Los días de esplendor (I)

"Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
que en mi juventud me deslumbraba.

Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo."

"Oda a la inmortalidad". William Wordsworth.

Los días de esplendor fueron aquellos días que en la infancia adquirían una dimensión mágica y grandiosa. Fueron aquellos días, en la adolescencia, de algarabía en las vegas y de fiestas campestres y risas por los caminos en noches de luna.

Los días de esplendor fueron los días de las primeras amistades y de las primeras pasiones que, con una fuerza arrolladora, te arrastraban hacia un incierto final.

Esplendor en la infancia, esplendor en la juventud, cuando todo sucedía por primera vez y cada día ocurría algo especial que luego perduraba en el recuerdo indefinidamente. Jamás la vida tuvo tanto fulgor.

El campo era hermoso en primavera como los paisajes del alma, con múltiples flores y olores, y en otoño había una dulce melancolía, un tanto triste, con las hojas cayendo sobre las verdes praderas. De día, el sol iluminaba los campos verdes y de noche la luz de la luna creaba misteriosos paisajes.

Los días de esplendor fueron días de vino y de rosas en la flor de la vida, días de ríos y arboledas en los albores de la amistad... Pero de aquellos días mágicos tan sólo queda el recuerdo y ya nada volverá a ser igual, aunque, como dice el poeta, "no debemos afligirnos porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo".

"... me detengo, los ojos cerrados,
enervado en un aroma de lejanía
que yo mismo he ido conservando,
en mi lucha pequeña contra la vida.
Sólo he vivido ayer."

Pablo Neruda.