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Religión y sinceridad

viernes, 07 de abril de 2017
A mis amigos sacerdotes. Fui educado, como muchos en este País, en el nacional catolicismo y aún más, pasé varios años de mi adolescencia en el seminario, cosa también bastante habitual por entonces.

La existencia de Dios, la Creación, los Mandamientos, los Sacramentos y demás materia de nuestra formación me fueron inculcados casi como verdades absolutas y durante un tiempo funcionaron. Pero la vida evoluciona y cambia, y los conocimientos pasan exámenes de reciclaje, que dicho con toda humildad, en mi caso cosechan un sonoro suspenso. Y lo siento, no por el cacao mental mío, sino por la falta de argumentos, y sobre todo dudas, con que pudiera educar a cualquier joven.

Cansado y vacío con la fe del carbonero, he buscado argumentos en las teorías del fenómeno teológico y, sin desmerecer ninguna, sólo encuentro en ellas elucubraciones subjetivas, cuando no serias dudas, algunas de las cuales llevan al Ateísmo o como mínimo al Agnosticismo.

Sería maravilloso que existiera un Dios creador y bueno y, sin duda, el Universo tiene un origen, pero más de eso ¿Qué hay? Evidentemente, aquella Creación de siete días y Adán y Eva pasaron a la literatura de ficción que hoy son cuentos como los de los Reyes Magos.

La ciencia demuestra cada día que nuestro planeta es uno más del espacio y que las posibilidades de algún tipo de vida aumentan a pasos agigantados. Los Mandamientos, que son la base de la moral católica, y que en países como España sirven de base para las normas de convivencia, dejan en su escaso cumplimiento, un poso de malestar que destroza las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad.

Por su parte, los Sacramentos no dejan de ser unos rituales cada día más obsoletos y el personal los rehuye, como del fenómeno religioso, por varios motivos: la formación como la mía resulta escasísima; aceptar a pie juntillas un fenómeno tan complejo causa dudas, que implican rechazo, porque los jóvenes buscan principios sólidos y, al no encontrarlos, muchos buscan otros caminos como la solidaridad o el arte para llenar sus inquietudes espirituales; Si a ello añadimos la politización tan usual de la religión y sus antecedentes, no es extraño que las iglesias se vacíen y que muchos actos religiosos estén artificialmente hinchados por los usuales convencionalismos.

Si a esto sumamos nuestros límites mentales y culturales nos encontramos con una complejidad mayúscula incapaz de comprender muchas de las cosas que nos han sido enseñadas y que durante tanto tiempo hemos aceptado sin poner en solfa.

Siendo muy respetables peregrinaciones, misas por esta o aquella intención, procesiones y otros actos litúrgicos que forman parte de nuestros hábitos culturales, uno observa que es cierto que la pequeñez humana conlleva la necesidad de las religiones y que éstas difieren en las formas, pero con un fondo en común: el amor y el respeto. Las diferencias son peculiaridades culturales y la violencia perversión de la religiosidad.

¿Qué me vale pues de cuanto me enseñaron de niño? Sólo Cristo y evidentemente María mujer, que no necesita ser inmaculada. Ellos justifican mi religiosidad. Porque Él fue Hombre y vivió y sufrió todo lo que un ser humano puede padecer. El conoció el hambre y la sed, la lucha y la traición, la gloria y el desprecio, conoció al ser humano y sus miserias… y aun así tuvo la generosidad de dar la vida por nosotros.

¿ Acaso en la Historia hubo una filosofía mejor que el amor a los demás? Siempre dudo de la esperanza porque me parece una palabra tan bonita como vacía, mantengo que la fe puede ser una potencia humana que en mí no anida…sólo a la caridad le doy sentido, entre otras razones, porque también la necesito y quizás otros, más inteligentes y formados que yo, puedan echarme un capote.

Confieso mi caos religioso y pido con humildad y sinceridad perdón por ello.
Timiraos, Ricardo
Timiraos, Ricardo


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