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Desconcierto y desasosiego

martes, 03 de octubre de 2017
Desconcierto y desasosiego Escribo esta carta, que quiere transformarse en crónica y aun en entrevista, a un puñado de buenos amigos de la España peninsular, de la España autonómica, pese a que no comulgo ni comulgaré con monarquía alguna. Como bien escribe mi amigo sefardita, Jorge Zúñiga: “¡Ni altar ni trono! ¡República!”. Al amparo de estas afirmaciones, algo rotundas, por cierto, pero honestas, me atrevo a formularos algunas preguntas clave sobre lo que hoy se define como “la cuestión catalana”. Vuestras respuestas serán muy valiosas para mí, y confío que me libren del desconcierto y mengüen mi desasosiego.

Ayer escribí a cuatro amigos: una mujer y tres hombres, de distintas nacencias en el vario calidoscopio hispánico. Ella, oriunda de Galicia; los tres varones, uno nacido en Córdoba y habitante de Barcelona, donde vive con su mujer e hijos; el segundo, gallego viguense o vigués, mejor dicho; el tercero, habitante barcelonés, aunque no tengo clara su procedencia natal.

Ninguno me ha contestado aún (vuelvo a ponerlos en esta lista de correos, a ver si se animan…), aunque mi amiga me envió un poema de José Espronceda (1808-1848) -ni más ni menos- que pudiera ser una respuesta a mis inquietudes (iba a escribir “inquedanzas”, sí, na lengua galega do meu señor Pai). No insertaré el poema aquí, porque me parece muy extenso y asaz malo, aun cuando provenga de una figura eminente de las letras hispanas. He aquí sus primeros versos:

Oigo, patria, tu aflicción,
y no entiendo por qué callas,
viendo a traidores canallas
despedazar la nación.
Dando a un ingrato felón
estúpidas concesiones,
están haciendo jirones
esta tierra milenaria
de gente ayer solidaria,
hoy podrida de ambiciones…

No sé bien a quiénes se refería el patriótico don José, pero nada raro que fuese a los propugnadores del federalismo español, cuyas banderas apuntaban entonces a obtener la autonomía de las tres nacionalidades ibéricas no castellanas, bajo la férula del Estado español: Galicia, Euzkadi y Cataluña. Sé bien que en los albores de los años 30 del pasado siglo, bajo estos tres países, se creó una entidad autonomista cuya sigla era GALEUZCA, a la que bien se refiere Alfonso Castelao, en su inmortal libro Sempre en Galiza, cuya primera edición bonaerense (1944) conservo en mi biblioteca.

Junto al gran Alfonso Castelao, resuenan en mí los nombre de Joan Maragall y de Lluís Companys, poeta excelso el primer, político y luchador social el segundo; ambos catalanistas irreductibles. Este último fue mártir de la trágica epopeya catalana, en la Guerra Incivil española: Líder de Esquerra Republicana y Presidente de la Generalitat. Tras su breve exilio en Francia, fue capturado por la Gestapo, a petición del gobierno criminal de Francisco Franco: Luego de brutales torturas, fue fusilado en Montjuic. ¿Cómo se puede omitir este “peso de la Historia”?

Muchos dicen hoy que eso es cuento ya pasado, que la actual Constitución, que consagra las diecisiete autonomías peninsulares, otorgando a Galicia, al País Vasco y a Cataluña el estatus de “nacionalidades históricas”, es suficiente logro libertario.

Pero los catalanes son porfiados, como bien lo afirmara ese tozudo y gran escritor que fue Josep Pla, pese a que su catalanismo era más bien una cuestión romántico-cultural, pudiéramos decir. Por eso, incluyo aquí un breve texto que resume las aspiraciones de los herederos de Maragall:

DIEZ RAZONES PARA UN ESTADO CATALÁN
Dimecres, 5 De Agost De 2015 Pujat Per Toni Soler
1. DEMOCRACIA. El crecimiento del independentismo es un fenómeno muy transversal, masivo y totalmente pacífico. Es absurdo negar esta realidad y, como en Escocia, lo más lógico es que una cuestión tan importante se dirima en las urnas. No es cierto que los referéndums fracturen a la sociedad. Al contrario, si la cuestión se cierra en falso con la mera aplicación de la ley, nos abocamos a un escenario de frustración, reproche y ruptura emocional. El independentismo ha señalado por activa y por pasiva que respetará el veredicto de las urnas. Esa apuesta radical por la democracia es una de sus fortalezas.

2. DIGNIDAD. Muchos catalanes, con independencia de su perfil identitario y su ideología, se han sentido agredidos desde que el tribunal constitucional anuló el Estatuto de Autonomía de 2006, aprobado en el Parlament por 120 votos (de 135) y refrendado en las urnas a pesar de que el Congreso de los Diputados se cepilló (en palabras de Alfonso Guerra) parte de su contenido. La independencia supone la garantía plena de que el futuro de Cataluña y su gobierno estará en manos de sus ciudadanos.

3. SOBERANÍA. La autonomía de Cataluña está, en la práctica, intervenida. Políticamente, buena parte de sus atribuciones han sido bloqueadas con leyes y decretos; financieramente, depende del techo de déficit impuesto por el ministerio de hacienda. Además, el gobierno del PP ha utilizado al tribunal constitucional a su antojo, bloqueando, en el último año, medidas aprobadas por el Parlament catalán como por ejemplo el impuesto sobre depósitos bancarios, las medidas contra la pobreza energética y diversas tasas medioambientales.

4. DIVERSIDAD. Cataluña es, más allá del tópico, una tierra de acogida, y Barcelona una urbe diversa y cosmopolita. Un Estado catalán puede y debe ser más respetuoso que el Estado español en cuanto a la identidad diversa de sus ciudadanos, especialmente con los cientos de miles que tienen vínculos sentimentales con España. Si la independencia la construimos entre todos, el futuro Estado catalán será la garantía de una relación próxima y fraternal con los pueblos de España, con Europa y con todo el mundo. Esto incluye la oficialidad de la lengua española y el respeto hacia el resto de idiomas que se hablan en Cataluña.

5. LENGUA. La lengua y la cultura catalanas han sufrido siglos de persecución e incluso ahora se encuentran amenazadas por fenómenos nuevos como la globalización, la inmigración, los ataques al modelo educativo y la preeminencia del español y el inglés en los grandes canales de comunicación y difusión cultural. Un Estado catalán puede ayudar a mejorar el conocimiento del catalán, ayudar a los creadores locales, mejorar el status de nuestra lengua propia y su reconocimiento internacional, escamoteado aún hoy por las autoridades españolas en todos los ámbitos, incluyendo el académico.

6. SOLIDARIDAD. Cataluña necesita aprovechar el esfuerzo fiscal de sus ciudadanos, como cualquier territorio soberano del mundo. Todos los estudios publicados sobre la cuestión de las balanzas fiscales demuestran que los ciudadanos de Cataluña reciben una inversión pública muy por debajo de su aportación fiscal. Aun manteniendo una cuota de solidaridad con el resto del Estado español (libremente acordada), el gobierno de una Cataluña independiente podría disponer de los recursos necesarios para garantizar el estado del bienestar, mejorar infraestructuras, ayudar a sectores clave como investigación, cultura, educación…

7. REGENERACIÓN. Cataluña, como el resto del Estado español, se encuentra en un escenario de fin de régimen, y se ha visto azotada por graves casos de corrupción que cuestionan el modelo surgido de la transición democrática. La revolución pacífica del independentismo ha puesto patas arriba el sistema catalán de partidos; la construcción de un nuevo Estado es una ocasión única para acometer una nueva etapa basada en la regeneración democrática y la exigencia de transparencia y honradez en el servicio público. Esto incluye la persecución de todos los fenómenos de corrupción pasados y presentes.

8. AUTOGOBIERNO. Un proceso de independencia está lleno de incógnitas. Pero la actual situación nos lleva a la certeza de que, si este proceso fracasa, la autonomía catalana quedará tutelada y se consolidarán las injusticias y la discriminación que hasta ahora hemos denunciado. Los grandes partidos españoles apuestan por ajustes constitucionales que blinden las competencias del estado y armonicen las atribuciones de las autonomías. Se trata de una reacción centralista, con alguna concesión federalizante, como la reforma del Senado.

9. VECINDAD. Nada impide a un futuro Estado catalán llegar a fórmulas de cooperación con el territorio español, incluyendo la confederación si ambas partes lo acuerdan y lo refrendan democráticamente. Mientras la relación bilateral sea en pie de igualdad, todo lo demás es planteable, aún más si ambos territorios pertenecen a la UE. La independencia es una oportunidad para empezar de nuevo y cooperar con el proceso constituyente que reclaman los sectores más dinámicos de la izquierda española.

10. REPÚBLICA. Queremos un Estado de derecho, republicano, laico, de ciudadanos libres, que renuncie a privilegios trasnochados y que demuestre a las élites económicas y mediáticas que la gente -a través del sufragio- está al mando de su propio destino.

A mí no me parecen descabelladas estas razones, como hoy se plantea y esgrime, a rajatabla, por tirios y troyanos. Es más, en lo esencial, puedo traslaparlas a la realidad gallega y a los propósitos y visiones de Alfonso Castelao, hoy injustamente relegado a una especie de “museo ideológico” en Galicia, como otras ideas sustanciales que hoy se pretenden obsoletas, mientras se proclama y defiende un españolismo hueco, inspirado más en los juegos de poder del neoliberalismo a ultranza, con su feroz rostro globalizado, que en las raíces culturales de los pueblos y naciones que habitan la Península Ibérica.

Pues bien, al calor de estas afirmaciones, formulo mis preguntas:

-¿Tiene razón de ser el actual movimiento independentista de Cataluña?

-¿Cuáles son sus bases de sustentación históricas y políticas?

-¿Dentro del marco constitucional y jurídico de España, es viable y legal la convocatoria del Plesbicito?

-¿Qué gana y qué pierde Cataluña como estado independiente?

-¿Qué herramientas jurídicas, políticas y aun militares podría aplicar el Estado español para conjurar las aspiraciones catalanas de independencia?

-¿Podría el independentismo catalán, de concretarse, producir un “contagio” peligroso en el País Vasco o en Galicia?

Alguien me responde, con los mismos argumentos que encontramos en las redes oficiales españolas de hoy en día, esgrimidos por el actual gobierno central encabezado por el PP Mariano Rajoy, cuyas posturas siempre me producen el escozor procedente de la derecha maniquea hispana, tan parecida a su retrógrada y cavernaria homónima chilena. Lo reproduzco aquí, pues me lo ha enviado mi buen amigo, Gregorio Dobao, cordobés de nacimiento, nieto de abuelo gallego, hijo de un soldado de la II República, que vivió treinta años en Alemania y que reside en Barcelona, junto a su mujer, hijos y nietos. Va la respuesta textual:

El presidente catalán Puigdemont dice que Cataluña va a ejercer su derecho de autodeterminación. Este derecho se aplica a antiguas colonias o regiones bajo un régimen dictatorial. No es el caso de Cataluña, donde se han celebrado más de 30 elecciones democráticas en 40 años. Puigdemont debería saberlo, ya que su partido ha ganado muchas de ellas. De hecho, es presidente de Cataluña de acuerdo con las normas de la democracia española.

Puigdemont justifica el referéndum porque los partidos independentistas ganaron las últimas elecciones autonómicas. Olvida decir que la Constitución española  establece —como las de la inmensa mayoría de las democracias— que la soberanía reside en todos los ciudadanos del país, es decir: en todos los españoles. Dicho de otro modo, cuando habla de derecho a la autodeterminación, está hablando de arrebatar al conjunto de los españoles su derecho a decidir sobre el conjunto de su país. Tampoco menciona que su referéndum fue aprobado contra las reglas de su propio Parlamento autonómico, violando los derechos de la oposición e ignorando las resoluciones del Tribunal Constitucional  de España, que lo ha declarado ilegal. Es justo llamarlo, por tanto, golpe de Estado.

No existe la represión autoritaria de la que habla Puigdemont. Jueces y policía están actuando para evitar que se produzca el referéndum ilegal. Él sabe que se está saltando las leyes y todavía se finge escandalizado cuando el Estado actúa. La respuesta está siendo muy adecuada. Si hay incidentes, se deben alacoso de los seguidores de Puigdemont a los alcaldes, policías y ciudadanos que rechazan la independencia y el referéndum.

Hablar de estado de sitio en Cataluña, como hace Puigdemont, es insultar a la memoria de Sarajevo y de las verdaderas víctimas de un estado de sitio. El Gobierno ha tomado el control de las finanzas de Cataluña para evitar que se pague con dinero público un golpe de Estado, y cumplirá con todas las obligaciones de pago a los funcionarios y a los servicios públicos. Pretender otra cosa es mentir sobre cuestiones muy sensibles. Lo único que va a ocurrir es que, hasta que Puigdemont detenga su intento de golpe de Estado, ciertos pagos llegarán de una cuenta de la Administración central en lugar de desde la Administración regional. Es absurdo afirmar que esto afectará a la economía.

Puigdemont insiste en vincular la España actual con el dictador Franco. España es una democracia avanzada, que ha otorgado a Cataluña uno de los niveles de autogobierno más elevados de todo el mundo. Fue uno de los acuerdos de la Transición, en el año 1978: una gran autonomía a cambio de lealtad constitucional. El Estado español ha cumplido su parte. Los secesionistas son los desleales.

Las fuerzas progresistas abogan por el diálogo y las soluciones políticas y están de acuerdo con un referéndum  por la independencia, respetando la legalidad, pactado con el Estado, con garantías democráticas y con efectos jurídicos.

Me llama la atención que muchos españoles, autoproclamados “progresistas”, socialistas histórico o comunistas de la vieja guardia “santiagocarrillana” sustenten hoy argumentos parecidos -huelguen eufemismos de “correcta política”- a los versos perpetrados por Espronceda en el flojo poema de marras. Ni qué decir de la derecha española y su manu militari, el PP, con el gallego Rajoy como cacique mayor.

Cuando me entero de los sucesos del domingo en Cataluña, cuando veo el accionar de la guardia civil y otras fuerzas represivas actuando bajo la autoridad y el poder aplastante del Estado español, siento una incontrolable repulsión. Es demasiado grande la diferencia de fuerzas de ambos sectores para tragarse, de un sorbo, el argumento de un “golpe de estado” de parte de la Generalitat. ¿Con qué respaldo podría eso llevarse a cabo? ¿Acaso bastan declaraciones y proclamas para hacerse con el poder? No. Imposible.

Por lo tanto, crece mi desconcierto y aumenta mi desasosiego.

Y como en mi oficio de escriba surgen a menudo las analogías y relaciones, no dejo de pensar en los anhelos y derechos libertarios del más antiguo de los pueblos que habitan este cono sur de América, que constituyen también, por historia, lengua y cultura, una nación. Sí, me refiero al pueblo Mapuche, hoy avasallado por los poderes centrales del Estado chileno, que ha convertido sus territorios en una zona militarizada, al punto que el actual comandante del Ejército, general Oviedo, ha ofrecido sus “servicios pacificadores” para intervenir en Arauco, como lo hiciera uno de sus odiosos predecesores, el militar Cornelio Saavedra, hace ciento cincuenta años, cometiendo entonces uno de los más brutales genocidios ocurridos en Chile. Este oficial posee hoy estatuas laudatorias y su nombre sirve de epónimo a lugares públicos. ¿A qué patria representará este equívoco prócer?

A ninguna de mis siete patrias. De eso estoy seguro.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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