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Predicciones y diagnósticos

viernes, 15 de diciembre de 2017
En la casa de la infancia había un aparato redondo, de unos veinticinco centímetros de circunferencia, especie de reloj con tres marcadores circulares, con su respectiva aguja bronceada y otra de color rojo que se movía manualmente, para contrastar el cambio producido por el movimiento que fluctuaba según los cambios atmosféricos... Barómetro, higrómetro y termómetro. El vistoso adminículo colgaba junto a la cama de nuestro padre, quien lo auscultaba a diario para predecir las variaciones climáticas. Era bastante certera su interpretación, si la comparamos con las predicciones satelitales de hoy, tan rodeadas de aparatos científicos de “última generación”, como imprecisas en el resultado, al punto de recordarme a menudo la sentencia de mi abuela: -“Solo Dios sabe cómo se mueven las nubes, hijo; lo demás son adivinaciones inútiles”.

Develar el futuro es uno de los afanes que ha absorbido el seso de los seres humanos, desde tiempos remotos. ¿Cómo saber lo que ocurrirá mañana?, ¿en una semana más?, ¿en meses, años, décadas? Se ha recurrido a las aves, otorgándoles propiedades agoreras. Los aztecas vieron volar el quetzal, sobre la roja sangre del crepúsculo, con un ala desplumada. Fue la señal que interpretaron los sacerdotes de la inminente llegada de dioses en naves de inmensas alas blancas. Predicción que traía consigo una esperanza halagüeña de futuros prodigios. Pero el agüero se volvió espantosa calamidad, cuando descendieron de las naos aquellos centauros metálicos con sus largos brazos que vomitaban fuego letal contra los hijos del Sol y del Maíz.

El positivismo advendría para enseñarnos que todo lo que está más allá de la ciencia empírica es un problema no resuelto o una simple superchería. Y si las demostraciones abundan para refrendarlo, porque el avance de la ciencia es irrefutable, no bastan para paliar la desazón humana frente a la enfermedad, la decrepitud y la muerte, que pudieran ser conjuradas –procuramos creerlo-, si se nos entregaran las llaves del porvenir. Surgen entonces abundantes paliativos, la mayoría antiguos como el mismísimo desasosiego. El tarot es uno de ellos, el reparto enigmático de las cartas que ciertos iniciados pueden interpretar con acierto para decirnos cómo se encaminan nuestros pasos y a qué derrotero o destino van a conducirnos. Dinero, amores, salud, éxito o fracaso… También el horóscopo pretende hacerse cargo de estas inquietudes, con sus advertencias y consejos cotidianos al alcance del consumidor que lo consulta cada mañana, ahora desde el móvil.

Pero, sobre todo, el dinero, la seguridad que proporcionan estas tres sílabas mágicas si logras hacerlas tuyas y luego acrecentarlas, volviéndolas cuatro en la palabra prosperidad, tan perseguida en nuestro tiempo, puesta como una meta de todos los afanes y propósitos.

Bajo tal premisa se elaboran los diagnósticos que determinan lo felices que somos, lo avanzados que estamos frente a otros individuos, a países y naciones con los que tenemos que medirnos para satisfacer los requerimientos, a menudo feroces, de la competitividad, estas siete sílabas que parecen un trabalenguas y que constituyen una suerte de dogma indiscutible para los corifeos del sistema que nos rige, en todos los ámbitos, actividades y oficios, desde el lustrabotas que publicita la elegancia del calzado brillante, hasta el médico-gerente que pugna por mantener en la UCI o en la UTI, el mayor tiempo posible, a los clientes-padecientes de jugosa billetera.

Por eso, en Chile, cuando queremos saber si las cosas marchan bien, usamos el barómetro infalible del comercio. Así, la televisión informará que “los comerciantes sacan cuentas alegres”, es decir, están felices. Y la sociedad, en su conjunto, debe sonreír, gratificada. En caso contrario, el país está en problemas, pues los “emprendedores” se quejan, venden menos que el año pasado en similares fechas, el poder adquisitivo va en franco descenso, y ni el día de la madre, del amigo o del niño están dando el rendimiento esperado. Serán necesarios cambios en las políticas económicas, con miras a fortalecer las dos sílabas del verbo clave: com-prar. Por ejemplo, posibilitar el acceso nocturno a las tiendas, estableciendo horarios continuos e ininterrumpidos, las veinticuatro horas de la jornada.

Pero entonces, ¿cuándo, en qué tiempo disfrutaremos de lo adquirido? Eso no interesa. Lo sustancial es gozar del ejercicio mismo de la compra, aprovechando todas las ofertas disponibles, todos los créditos y tarjetas y promociones. La felicidad plena es un gigantesco mall planetario, a través del cual los individuos se deslizan por escaleras mecánicas sin término, yendo y viniendo tras nuevos productos e ingentes maravillas en papel celofán…

-Bueno, esto sería lo ideal, pero no puede llevarse a cabo, porque para ello el crecimiento sostenido de la economía debiese superar el 5%, y ni siquiera estamos alcanzando el 2%.
-Pero China es el único país que llega a esas cifras extraordinarias. Quizá debiésemos imitarlos, copiarles tan fabulosa receta.
-Aunque los ecologistas dicen que esa proyección es insostenible, porque el agotamiento de las materias primas en todo el planeta conducirá a una catástrofe de grandes proporciones. A esto se suman algunos diagnósticos de prestigiosos científicos que confirman el amenazante vaticinio.
-Esos hippies de la ecología y el naturalismo son una peste que amenaza los procesos productivos. Son los nuevos socialistas con camiseta verde…
-¿Y si llevaran razón en lo que dicen?
-No lo creo, para eso tenemos al mejor oráculo de nuestros días… Sí, a él me refiero, a Donald Trump.
-¿Y en Chile?
-Al Innombrable, cuyo inminente triunfo es carrera corrida, según último vaticinio de las encuestas.
-No estoy tan seguro. Ayer, mi mujer desplegó para mí la baraja del tarot. Se me repitieron dos cartas: El Loco y El Colgado.
-No siga, por favor.

Recuerdo que mi tía Matilde era mucho más certera en la predicción del tiempo. Su barómetro era un juanete en el pie izquierdo: una simple inflamación significaba nublado; si enrojecía, chubascos; si cambiaba a color morado, con picor intenso, era presagio de tormenta. Nunca fallaba.
El otro día encontré su cédula de identidad: 128.641. Estoy haciendo combinaciones con sus números. ¿Cómo saben si me gano la lotería o el Kino?

¡Oj-Alah! Dos sílabas sagradas que significan “propósito sujeto a la voluntad divina”.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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