de su pasamento, o tránsito a la otra orilla, según se dice en la Terra Nai. Yolanda ha escrito un bello poema, que hace enmudecer aquella crónica. Excúsame, amable lector, que no pueda incluir aquí, por razones de espacio, sus dos versiones: gallego – castellano. Lo dejaré en lengua de Castilla, no sin antes recordar la admonición de Rosalía de Castro, dicha a propósito de los emigrantes que iban a trabajar a los trigales de La Mancha: “Casteláns, tratade ben aos galegos…”


LA PALABRA GALICIA
Para contarte de dónde vengo,
te tengo que sacar la lengua.

Dónde se ha visto que el fuego lama la hojas, lama la
corteza, lama la raíz y
lama un poco de todo sin apenas entreabrir los labios.

Hay pueblos tan educados
que nunca enseñan la lengua.

Desde el tumulto de una ciudad impaciente por morder
tú dices hrvatski, hrvatski,
eso solo puede parecer un idioma que se esputa.

Hay posturas de la lengua
que no entiendo.

Hay que tomarse el riesgo de sacarla para afuera, entre los dientes.
Por eso pronuncio maza, digo cercear, zarzallo.

Ya sé que hay quien se reserva la lengua.

Como una vocal abierta en el momento inoportuno,
como ropa barata, un tufo sospechoso.

Hay pueblos enteros que se van de la lengua.

Cuando me cuentas que no distingues
en cuál de los dos idiomas estoy hablando, era
para partirte la boca,
así tendrías tú también una lengua dividida en dos
-como Corea, ¿verdad?

Hay lenguas que me quedan
lejos.

Las hay con tendencia a salirse de la boca y
plantarse en la solapa,
otras tienen cicatriz de tanto ser mordidas por los dientes.

Hay lenguas en que se hizo sangre.
Un anzuelo clavado en el cartílago laríngeo.

Hay fonemas que salen de un recoveco bucal que no conozco,
otros, responden a planes de autoexterminio.

No me queda otro remedio, señor de sus silencios, soy
esclava de las palabras y habré de condenarme por mi lengua.

Por eso: cinza, cercella, zazamelo.
Nada de galisia, nada de galichia,
atiéndeme bien: ga-li-Cia.


En boca de Yolanda Castaño, recibo esta, su “Segunda Lengua”, como la primera, y la guardo, para que siga resonando, como la vieja zanfoña de la estirpe, en la gaiola (jaula) secreta del corazón. Y de mi amigo y preclaro poeta, Francisco Véjar, recojo, como colofón de este escrito, los últimos versos de sus estrelladas cicatrices:

…Estoy sin voz, no tengo lenguaje,
ningún barco para tan larga travesía, los ojos
fijos, me callo, esperando
aprender por fin la lengua de la nada.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


PUBLICIDAD
ACTUALIDAD GALICIADIGITAL
Blog de GaliciaDigital
PUBLICACIONES