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La dama del alba

viernes, 08 de diciembre de 2017
Hay muertes que no te dejan indiferente. Las de Manuel Marín y la de Enrique de Alvear me han conmovido, especialmente la segunda. A Manuel Marín lo conocí un 31 de diciembre en el chalet de la Moraleja del notario Carlos Bru, con quien estaba emparentado. Carlos un europeista convencido y uno de los grandes jacobinos de este país junto a José Borrell, reunía a sus amigos en Nochevieja. Habiamos sido compañeros de ejecutiva en la Izquierda Democrática de Joaquín Ruiz-Gimenez y manteniamos una buena amistad.

Su sobrino Manuel estaba en el candelero por su papel en el ingreso de España en la Comunidad Europea, me pareció mucho más joven de lo que dictaba su DNI y estuvo enfrascado, ensimismado toda la noche en sus preocupaciones que debían ser muchas. Mostraba timidez y reserva. En vista de que aquella fuente tenía poca agua me concentre en Roberto Dorado, que era jefe de Gabinete de Presidencia, un socialista histórico nacido en la cárcel donde cumplía condena su madre, un estrecho colaborador, un fontanero de La Moncloa de Felipe González y mantuvimos una larga conversación adentrándonos en las honduras políticas del momento y en la figura de Felipe, al que definía como un entregado animal político. Marín se fue pronto con su mujer. Le perdí la pista personal, pero seguí su brillante trayectoria politica, siempre de chico prodigio, pero he aquí que en pocos años,dando un salto en el tiempo, apareció muy envejecido, muy encanecido y sin lustre, eso sí siempre distante.‎

Enrique de Alvear de familia procer, descendiente de Carlos María de Alvear del La dama del albaVirreinato del Río de la Plata y del Presidente Máximo Marcelo Torcuato de Alvear de Argentina. Enrique ha sido lo que los ingleses llaman el "gentleman farmer", el agricultor caballero literalmente‎, el gentilhombre de campo. De recio catolicismo, atestiguado por sus ocho hijos y sus 63 años de vida compartida con su brillante y militante mujer, como Dios manda, Carmen de Alvear. Junto a la agricultura, fue deportista, campeón del Descenso del Sella e incluso paracaidista, la última vez a los 88 años. Amante del flamenco, era con su voz ronca cantaor ocasional e hizo sus pinitos en la poesía. En su funeral oficiado en la capilla del Colegio del Pilar de Madrid por el Cardenal emérito Don Ángel Suquía, muy amigo de la familia Alvear, Ángel Ignacio Lafuente un rapsoda de extraordinaria voz recitó tres poesías de Enrique en que manifestaba el amor por su esposa y su acendrada pasión por Cristo. En su homilía el Sr. Cardenal vascongado subrayó el españolismo del difunto y el compromiso social y político de su mujer, nietos e hijos participaron en la ceremonia y fue muy emotivo el discurso, las palabras de su último nieto hablando de su abuelo. Fue patrono de mi Fundación y dejó huella de su encanto y señorío personal, muchas gracias por todo.

Dos grandes españoles se nos han ido, perdiendo la partida de ajedrez con la muerte como en el film de Ingmar Bergman "El séptimo sello". La dama del alba no perdona y se lleva a sus hijos, aunque sean ilustres y preclaros como Manuel y Enrique. Descansen en paz.

Joaquin Antuña
joaquinant@hotmail.com
Antuña, Joaquín
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