
Es todo un espectáculo. Te das una vueltecita por la Muralla de Lugo,
Patrimonio de la Humanidad, y te puedes morir de risa. Piedras arrancadas, botellón, hierbajos en el adarve, maíz y cebada por los muros exteriores, sábanas y bragas en los interiores, uralitas verdes y plateadas adornan decenas de casas en ruinas al alcance de la mano, focos rotos, perros, basura, fuegos artificiales y bombas de palenque.
Si la UNESCO tuviese vergüenza que no la tiene- mandaría de inmediato este monumento romano de mil setecientos años al vertedero municipal y al basurero de la Xunta. Piedra a piedra y por los siglos de los siglos.
Sabido es que los lucenses tragaron y tragan lo que no está en los escritos y más. En realidad este es un pueblo, en su mayoría, conformista, servil y cobarde que se merece lo que tiene.
Es patético.
Y lo peor: nadie quiere ver que detrás de tanta palabrería oficial no hay más que humo.
Humo y sólo humo