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Cambiar de piel

miércoles, 26 de julio de 2017
‎Un querido amigo de la FAO, Alejandro, un catalán malagueño, repetía siempre su frase favorita "cambiar de piel" y añadía "como las serpientes". Cambiar de pielOía distraído su retahíla de deseos insatisfechos, lo que haría con su nueva piel. Álex vivía de alquiler en un bonito apartamento del Trastévere romano frecuentado por sus colegas traductores, muchos de ellos literatos y candidatos a escritores, emulando al más famoso de todos a Cortazar que ejercía en la UNESCO, así como al reciente Premio Cervantes Eduardo Mendoza‎. Álex era un personaje danunziano, un esteta, que ornado con un batin digno de Sherlock Holmes recitaba exquisitas y raras poesías decadentes francesas mirándose de reojo en el espejo de su salón. Se ensayaba para sus conquistas, siempre apasionadas, truculentas y morbosas. De vez en cuando repetía el estribillo de cambiar de piel. Tenía una doble personalidad, era un gran traductor, muy trabajador, infatigable con sus traducciones kilométricas, de áridos textos las más de las veces, pero luego desconectaba y se convertía en un seductor de manual, pelo rizado y engominado, muy moreno y alto, causaba el furor de las jacarandosas romanas, de adolescentes románticas y de casadas en fuga. Mi papel era el de apagafuegos, que explicaba a estas enloquecidas damas y damitas, que Álex no era serio en el amor y para acallar sus ansias de redimirlo, les machacaba con la cantinela de que estaba totalmente endeudado y arruinado. Por aquel entonces después de una estancia en Alemania, como ayudante de un historiador ciego y en un ambiente muy ilustrado frecuentado por las hijas de Thomas Mann y por el comediografo Karl Zueckemeyer me llamaban "der junge Dichter" el joven poeta, más bien por la apariencia, pues siempre he sido esclavo de la prosa, iniciaba ahora mis andanzas romanas colaborando en la sección de traducción de la FAO, en la que trabajaba Alejandro con quien trabé amistad por nuestras aficiones literarias. Conocí a Antonio un erudito anarquista que ejercía de editor y que hablaba con la pasión del exiliado sobre su España ideal. Realmente el que había cambiado de piel, como declamaba Alejandro era yo, que había aterrizado en un reducto de antifranquistas y de familias republicanas como la de Manuel Azaña y la de Salvador de Madariaga, todos ilustres literatos, explorando palabras, tratando de descifrar áridos textos y regenerándose con la gran literatura. Adentrándonos en Roma e Italia, descubriendo la duda existencial de Alberto Moravia y la prosa mordaz de Curzio Malaparte, conociendo y frecuentando a Rafael Alberti y María Teresa León en su casa de vía Monserrato y luego en Vía Garibaldi. En aquel julio muy caluroso en una velada Alejandro seguía recitando a Baudelaire, mientras anochecía, yo estaba en Babia, la próxima víctima sentimental del insaciable catalán estaba en camino. Me despedí y caminando por las callejas transteverinas comprendí que como las serpientes quien había cambiado de piel no era Alejandro sino yo y esto amigos me ha ocurrido varias veces en mi vida, la última como audaz redactor de Galicia Digital. Invito a mis queridos y amables lectores a hacer el experimento de seguir el consejo de Alejandro, cambiar de piel, reinventándose aunque sea solo con la imaginación, mientras la vida transcurre en nuestro entorno. Vale la pena.
Antuña, Joaquín
Antuña, Joaquín


Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la empresa editora


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