Pobre Barcelona

Mi padre vivió y trabajó en Barcelona 27 años por lo que conozco muy bien la ciudad condal. Teníamos casa en Madrid, donde radica actualmente la sede la Fundación Paz y Cooperación, por lo que Don Joaquin se parapetaba en una pequeña habitación de hotel atestada de libros‎ a escasos cien metros de su despacho. Pasear por las Ramblas era una ventana abierta al mundo, la Plaza Cataluña con sus palomas, el Paseo de Gracia con sus elegantes tiendas y monumentales bancos, el barrio chino con sus meretrices jubiladas, la Catedral con su primoroso barrio gótico, la Plaza de San Jaime con Generalidad y Alcaldía rivalizando en suntuosidad y tanto art deco testimoniando una gran pujanza empresarial y todo salpicado, ennoblecido, agigantado por la presencia de los edificios de Gaudí, como La Pedrera, el Parque Güel y el Sancta Santorum la maravilla hecha piedra La Sagrada Familia. Era una ciudad universal, donde se escuchaban las lenguas del planeta, se asentaba las empresas editoriales más importante del orbe de expresión española y Carmen Ballcells pastoreaba a sus grandes escritores. En los bares y restaurantes se escuchaba una mezcla de catalán y castellano, algo fascinante. Sin embargo un genio del mal, un enviado del infierno del provincianismo, lo que los italianos llaman el campanilismo, se fue instalando en esta preciosa ciudad, su demiurgo con aspecto de ser un personaje de la guerra de las galaxias, mientras se enriquecía su familia y muchos allegados, fue empequeñeciendo esta ciudad, opacándola, llenándola de institucionales todas denominadas ridículamente nacionales, impuso el rodillo de su idioma, convirtió los rótulos de las tiendas imperativamente, achicó espacios como dicen los futboleros y puso una venda en los ojos y un bozal en las bocas de los barceloneses, el horizonte no iba más allá de sus narices, dignificó al burro catalán en detrimento del toro ibérico, silbó a un Papa cuando al dedicar unas palabras sobre el Milenario de Cataluña las pronunció en español como luego lo haría con los Reyes de España, se invento una historia y la reescribió sin rubor, como los hímenes que recosía La Celestina, de personajes universales rebajó a los catalanes a patanes de terruño y todo ello mientras la globalización, se abría paso a trancos agigantados por todo el mundo. En una reciente visita a Barcelona se me cayó el alma a los pies, ante la zafiedad, la ramplonería, la vulgaridad de un horizonte de esteladas y de rostros embrutecidos por el pensamiento único, de cánticos fascistas y de deja vu del más rancio franquismo, Dios mío, que le había pasado a esta ciudad universal, poblada ahora por los bárbaros y los fanáticos, eso sí entre indiferentes o divertidos turistas, que piden y engullen paellas y se ponen tibios con sangrías y compran souvenirs de toros y flamencas, sin olvidar a su gran ídolo Messi, que para desgracia de toda esta canalla como definía Voltaire a la gente de esta calaña ignorante y zafia, nació en Rosario, en Argentina. El incalificable espectáculo de estos días en que se clama por democracia y derechos humanos, cuando las están pisoteando, se saca a los estudiantes de las aulas como nos llevaban a manifestarnos por Gibraltar español los fascistas del SEU, se pide votar cuando después de la transición lo han hecho 37 veces, se ve a una reprimida Presidenta del Parlament perdiendo los papeles arengando a las hordas, el esperpento se apodera de manifestantes rabiosamente hispánicos por su insolaridad y por su atavismo. Han jubilado al bon seny, el sentido común ha desertado, solo queda la furia y el insulto, donde ha quedado aquel archivo de cortesía que describió magistralmente Cervantes, se ha instalado en la cima del Canigó. Delendda est Barcelona.