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Los Díaz Baliño (1)

miércoles, 29 de marzo de 2017
Los Díaz-Baliño, una saga de artistas oriunda de Ortigueira:
Camilo Díaz Baliño (I)

Estas Navidades, como las pasadas y muchas otras a lo largo de más de 90 años, todos los que han querido entrar en la iglesia parroquial de Ortigueira han podido admirar y apreciar su magnífico y monumental belén. Esta obra tan original fue diseñada y elaborada en los años 20 del siglo pasado por uno de los más importantes escenógrafos gallegos de todos los tiempos, Camilo Díaz Baliño. Un artista que hunde sus raíces en Ortigueira, pues su padre, Germán Díaz, nació en este finisterre norteño de la piel de toro.

Como decimos, Camilo Díaz Baliño y sus otros seis hermanos, Avelino, Indalecio, Ramiro, Camila, Germán y Dolores fueron hijos del comerciante ortigueirés Germán Díaz Teijeiro y de su esposa, Camila Baliño López. A pesar de sus siete hijos, la familia Díaz-Baliño nunca pudo presumir de ser numerosa, puesto que, en su época, tener un número tan elevado de miembros era algo normal. De hecho, ni siquiera a finales de los años veinte el Instituto Nacional de Previsión consideraba que una familia fuese numerosa si esta no superaba los ocho vástagos.
Los Díaz Baliño (1)
Su padre había nacido en la calle de Cortes, en Ortigueira, en 1845. Fue hijo de Juan Ramón Díaz Piñeiro de Arteaga, un hacendado propietario de la villa, y de María Dolores Teijeiro Soto(1), natural de Ferrol, e hija del secretario del Juzgado de Ortigueira Manuel Teijeiro Naveira, y que, posteriormente, sería alcalde, en 1850, y notario, en 1873.

A la recepción de las aguas bautismales de Camilo asistieron sus padrinos Bibiana Teijeiro, hermana de su madre, y su marido, Juan Armada, un médico natural de San Claudio, un matrimonio que, unos años más tarde, traería al mundo al famoso escritor y periodista ortegano Ramón Armada Teixeiro(2).

La familia paterna de los Díaz-Baliño permaneció durante algunas generaciones en la comarca de Ortigueira. No en vano, su bisabuelo, Francisco Javier Díaz Piñeiro de Arteaga, ya había sido secretario del Ayuntamiento de Ortigueira a principios del siglo XIX.

Poco después de contraer matrimonio, los padres de Camilo se trasladaron a vivir a Ferrol con el fin de buscar allí una vida mejor. En la ciudad departamental se establecieron en el número 5 de la calle de la Magdalena, en donde nacieron algunos de sus hijos. Camilo lo haría el mediodía del 15 de julio de 1889, cuando su padre tenía 25 años y ya regentaba un comercio en la ciudad.

El nombre que le impusieron lo hicieron en honor a su madre, pero no fue el único que lo llevó, ya que también lo hizo una de sus hermanas, aunque a ella todos la conocieran por el apelativo familiar de Miluca.

Sus primeros estudios los concluyó en el Colegio de Santo Tomás de Aquino de Ferrol, donde empezó a despuntar como un buen estudiante. Con nueve años su familia se trasladó a A Coruña debido, según él mismo recuerda, a algunas desgracias. Y allí los continuó en el Colegio Dequidt. Cuando tuvo que pasar su examen de ingreso a los estudios de bachillerato, certificó sus buenos conocimientos con un meritorio sobresaliente. Su primer año lo hizo en el curso 1900-1901 “me preparé para dedicarme al comercio y a los quince años ingresé en uno”(3). Un trabajo que no le llenaba, pues sus patronos lo pusieron a “limpiar las sartenes que habían adquirido a bajo precio; era necesario dejarlas brillantes a fuerza de frotar con papel de esmeril sobre aquel óxido […]; sufrí unos días hasta que llegó uno feliz en que me fui reprendido casi brutalmente por uno de los patronos, por no quitar en las que yo limpiaba el mismo brillo que los otros”(4). Con los bríos que le daba su edad, dejó el trabajo enfurecido. Pero también fue entonces cuando comprendió que su sueño sería “ver al lado de cada escuela de instrucción primaria un taller de aprendizaje (una segunda escuela obrera). Jamás se me olvidan los tratos bárbaros que tiene que sufrir los aprendices en su primera época en casi todos los talleres y comercios”(5).

Tras más de un mes sin pasar por el comercio ni comentárselo a sus padres, Camilo tuvo tiempo para reflexionar sobre su futuro: “mis constantes paseos a las afueras, la contemplación de los peñascales que reciben el mar bravísimo del Orzán, las inmediaciones de la torre de Hércules… empecé a querer dibujar todo aquello, vi que la mano no se negaba a hacer lo que mi cerebro quería”(6). No estaba solo, otros jóvenes andaban en historias parecidas. Así que se unió a ellos montando una “sociedad de muchachos con un teatrillo donde pudiesen hacer comedias y tragedias y todo”(7). Y él empezó a hacer sus decoraciones, aunque, según dice, “no conocía el color ni sabía casi dibujar, [pero] el afán de ver algo me animó y me decidí a pintar aquellas cosas que en aquella época, muy serio, llamaba decoraciones”(8).

En casa, las cosas no fueron tan rodadas. Allí se las tuvo que ver con el rechazo de unos padres que no veían a un hijo pintor y menos de decoraciones. “Pero yo pude más, y a los pocos días les tenía convencidos ¡Pobres viejos míos!”(9). Estaba claro que en una familia en la que había “militares, mercaderes, picapleitos, politiqueros, en fin de todo menos artistas”(10), no iba a caer demasiado bien una profesión como esta.

Pero como no hay aprendiz sin maestro, se apuntó a las clases de un profesor que, aunque enseñaba con cariño, no gozaba de los conocimientos que él esperaba. Así que cuando se le presentó la ocasión de hacer un trabajo extraescolar, la aprovechó. Se lo encargaron en el mismo colegio en que él daba clases de francés, y estaba destinado a una función que iban a hacer los alumnos en honor a Cervantes. Y él, como todos los aficionados sin grandes experiencias, les propuso que si no les gustaba no les cobraría nada. Pero ¿cuál no sería su sorpresa cuando no solo sus solicitantes se quedaron impresionados de su labor sino que los periódicos: “hablaron mucho [de mí], me llamaron el niño precoz, en fin, una serie de tonterías. Me los pagaron, y excuso decir la alegría de mis primeros cuartos”(11). Pronto se dio cuenta de que no era el único de su familia que poseía vena artística, también la tenían algunos de sus hermanos, y él lo único que hizo fue despertársela, iniciando a Indalecio y Germán en el mundo del arte.

Sin embargo, esta primera práctica laboral no le dejó demasiado buen sabor, pues allí mismo se enamoró de la “prima-donna de la compañía escolar”(12). Y el amor le trastornó hasta tal punto que discutió “con los profesores, con los escolares y hasta creo que conmigo mismo”(13). Su turbación amorosa lo llevó al encierro en su cuarto y allí “estudié Los Díaz Baliño (1)mucho, tanto, que creo que allí fue mi verdadera escuela, pintaba y dibujaba como un endemoniado, día y noche, todo era imperfecto, todo lo rompía, pero yo notaba mi progreso poco a poco” (14).

Camilo solicitó entonces una beca a la Diputación de A Coruña, pero como él mismo recuerda “no me hizo ni caso”(15). Así que optó por una vía de empleo más directa: decírselo a su padre. Este se puso en contacto con su amigo Pedro Miranda, quien, a su vez, lo hizo con el marqués de Figueroa, y así le llegaría su ansiada beca del Ministerio de Gracia y Justicia para trabajar en Madrid. El joven Camilo contaba entonces 16 años y toda la inexperiencia del mundo en las relaciones personales fuera de su ámbito, por lo que, una vez que estuvo en la capital para perfeccionarse en los dos talleres más importantes del oficio, se encontró solo. “La ciudad aquella me aplanaba, no tenía amigos, en fin, yo era un verdadero extranjero allí; hasta los paisanos míos hablaban con aquel acento que no era el mío; después aquel ir y venir; no hablaba con nadie, aquello de ¿es usted gallego? Casi siempre contestaba con fiereza: Si, señor; ¿y a usted que le importa?”(16).

De regreso a casa, empezó a tener mucho trabajo en el taller que abrió con sus hermanos Indalecio y Germán. “Pinté más de 50 decoraciones del género chico en la Coruña, y para el resto de Galicia muchísimas, hasta que empezó a decaer”(17). El cine se estaba llevando al teatro por delante, usurpándole sus espectadores, pero él no comprendió el cambio que se estaba produciendo, por lo que durante un tiempo volvió a los estudios, esta vez de pintura decorativa. Fue el momento en que conoció a su mujer: “Una morena, moza coruñesa, servía de acicate en mi salvadora empresa”(18). Al año siguiente, el escenógrafo se casó con Antonia Pardo Méndez, con la que tuvo tres hijos, uno de ellos el célebre Isaac Díaz Pardo (19), que pasará a la historia artística e intelectual de Galicia por méritos propios.

Durante aquellos años juveniles, el escenógrafo militó en las filas del tradicionalismo gallego, a la vez que colaboraba con algunas de las asociaciones de carácter confesional de A Coruña, como eran el Círculo Católico de Obreros o el Patronato Católico de Obreros, con las que publicó algunos de sus trabajos en sus medios de comunicación y para las que creó varias escenografías. Además, Camilo se convirtió en profesor de dibujo del Patronato Católico de La Coruña, donde puso clase a unos 90 alumnos durante dos horas diarias cuatro meses al año por tan solo 25 pesetas al mes. Pero su mayor premio fue que sus alumnos consiguieran una medalla de oro en Santiago y otra en Zaragoza, además de otras muchas recompensas.

En 1910, Díaz Baliño ingresó como delineante interino en la Diputación de A Coruña, una labor por la que percibió un salario anual de 1.500 pesetas. Y en 1918, él y su esposa se hicieron socios de la Irmandade da Fala de A Coruña (20). Su incorporación a las Irmandades fue todo un revulsivo profesional para él, puesto que, además de una identidad ideológica, su afiliación le supuso el inicio de una estrecha relación con algunas de las figuras más relevantes del galleguismo de su época. Desde entonces, Camilo será elegido en múltiples ocasiones como escenógrafo por personalidades tan notables del teatro en gallego como Ramón Cabanillas o Armando Cotarelo Valledor, pero también por autores del teatro español como Alejandro Pérez Lugín  o Manuel Linares Rivas.

Su visión diferente del arte fue la que le procuró un lugar de privilegio entre los representantes del movimiento de las Irmandades, y la que le dio la posibilidad de transformar su pintura en la identidad simbólica de Galicia y de lo gallego. No en vano, sus correligionarios le encargarán que diseñe para las Irmandades su bandera de Galicia, y que colabore como artista gráfico en las colecciones que publicaban las editoriales Lar y Céltiga, algo que extenderá a otras publicaciones gallegas, como Ser y A Nosa Terra, e incluso de la emigración en América, como El despertar gallego, Galicia o Terra galega.

Su visión del arte se basaba, según dirá años más tarde, en que “la técnica que empleé es nueva. No quiero decirle que sea de vanguardia, pues esta manera de llamarle a lo nuevo la desacreditaron muchos a fuerza de fusilar cosas alemanas y rusas. No; mis decoraciones para este asunto son sin ribetes extranjeros. Yo creo que para hacer arte gallego, hay que hacerlo en gallego, sino no será nuestro, y cuanto más gallego sea, más universal serᔠ(21). Así pues, su integración en el ámbito galleguista se hará cada vez más completa y compleja no solo por haberse convertido en una referencia en el mundo del arte en Galicia, sino, y mucho más importante, por serlo en el de las ideas. En este ámbito, se vio arropado por algunos de sus amigos, como fue el caso de Francisco Asorey, Ramón Cabanillas, Ánxel Casal, Victoriano Taibo, Castelao o Antón Vilar Ponte.

En cuanto sus ideas artísticas, según dejó expresado, estas estaban referenciadas tanto por Valle-Inclán como por Fernando Álvarez de Sotomayor. Del primero, admiraba su nivel intelectual, mientras que del segundo lo hacía de su pintura por su marcada identidad de Galicia. Tras ellos situaba a otros importantes autores gallegos como Castelao, Corredoira o Sobrino.

Camilo era ya entonces un profesional con una gran formación y unas magníficas experiencias, al que lo único que le faltaba eran clientes que valorasen su arte en su justa medida. Y esto ocurrirá en 1917, cuando entre en contacto con el empresario ourensano Isaac Fraga. Será entonces cuando su carrera empiece a sobresalir al poder ir enlazando un proyecto con otro, y con ello poner de manifiesto todos sus recursos artísticos en cada nueva obra.

Fraga era un célebre empresario del cine y del teatro (22), y, por tanto, un hombre necesitado de artistas a su lado que pintasen para él los carteles con los que poder promocionar las películas que exhibía, y que le diseñasen y confeccionasen el atrezo para sus representaciones teatrales. Este encuentro supuso para ambos toda una serie de oportunidades de trabajo y de acceso a los peldaños más altos del espectáculo.


NOTAS:
1. Los abuelos de Camilo contrajeron matrimonio en la iglesia parroquial de Ortigueira el 1 de mayo de 1847, cuando él tenía 30 años y ella 16
2. Los padrinos de Ramón Armada Teixeiro fueran José Ramón Díaz Beccaría y su mujer María Dolores Teijeiro, hermana de Bibiana.
3. “Como soy pintor, como me hice y todos los mil trabajos que pasé y paso”. Revista Galicia, 1, mayo de 1920.
4. Ibidem.
5. Ibidem.
6. Ibidem.
7. Ibidem.
8. Ibidem.
9. Ibidem.
10. Ibidem.
11. Ibidem.
12. Ibidem.
13. Ibidem.
14. Ibidem.
15. Ibidem.
16. Ibidem.
17. Ibidem.
18. Ibidem.
19. Isaac debe su nombre al apadrinamiento de Isaac Fraga, verdadero mecenas de su padres.
20. El carné de Antonia Pardo fue firmado por el secretario Bernardino Varela y el conselleiro 1º de la Irmandade Peña Novo el 28 de julio de 1918.
21. Ibídem.
22. Isaac Fraga era propietario del Odeón de Vigo, los teatros Principal de Pontevedra y Santiago, el Rosalía Castro de A Coruña, el Jofre de Ferrol y el Teatro-Circo de Lugo.
Suárez Sandomingo, José Manuel
Suárez Sandomingo, José Manuel


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