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Chacra El Olivo

miércoles, 29 de marzo de 2017
Chacra El Olivo
Noticia del entorno
Pedro de Valdivia fundó Santiago de Nueva Extremadura, con sesenta vecinos y encomenderos, que redujo posteriormente a treinta. Según el plano de Thayer Ojeda, en el que aparecen las concesiones de solares hechos por el Cabildo hasta 1575, permite suponer que la planta inicial de la ciudad puede haberse extendido, en el caso máximo, entre las calles Santo Domingo, Agustinas, Mac-Iver y Bandera, con un total de dieciséis manzanas. “Por el norte, el límite era la acequia de Huechuraba o de Flores, donde empezaban las tierras del Salto y por el oriente la sierra en el Cerro San Cristóbal” Una vez fundada la ciudad, Valdivia asigna a sus huestes las tierras recién conquistadas, asignándose él mismo las de Huechuraba, que corresponde a Conchalí y Punta de Renca, en el costado norte del río, hasta el cerro de Huechuraba (hoy Cerro Blanco), deslindado por el poniente con el Camino de Chile y por el Oriente con las Tierras del Salto.

En el año 1546 el cabildo confirma a Don Pedro de Valdivia la propiedad de los terrenos en la ribera norte del río Mapocho, incluyendo el Cerro de Huechuraba, el cual en 1545 cambió de nombre por el de Cerro Montserrate, al instalar doña Inés de Suárez en la cumbre una ermita a la Virgen de Montserrate. Las tierras del Salto fueron entregadas a Rodrigo de Araya, cuyos límites enmarcan un sector que desde la orilla norte del Mapocho por el Camino del Inca y el Cerro 2 Conchalí, 6 Tupahue, sector conocido como El Salto, también conocido como el Salto del Mapocho o Salto de Araya. Valdivia mantuvo esta chacra en su poder hasta que en 1550 la entregó a Doña Inés de Suárez y a su esposo Rodrigo de Quiroga, para proveer a la conservación de la ermita por ella erigida. En tanto 1557, Rodrigo de Araya expulsa de las contigüidades del Cerro a los pacíficos indios Janocones o Yanoconas, que eran adoctrinados en la ermita, enviándolos al Cerro Macaya de Quillota. Los indios Janocones denominaban a este Valle como Conchalí, cuyo significado sería “Luz Amarilla” o “Luz en el agua”, en lengua mapuche. Sin embargo, el Padre Ernesto Wilhelm de Moesbach en su libro “Voz de Arauco” señala “Conchalí” Quechua; Concho: heces, borra, restos: Alin: caldeado, seco, heces secos.

(En Mapuche “Conchos” son personas amistadas por regalos mutuos “Conchotún” iniciar tal amistad mediante obsequios mutuos). En 1558 doña Inés, con consentimiento de su marido, el Capitán Rodrigo de Quiroga, dona los terrenos al Convento de Santo Domingo – Los Domínicos pasando a llamarse el lugar Llano de Santo Domingo y el Cerro Santo Domingo (Ex–Huechuraba); (“Con el compromiso de decir misas cada tres viernes en forma perpetua por el alma de don Pedro de Valdivia”).

(Apuntes para una Historia, 1985. Ilustre Municipalidad de Conchalí).


Sesenta años más tarde

Quizá fuese un exceso decir que Chacra El Olivo constituyó para nosotros una suerte de Macondo, aun considerando que la literatura es excesiva por sí misma. No obstante, me atrevo a afirmar que fue un espacio clave para nuestro crecimiento en medio de dos concepciones de la vida social y de la convivencia en el seno del extenso clan conformado por seis familias, donde bullíamos veinticuatro primos; ideas que se volvían contradictorias y fuente de conflictos, a menudo soterrados por quienes imponían, finalmente, su visión axiológica, en el inevitable juego de poderes que pugna en toda relación humana. Dos mundos chocaban, se oponían, o trataban de integrarse en la forzada o amorosa conjunción familiar, sin ahogar por completo los diversos conflictos que fluían desde su interior.

La cultura foránea, representada por los emigrantes de origen gallego, se enfrentaba a la cultura nativa de exponentes de clase media alta (acomodada) y de otros menos favorecidos, ya fuere por la fortuna o por ese curioso prestigio social que suele funcionar en Chile como una suerte de réditos sobre un pasado tan ilusorio como expectable. Así, se vive apelando a un pretérito brillante que en la mayoría de los casos se asemeja más al difuso espejismo que a una realidad concreta.

Esta pugna social se hacía notoria en los modales, en el lenguaje y en otros detalles del diario vivir. Escuchábamos expresiones diversas, como: “maleducados”, “primitivos”, “deslenguados”... Y en la otra orilla: “pretenciosos”, “arribistas”, “estirados”. Algunos de nuestros primos, que gozaban ya de un mejor estatus económico, acudían a falsas prosapias y posiciones irreales, afirmando que el abuelo gallego habría venido en un cargo consular a Buenos Aires. Con ello esperaban aventar el estigma de ser descendientes de “labriegos propietarios”.

A mí me pareció notable –aún me lo parece- aquella anécdota del abuelo Cándido en el barco que les trajo desde Galicia, en diciembre de 1924, cuando el capitán de la nave advirtió que traía en sus manos una voluminosa biblia empastada con tapas de plata maciza, virtual joya cuya procedencia desconozco, quizá un haber enigmático de sus años de aspirante a cura. El marino le propuso comprársela mediante un trueque: trasladar a los nueve viajeros de la tercera a la primera clase, a lo que el abuelo accedió, demostrando de paso que no era un rústico campesino, sino el escribiente que había estudiado en el Seminario de Tuy y que rechazaba, para él y los suyos, la aglomerada humillación de la sentina. Algunos de sus nietos –los que menos le conocieron- criticaban acerbamente al patriarca por aquel supuesto desatino, no sé si bajo el punto de vista de un posible sacrilegio o de un errado prisma economicista.

También hubo entre nosotros quienes se fueron alejando de ese mundo gallego transterrado en Conchalí, sin haber profundizado en él, tal vez porque lo miraban en la distancia como ajeno a sus propias aspiraciones de figuración social. Al cabo de los años, esto me parece legítimo, aunque para mí y algunos de mis hermanos, Galicia ha sido y sigue siendo un extraordinario universo de proyecciones anímicas y culturales; más aún para quienes accedimos al conocimiento filológico de su lengua, hermana mayor del Castellano y madre del Portugués.

Mis palabras solo pretenden hacer justicia –en sentido afectivo y estético- a la memoria de aquellos seres que son parte nuestra, pues siguen viviendo en nuestros sueños, con su fuego alentado por las brasas del recuerdo. Tanto en Galicia como en Chiloé, su confín mítico del austro, los muertos conservan una sutil correspondencia con los vivos, quizá como atávica intuición de lo que hoy consideramos huellas genéticas. A falta de títulos nobiliarios, el mejor tesoro es su memoria.

He reunido aquí algunos textos surgidos desde el ámbito de Chacra El Olivo y de otras instancias que me remitían a sus patios y a sus habitaciones donde aún siento resonar mis pasos. Según el viejo rito de la estirpe, los despliego y reparto sobre la ancha mesa donde disfrutamos alguna vez, sin discriminaciones, el generoso condumio.

Testimonios
De Manuel Moure Navarrete (Mañungo)

Te adelanté algo sobre el origen de la propiedad de Chacra el Olivo y cómo llegó a nosotros desde Enrique Montt, hijo del presidente de la República, Pedro Montt. Enrique Montt casó con Laura Leighton, hermana de mi abuela Enriqueta, la Tatá que ustedes conocieron... En ese tiempo, la propiedad contaba con más de 80 hectáreas y una casa patronal que posteriormente se quemó en un incendio; en ella pernoctaba el presidente después del viaje de vuelta de Valparaíso, para llegar fresco a Santiago.

Nosotros conocimos la casa que se adaptó en las antiguas bodegas y que luego mi papá acondicionó para la llegada de toda la familia Moure desde Argentina y la posterior llegada de los García-Moure a Chile, a comienzos de los 40’.

Quedo a tu disposición para traspasarte lo que pueda obtener de mis vivencias de Chacra El Olivo.
Cordialmente

De Pedro Torres Laureda

Sobre la Chacra El Olivo, en la cual no solo nosotros, los hermanos Torres jugamos y visitamos en innumerables ocasiones, compartiendo con los Moure Navarrete, los García Moure, los Díaz Moure, los Bordalí Moure y los Moure Rojas, sino que lo más importante para nosotros es que en esas tierras se crio nuestra madre, Orlanda Laureda. No olvidemos que, desde 1908, aproximadamente, primero un cuñado de mi abuelo y luego mi abuelo Ventura Laureda, arrendaron la Chacra a doña Laura, campo en el que existía una importante lechería... Años más tarde, alrededor de 1928 y 1929, mi abuelo adquirió un retazo de la Chacra, todo el predio que enfrentaba la avenida Independencia, desde calle El Olivo hasta la Vuelta del Padre, en donde ahora convergen las calles Vivaceta e Independencia (aproximadamente unas 5 hectáreas)

La calle Vivaceta, que moría en El Olivo, se proyectó hacia el norte, porque tanto doña Laura como mi abuelo cedieron las respectivas lonjas de terreno para facilitar la vía.

Como antecedente adicional, cabe señalar que la galería que tenía la casona de Chacra El Olivo (esa que aparece en los relatos), la construyó mi abuelo, después de un terremoto (creo que el de Talca 1927), luego del cual hubo que hacer importantes restauraciones al inmueble, debido a los considerables daños sufridos.
Moure Rojas, Edmundo
Moure Rojas, Edmundo


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