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Orgullo Gallego

martes, 09 de enero de 2018
Siempre es deleite para la mente y el espíritu adentrarse y dejarse llevar un fin de semana primaveral por el casco histórico de Compostela, la capital cultural y espiritual de Galicia. La primera visita obligada es la Catedral y dar un fraternal abrazo al Apóstol, así lo hicimos. Luego vemos la celebración de una boda en una de las capillas laterales, una niña de apenas ocho años recita una poesía a los novios, finalizando con una gran ovación de todos los asistentes a la ceremonia incluido el propio párroco. En frente a la Plaza del Obradoiro otra boda se está celebrando en el ayuntamiento y podemos ver, entre los asistentes, a algunos parlamentarios gallegos.

Los numerosos monasterios e iglesias abren sus puertas a todos aquellos deseosos de paz espiritual, nos adentramos en varios de ellos, y como pecadores buscamos el perdón a nuestras maldades. Al salir nos encontramos mucho mejor, vemos las cosas de otra manera, seguro que las vibraciones y los buenos espíritus que anidan en esos templos milenarios tienen algo de culpa.

Las calles empedradas, el buen tiempo y los pocos visitantes de ese día nos invitan al sosiego y decidimos buscar a los universitarios, ¿dónde estarán un sábado por la tarde?. Entramos en una facultad del campus norte y observamos la biblioteca a tope de jóvenes, en las escaleras, pasillos e incluso en los jardines estudiantes con sus portátiles preparan sus últimos exámenes del curso. Resulta extraño y al mismo tiempo nos agrada saber que las bibliotecas permanecen abiertas también los fines de semana hasta las tres de la madrugada.

Nos tomamos unas cañas en una de las muchas terrazas del casco viejo para luego dirigirnos a uno de los edificios emblemáticos de la ciudad, que es un orgullo para cualquier paisano. El convento de Bonaval, con el Museo do Pobo Galego y el Panteón de Gallegos Ilustres, nos abre sus puertas para vivir otra dimensión. Memoria y tradición nos inundan la vista de manera permanente, los recuerdos de niñez nos humedecen los ojos y no tenemos palabras para agradecer a nuestros antepasados los sufrimientos, esfuerzos y trabajos que tuvieron que soportar para no perder la identidad y la dignidad de ser gallegos. Los oficios, la música, la arquitectura, el campo y el mar nos demuestra que tenemos pasado y que no podemos reinventar el futuro sin contar con nuestra historia.

Los restos mortales de algunos gallegos ilustres como Rosalía de Castro, Ramón Cabanillas, Alfredo Bañas o Castelao nos transmiten un doble sentimiento de admiración y tristeza. El primero por mantener y transmitir, a pesar de las dificultades, la cultura gallega por el mundo y el segundo por que, muchos de ellos en vida, no fueron lo suficientemente queridos y respetados por sus paisanos y que ahora, muchos años después de su muerte, son constantemente homenajeados y recordados.
Pena, José Manuel
Pena, José Manuel


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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