
Entre un violento huracán Harvey y un amenazador ensayo nuclear en Corea del Norte estamos presenciando un terremoto político en Cataluña. Es un golpe de estado en toda regla. Con un apretado calendario. Un procès y una ley de desconexión pretenden conseguir la independencia saltándose a la torera la legalidad de la Constitución y el propio Estatuto de autonomía. Tienen la calle a su favor y después de los atentados yihadistas parecen contar con una policía propia, los mossos de escuadra. El fallo del Constitucional los enardece y les brinda un pretexto para su victimismo al suceder tan próximo a la celebración de la Diada, la jornada histórica del irredentismo catalán, la fecha de la derrota de los partidarios de la sucesión austriaca de Don Carlos frente a las tropas borbónica del pretendiente Felipe de Anjou. De sucesión se pasa a secesión. En el templo mayor, la catedral del independentisten el estadio del Barcelona el Camp Nou, se recuerdan con gritos y flamear de banderas cada minuto 17, 14 como señal de duelo y signo de revancha. La crisis económica ha exarcebado a las cabezas huecas, que necesitan llenarse de humo de gloria. Se inventan agravios. La xenofobia esta a flor de piel, se sienten superiores. La lengua sirve como arma política. La han impuesto a golpe de decreto y de multas. Tienen además un solo plan y lo persiguen todos los días, la independencia. Todo lo demás no cuenta. Tienen además una extraordinaria astucia mediterránea. Jordi Pujol su gran timonel ha sabido conquistar peldaño a peldaño las estructuras de un estado propio. Todo nacional, sea teatro, museo, institución, acostumbrando el oído a esta cantinela, interpretando su himno "nacional" venga o no a cuento. "Els segadors" y de refuerzo "El cant des occells" y silbando con fuerza el himno oficial español. Defenestrado por la corrupción rampante de todo su clan familiar, encuentra un brillante discípulo de Artur Mas, entre otros méritos Premio Julio Verne a la fantasía política y candidato al Christian Andersen del más grande fabulador político, que repartiendo subvenciones a diestro y sobre todo a siniestro hace engordar como globos hinchados a punto de estallar a organizaciones sociales que postulan un estado independiente. A su caída devorado por sus propios hijos radicales le sucede Puigdemont un alcalde gris,que se crece ante el reto y que está dispuesto a todo. Le entran las prisas y se instala en la disyuntiva apocalíptica del Ahora o Nunca. Protagoniza una costosa y ridícula campaña internacional, creando embajadas, visitando organismos y dando entrevistas, utilizando los medios de comunicación de la Generalitat. Es menos sutil y elaborado que Artur, pero Carles desea rizar el rizo. Su gran arma es la movilización de la calle y la falta de iniciativa del gobierno central de Rajoy y la carencia de imaginación y de arrojo de los catalanes que no son independentistas. Tiene el monopolio del discurso subversivo. Da la impresión que la mayoría silenciosa aplaudirá al vencedor del duelo entre Rajoy y Puigdemont. Es una verdadera revolución. Hace falta estrategas. A los indepe como les llaman familiarmente les favorece la pasividad de Madrid, que pone siempre la otra mejilla y cede más y más engordando al dragón de Sant Jordi. Quien y como se pincha este globo es la pregunta del millón.